El Arquitecto en casa: antes y ahora. Fuente: The Telegraph
Existen flores cuya belleza supera el
fruto que las sucede. Del mismo modo, existen situaciones en las que
el proceso resulta más apasionante y constructivo que el resultado
mismo. A efectos arquitectónicos, podemos considerar la Ilustración
como una hermosa y exuberante flore cuyo fruto, picado por los
gusanos, no podría resultar más contrario e inadecuado a sus
principios. Baste comparar la sencilla elegancia de la arquitectura
georgiana con la recargada pomposidad del eclecticismo victoriano. O
la elocuencia con la que Ortiz y Sanz o Durand dieron una expresión
racional al clasicismo, con el erial de erudición ornamentalista en
el que acabó convirtiéndose la Historia de la Arquitectura.
Los frutos de la arquitectura ilustrada
maduraron al calor del Romanticismo, y el torrente creativo de la
arquitectura parlante de un Ledoux fue encauzado y domesticado para
el beneficio de las artes por un Shinckel. Sin embargo, la poda secó
al árbol y lo que perduró hasta la llegada de la modernidad no fue
otra cosa que un moribundo academicismo, estéril, incapaz de
procrear, sino únicamente de imitar. Los que fueron ejemplos de
excelencia se convirtieron en moldes y los textos que codificaban y
racionalizaban la tratadística clásica, en una estéril retórica
memorizada y repetida hasta la saciedad.
A pesar de que la degeneración a la
que había sometido los principios de la Arquitectura Ilustrada privó
al Academicismo de lo esencial de la génesis creativa del
clasicismo, éste fue capaz de progresar, si bien no por generación,
sino por repetición. El Academicismo de la arquitectura decinomónica
fue capaz así de dar respuesta a muchos de los nuevos planteamientos
surgidos tras la Revolución Industrial, pero no fue mediante la
reflexión conjunta de Viruvio y la Antigüedad, como era el
propósito ilustrado.
En Artes Plásticas puede observarse
una evolución similar; se produjo una mejora en el grado de realismo
pictórico en detrimento del idealismo de las artes plásticas
anteriores. La pintura y la escultura, aunque técnicamente precisas
e impecables, perdieron la virtud de representar simbólicamente la
realidad a través de la idealización. La Naturaleza deja de ser
modelo de inspiración y el canon de belleza pasa de ser una
aspiración de representación ideal d la realidad a ser una
normativa dogmática a la que la copia servil de la realidad debe
remitirse.
Esta progresiva decadencia y
degeneración acabaría dando origen a una reacción contrario al
asentado Academicismo, el cual, enrocado en la repetición mal
entendida de los cánones ilustrados, no era capaz de tolerar cambios
ni variaciones en su anquilosada ortodoxia. Todo asomo de creatividad
había sido ahogado por unos cánones que en su momento surgieron
precisamente para lo contrario de lo que se usaban.
Así pues, las Vanguardias en las Artes
Plásticas y también en la Arquitectura, canalizaron la reacción
ante la Academia, mostrando un torrente creativo similar al que
mostrara la Ilustración doscientos años antes. El ímpetu de las
Vanguardias, unido a su idoneidad tras la Primera Guerra Mundial por
representar un arte nuevo para un mundo nuevo, acabaría desplazando
al propio academicismo y ocupando definitivamente su lugar tras la
Segunda Guerra Mundial, cuando las opciones artísticas clásicas y
figurativas quedarían desacreditadas debido a su uso por regímenes
totalitarios.
Sin embargo, la modernidad así
establecida acabó padeciendo el mismo mal academicista que la
arquitectura ilustrada, y se rodeó de una suerte de nueva ortodoxia
que, no por oponerse a la anterior, no dejaba de ser dogmática e
intransigente. Y de la misma forma que la flor ilustrada se marchitó
y dio lugar a un fruto ecléctico que copiaba servilmente, también
la flor moderna maduró en un fruto que se copiaba a sí mismo bajo
las premisas de la abstracción y el denominado estilo internacional.
Ni siquiera las reacciones surgidas en contra del estancamiento de la
modernidad fueron capaces de salir de su espiral de dudosa huida
hacia delante que ha desembocado en la situación actual del arte y
la arquitectura, confundiendo originalidad con extravagancia y
mostrándose intolerante ante todo aquello que no emane de su propia
ortodoxia.
Las causas de la cristalización de la
otrora libre vanguardia en un academicismo más intransigente aún
que el anterior (pues ése al menos acabó cediendo su sitio)
quedaron retratadas, entre otros, por Tom Wolfe en “La PalabraPintada” y “¿Quién teme al Bauhaus feroz?”: un triunfo
conjunto de la vanidad y el desprecio a la historia, unido a la
acción sutil y oportunista de quienes se erigieron en árbitros de
ese nuevo gusto, a veces sin entenderlo. Es por ello que la vuelta a
la senda de la tradición arquitectónica, tomando del progreso lo
que éste tenga de bueno, deba considerarse seriamente como una
posibilidad frente a la modernidad transmutada en académica y
dogmática ortodoxia.
El nuevo Academicismo Moderno. Fuente: Architecture MMXII