Presentación del Seminario Internacional La Arquitectura en la Era de la Austeridad por Rafael Manzano Martos. Seminario organizado por el Premio Rafael Manzano Martos con la colaboración de la School of Architecture of the University of Notre Dame y la Universidad Politécnica de Madrid y el apoyo de INTBAU España y el Centro de Investigación de la Arquitectura Tradicional (CIAT) y celebrado en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid del 18 al 20 de junio de 2013
Sitio dedicado a la divulgación de la arquitectura clásica contemporánea. Comentamos obras, disipamos mitos en torno al clasicismo arquitectónico y planteamos alternativas a la arquitectura contemporánea, en un intento de colocar al clasicismo en igualdad de condiciones frente a las demás opciones arquitectónicas
jueves, 31 de octubre de 2013
martes, 29 de octubre de 2013
Santiago Calatrava o la penitencia en el pecado
Fuente: El Mundo Today
Pocos arquitectos actuales levantan
tantas pasiones encontradas como Santiago Calatrava. Odiado hasta la
saciedad por unos y encumbrado hasta la embriaguez por otros, el
señor Calatrava no deja indiferente a nadie. Probablemente quienes
le admiran y encargan sus obras lo hagan pensando en las hipotéticas
virtudes de una arquitectura que ha sido símbolo de una época de
excesos y con la que muchas ciudades han buscado generar un icono
impactante obviando sus verdaderas virtudes y esencias.
Quienes le detestan suelen argumentar
que no es propiamente arquitecto, sino ingeniero, como si todos los
alardes de la arquitectura del siglo XX
no hubieran tenido, directa o indirectamente, un ingeniero detrás
con cuyos cálculos se optimizara y estilizara el diseño. Nadie
critica al ingeniero Eduardo Torroja y tanto el Mercado de Abastos de
Algeciras como las tribunas del Hipódromo de la Zarzuela se
consideran obras maestras de la arquitectura del siglo XX. Continúan
quienes critican las obras de Calatrava que su utilidad es dudosa y
sus costes, difusos. Pero éste es un problema extensible a toda la
arquitectura de formas grandilocuentes propia de los últimos años.
Todo el mundo conoce los sobrecostes de la Ciudad de la Cultura de
Santiago de Compostela, las “Setas” de la Plaza de la Encarnación
en Sevilla, y no por ello se oye al pueblo clamar por esa ley efesia
que enunciara Vitruvio según la cual el arquitecto cuya obra
superara el presupuesto no sólo debía sufragar esos gastos, sino
que además quedaba sumido en la más despreciable ignominia.
Sin embargo, a
juzgar por las opiniones que se vierten sobre el señor Calatrava,
pareciera que es el único arquitecto merecedor de condena, y que los
errores de base de otros arquitectos estrella se deben a la
ignorancia, o a la codicia, de políticos y banqueros, quienes
pretendían cubrirse de gloria a expensas del erario público. Este
discurso, tan en boga últimamente, era desoído en los años de
bonanza, cuando aquellos barros pretendían colocar cualquier pueblo
en el punto de mira arquitectónico, sin tener en cuenta que han
acabado degenerando en un ponzoñoso lodazal que al final ha
destruido más que creado, pues difícilmente podrá Sevilla
recuperar su perfil urbano presidido por la Giralda o podrá Santiago
de Compostela resarcirse de esa inmensa colina artificial proyectada
por Peter Eisenmann.
Quizá habría
que pensar que Calatrava se ha convertido en un chivo expiatorio que
la modernidad utiliza para redimirse de sí misma. Poco sentido tiene
despreciar a Calatrava y admirar a quienes obran igual, pues los
famosos edificios-puente de Zaha Hadid o los “hortus conclusus”de Alberto Campo Baeza también tienen usos dudosos y costes difusos.
Y sin embargo se hace con toda la tranquilidad del doblepensar
orwelliano, pues la modernidad trastocada en intransigente
academicismo no es capaz ni de admitir la posibilidad de una
alternativa digna a sus propios vicios, ni de admitir que la
penitencia que reclaman para Calatrava también es penitencia que
debieran aplicarse a sus propios pecados.
domingo, 27 de octubre de 2013
Contra Clement Greenberg: Vanguardia y Kitsch
Clement Greenberg (1909-1994). Fuente: Wikipedia.
En 1939 Clement Greenberg publica un
artículo que le catapulta a la fama y acabaría siendo considerado
como uno de los textos clave del arte u ña crítica artística del
siglo XX. Vanguardia y Kitsch es un texto fundamental para entender
cómo se desarrolló el arte con posterioridad a las Vanguardias y
cómo Greenberg actuó en clave de árbitro del gusto en los
ambientes norteamericanos de mediados de siglo, controlando el
panorama de la crítica y pretendiendo “domesticar” la bestia
desbocada que él mismo había contribuido a crear. La incisiva pluma
de Tom Wolfe retrata con comicidad y elocuencia las vicisitudes de
artistas y críticos durante aquellos años y cómo la generación de
críticos de Greenberg, que había encumbrado al expresionismo
abstracto, sucumbió ante sus propios principios cuando fue
desplazado por el arte pop y la posmodernidad. Sin embargo, la huella
de Greenberg sigue siendo patente en nuestra consideración de lo que
es Arte Contemporáneo, de lo que es el kitsch o pastiche, e incluso
de nuestra apreciación de lo antiguo para justificar lo moderno.
Pues Greenberg es un escritor sutil y
astuto, que define los términos en su justa medida para que éstos
puedan considerarse tanto de forma genérica como concreta. Cuando
Greenberg habla de Vanguardia no habla de una vanguardia concreta,
sino de cómo debe desarrollarse un movimiento artístico para ser
considerado como tal, y qué criterios debe cumplir un objeto para
ser considerado Kitsch. Greenberg rara vez hablará de aspectos
concretos del arte, sino que diluirá sus definiciones de forma que
éstas parezcan principios lógicos a aplicar por cualquiera que
pretenda considerarse artista.
Estas consideraciones, que parecen
lógicas y objetivas, esconden tas de sí una consecuencia nefasta.
Para definir lo que es vanguardia Greenberg necesita destruir todo
atisbo de dignidad en el Arte Occidental, y prácticamente reducirlo
en su totalidad a un kitsch figurativo del que únicamente se libran
las obras cuyo reconocimiento es tan universal que resultaría
ridículo considerarla como tal pastiche. A ese respecto, la
reflexión que hace este autor sobre el campesino ruso que debiera
sentir más atracción hacia Picasso que hacia Repin, pues la obra
del primero guarda más analogía con el lenguaje pictórico de los
iconos, es muy significativo de su concepción del arte. A lo largo
de sus escritos, Greenberg considerará el arte anterior a las
vanguardias como una superposición de planos y formas de color que
accidentalmente tienen un resultado figurativo. No importan las cuestiones
iconográficas o representativas, y su análisis crítico valora por
igual una obra de Velázquez y una de Pollock, no en términos de
calidad artística, sino de aplicación de los mismos principios a
ambas obras. Este igualitarismo tiene por doble objetivo elevar la
categoría artística del moderno y por otro familiarizar al ojo no
iniciado con la obra moderna a partir de su comprensión igualitaria
con el antiguo, de forma que la diferencia sea más difusa. Este
propósito, que podría ser loable si estuviéramos hablando de la
vinculación con la Antigüedad pagana que consigue el Arte del
Renacimiento, cobra aquí un precio muy alto que implica la
destrucción del Arte y la imposibilidad de recuperar su legado. Esta
imposibilidad viene determinada por la acelerada potencia que
Greenberg imprime al concepto de Vanguardia, siempre combatiente,
siempre cambiante, y cuestionando todo lo anterior como un amplio
kitsch. De esta forma, durante más de veinte años se pudo dinamitar
con total tranquilidad los principios que regían el Arte, reducir lo
que no convenía a la categoría de kitsch, y alterar el resto para
definir y justificar el expresionismo abstracto y su licitud, no ya
como continuador, sino como sustituto permanente de lo antiguo.
Pero la teoría de Greenberg implicaba
que toda vanguardia tenía una fecha de caducidad, y él mismo
calificó en varias ocasiones de kitsch la producción artística que
se salía de esa ortodoxia no enunciada que había contribuido a
crear. Cuando el Arte Pop entra en escena Greenberg no duda en
calificarlo de kitsch, sin embargo obvió que era un kitsch contra
una vanguardia transmutada en academicismo que no toleraba cambios. Y
puesto que con ello no era en la forma donde se hallaba la esencia de
la vanguardia, ésta debería mudarse del contenido al concepto.
Pero el arte conceptual escapa del
propósito de este escrito, que no es otro que mostrar los peligros
de un texto tan importante para entender el arte del siglo XX, pero a
la vez tan peligroso. Casi setenta y cinco años después de la
publicación de “Vanguardia y Kitsch” ya no es necesario señalar
con inquisidora moralidad los defectos de un kitsch que sigue
teniendo una labor redentora frente al esnobismo académico de la
vanguardia. Y es hora de valorar el arte en su justa medida y en
función de los valores que genera por sí mismos. Sólo así la
modernidad podrá liberarse de la tiranía de la dudosa huida hacia
delante en la que la sumió la vanguardia, y la tradición continua
la senda que nunca debió abandonar sin que el dedo acusador la
califique como kitsch.
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