Quinlan Terry: Catedral de Brentwood (1989-1991)
Inglaterra había sido un país seriamente dañado por los bombardeos alemanes de la Segunda Guerra Mundial, destruyéndose gran parte de las ciudades más importantes y con ellas un extenso patrimonio arquitectónico que en muchos casos fue reconstruido tal cual estaba antes de la guerra, pero en muchos otros las ruinas, bien se consolidaron y conservaron, bien fueron demolidas para dar paso a nuevos conjuntos arquitectónicos adeptos a una modernidad que en muchos casos entraba hiriendo el espíritu británico (que tenía por icono de la resistencia contra los nazis a la catedral de San Pablo de Londres, que no fue destruida por los bombardeos, y veía la introducción del movimiento moderno como propaganda yanki).
A diferencia de otros paises, como Italia, Alemania, España o la antigua URSS, el clasicismo inglés más reciente se viene asociando a los progresos del liberalismo, la burguesía y la democracia, así como a los logros políticos, económicos y culturales del Imperio Británico y la Commonwealth. Los primeros, al sufrir dictaduras totalitarias que buscaron el clasicismo como forma de ostentación del poder, buscaron en la reconstrucción de sus paises las nuevas formas de la modernidad como institucionalización de las ilusiones de mundo nuevo con la que surgieron las vanguardias. Por tanto, es algo normal encontrar en el ámbito anglosajón un amplio espectro social (empezando por el príncipe Carlos, miembro de varias fundaciones y sociedades divulgadoras de este clasicismo contemporáneo) que cree sinceramente en las ventajas de esta arquitectura como respuesta a las necesidades sociales de hoy dia. Obviamente esta respuesta viene de la mano de la recuperación de una tradición y un ideal de vida perdidos; guarda ciertos vínculos con el movimiento bioclimático, pero a diferencia de este, suele preferir las soluciones sostenibles tradicionales, antes que las vinculadas a las nuevas formas arquitectónicas.