La Primera Guerra Mundial (1914-1918) supuso un inmenso cambio en la cultura Europea: la destrucción, pérdidas y depresiones que sufrieron muchos países llevó a éstos a replantear su situación artística. Si nos atenemos a un punto de vista materialista y estilista, este cambio era obvio debido a la escasez de dinero para construir obras extravagantes y recargadas. Pero no podemos quedarnos en eso; tenemos que fijarnos en la situación ideológica del momento. La primera guerra mundial supuso el fin de los imperios decimonónicos, la aparición de nuevos estados, el uso de nuevo instrumental bélico más rápido y destructivo... Pero no todo fue malo: permitió un avance de la medicina (ante la curación de las nuevas heridas) y los transportes (fue en esta época cuando se crearon las ambulancias). En general, fue el escenario donde se mostraron los progresos de la técnica decimonónica, y en muchos casos encontramos un sentimiento de entusiasmo ante lo que deparaba este nuevo orden: una nueva “era”, en la que las máquinas invadirían todos los aspectos de la vida del hombre y éste viviría en armonía con ellas. Esta nueva vida en comunión con las máquinas requiere un compromiso por ambas partes: en primer lugar, la vida del hombre debe adaptarse a la de la máquina, rápida, simple y eficiente, luego su modo de vida ya no será tan extravagante y recargado, sino que se simplificará y agilizará (esto se aprecia tanto en los vestidos como en la decoración de todo tipo de objetos). Por otro lado, las máquinas, al convivir con el hombre, han de seguir una estética para hacerlas adaptables a su entorno cotidiano, no sólo del trabajo.
Éste es el punto de partida de los movimientos de vanguardia. En el empeño de todas ellas está el armonizar la convivencia de la máquina con el hombre y la creación de una estética común para ambos. Así, estas son las premisas que definen movimientos tales como el Werkbund y la Bauhaus. Pero lo que comúnmente entendemos como vanguardias (neoplasticismo, futurismo...) suponen un paso más, pues serán las que verdaderamente acaben creando un nuevo lenguaje universal para el arte. En sus manifiestos, rechazan radicalmente toda conexión con el pasado (esto también se observa en la Bauhaus) y la consiguiente creación de un lenguaje universal. Al igual que Descartes, estos vanguardistas, crearon un sistema nuevo sin ninguna conexión con el pasado y que sentaría las bases del pensamiento posterior. Por otro lado, también suponen una superación de las ideas del eclecticismo: por vez primera se encontraba un estilo completamente universal y libre de trabas. Los eclécticos estaban equivocados cuando intentaban encontrar un lenguaje universal en la mezcla del pasado (el esperanto es una buena muestra de ello): en la “era de la máquina” el lenguaje era el de las máquinas y las ciencias que los fundamentaban, las matemáticas y la física. En definitiva, un lenguaje abstracto y de fácil comprensión por cualquier individuo del planeta; un lenguaje abstracto debía expresarse con símbolos también abstractos, de ahí el nacimiento de las nuevas formas totalmente rompedoras. Así, el periodo de las vanguardias supuso una época de renovación y optimismo para las artes, que encontraban así nuevas formas para su desarrollo, en perfecta consonancia con la situación sociopolítica del momento. Claro ejemplo de este nuevo lenguaje es el constructivismo ruso
La historiografía suele situar el culmen de las vanguardias con la exposición del Estilo Internacional, realizada en 1932 por Hitchock y Johnsons. Pero este muestrario, que teóricamente abarcaba todas las referencias de esta nueva arquitectura internacional y moderna, no fue sino el intento de definir un nuevo estilo, eso sí, totalmente desvinculado del repertorio tradicionalista anterior. Lo resultante fue un estilo “ecléctico” en el que la arquitectura será entendida como volumen, habrá un predominio de la regularidad en la composición y ausencia de decoración. A esto se le unió un marcado resentimiento hacia el tradicionalismo aunque no con los planteamientos de la arquitectura vernácula (en algunos casos). Este “estilo internacional” aglutinó a su alrededor todas las tendencias del Movimiento Moderno, aunque escogiendo sólo aquellas obras que representaban los principios que se consideraban como definitorios de un estilo internacional. Por otro lado, las monumentales monografías que de estos grandes maestros se editaron contribuyeron a su difusión por todo el mundo y, ante la falta de la antigüedad como referencia, sirvió de referencia a las nuevas generaciones, que acabaron imitándolas como cien años antes se imitaba el gótico o el renacimiento.
Además de esta exposición, los CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna) sirvieron como punto de encuentro e intercambio de ideas de esta nueva arquitectura; de ellos salieron documentos tan importantes como la Carta de Atenas del Urbanismo de 1933 (que no se debe confundir con la de 1931 de Conservación e Intervención en el Patrimonio). Las ideas del urbanismo y arquitectura de los CIAM se difundieron rápidamente, si bien sus contenidos fueron malinterpretados a favor de la especulación, y desembocaron en uno de los elementos más típicos del crecimiento urbano de la segunda mitad del siglo XX: las urbanizaciones de bloques de pisos, auténticas colmenas humanas donde sólo importaba introducir al mayor número de gente sin preocuparse por crear un entorno con las debidas dotaciones. Esto último es quizá el elemento más característico y popular de la Arquitectura Española Contemporánea, donde los esfuerzos de Sert, Coderch, De la Sota y muchos otros, sucumbieron ante estos fríos bloques de pisos cuyos propietarios cierran los balcones con las características ventanas de aluminio en un intento de crear salones más grandes en los que mostrar la opulencia de una clase obrera que aspira a ser alta burguesía. Hay que matizar que esto último no es la esencia del Movimiento Moderno, sino su malinterpretación y adaptación estandarizada con fines especulativos. Con todo, el trasfondo de esta malinterpretación quedó latente y poco a poco se van aboliendo los principios de la arquitectura tradicional, y se ve como un triunfo del progreso la destrucción de los cascos históricos, cuyos espacios se reciclan con nuevas piezas estandarizadas sin tener en cuenta la posibilidad de la rehabilitación.
Sin embargo, no todo es negativo, pues hubo intentos de sistematizar esta nueva arquitectura, intentos siempre teóricos que fracasaron ante el nuevo e impositivo poder económico y especulativo: los trazados reguladores y el Modulor de Le Corbusier fueron el último intento por crear un sistema de proporciones que diera al edificio una escala y proporciones humanas. Pero, herido de muerte el gigante del clasicismo, las teorías de Le Corbusier no fueron sino una transfusión incompatible, que no hizo sino acelerar su proceso de degradación hasta el coma latente en el que se encuentra hoy día.
Los postulados de esta arquitectura internacional y funcionalista entran en crisis a partir de los años sesenta, cuando una nueva generación, criada y educada en estos principios, tiene la suficiente capacidad crítica como para revisar esta arquitectura, ponerla en crisis, y plantear alternativas. De esta revisión surgirán las corrientes que, en gran medida, han definido la arquitectura de la segunda mitad del siglo XX: High Tech, Posmodernidad y Deconstructivismo. Las tres plantean una alternativa al Movimiento Moderno; el High Tech, tecnificándolo; la Posmodernidad, negándolo y apostando por una nueva arquitectura que tenga en cuenta las necesidades reales de la sociedad; y el Decosntructivismo, efectuando una trasgresión manierista de los principios de la Modernidad.
La primera variante viene de la mano del grupo Archigram, que va más allá del maquinismo y pretende que la ya clásica arquitectura funcional se adecue a las nuevas tecnologías; de hecho, el nombre de esta corriente significa “alta tecnología”, y sus intenciones son sobre todo, crear una arquitectura tecnificada e industrial. Esta corriente ha sido la que más aportaciones ha realizado en los últimos años, pues ha permitido un gran avance en las instalaciones de los edificios (calefacción, aire acondicionado…), y hoy día tiende a traducir a arquitectura los principios de la ecología y el desarrollo sostenible, con la introducción de la domótica y la arquitectura bioclimática, que por primera vez en la historia, son capaces de crear una arquitectura directamente derivada de la naturaleza y sus características ambientales.
La posmodernidad surge en sus inicios como una crítica hacia el carácter poco humano del Movimiento Moderno. Sus grandes teóricos hacen una valoración negativa de la arquitectura del siglo XX, pues la definen como “univalente” y “reduccionismo elitista”. La modernidad plantea una gramática universal que implica un desprecio por el lugar y la función, donde todo es intercambiable. Es más, esta gramática no supone ninguna liberación, en todo caso ha creado un estado de anarquía en el que todo vale, y que, según las tesis de Venturi, queda reflejado en dos iconos: el pato (forma simbólica que se apropia completamente de la arquitectura) y la caja decorada (bloque decorado en cuanto a su función y casi independientemente de la arquitectura).
La posmodernidad pretende una vuelta a los valores tradicionales, una nueva y verdadera oportunidad de crear una arquitectura para y del pueblo, a diferencia de la Moderna, que hacía gala de Despotismo Ilustrado. Los impulsores de este movimiento intentaron crear una tendencia hacia lo misterioso, lo equívoco y lo sensual y hacia un eclecticismo radical, como el resultado naturalmente desarrollado de una cultura de posibilidades de elección de los diferentes códigos arquitectónicos. Acepta y admite la necesidad de un código lleno de neologismos y cambios rápidos en la tecnología, el arte y la moda, pero que a la vez acepte, admita y conviva con otro popular, tradicional, de lenta transformación como una lengua viva, lleno de clichés y que hunde sus raíces en la vida familiar.
Quizá la gran aportación de la posmodernidad sea el redescubrimiento de las posibilidades de la arquitectura vernácula, y la aplicación de nuevas teorías a la restauración e intervención en el patrimonio arquitectónico. Con todo, este movimiento se banalizó demasiado y acabó sumido en la práctica en un caos y descontrol que convirtió en poco creíble y anda riguroso el esforzado intento por reabrir el dialogo con la clasicidad al que aludíamos en la introducción. Aún así, la posmodernidad supo dar grandes figuras teóricas como Venturi, Rossi, Zevi, Jencks, Rowe… y un genio en la nueva introducción de la clasicidad: Quintlan Terry.
Las causas del fracaso de este movimiento hay que encontrarlas en el hecho que la cultura arquitectónica estaba demasiado atrofiada y se había convertido en un debate elitista con mucha forma pero poco contenido, que discutía sobre temas intrascendentales para la vida cotidiana, y cuya implantación desembocaba en el fracaso de las ideas. Se construye para la sociedad pero sin ella, pues el hombre de a pie, el vulgo inculto arquitectónicamente hablando, no está a la altura de entender los planteamientos de la nueva arquitectura, que quiere regular e imponer sus formas sobre una sociedad que en su mayoría mira con nostalgia hacia la clasicidad y hacia lo kitsh como ideales de vida. Y en esta ambiente, la posmodernidad es medianamente acogida por la sociedad, pero totalmente rechazada por las elites artísticas.
Por último, el Deconstructivismo, el manierismo del siglo XX. Al igual que en el siglo XVI, este movimiento no rechaza la arquitectura del Movimiento Moderno, simplemente la trasgrede, la distorsiona y la traduce, al igual que Miguel Ángel, a términos escultóricos. Esta interpretación se hace a base de duros trazos y cortes en ángulo y caprichosas curvas, todo materializado en complicadas plantas y alzados a diferentes alturas, volumetrías irregulares, donde no se puede hablar propiamente de diferenciación, aunque a su vez todo está diferenciado. Como materialización teórica y práctica de la evolución del Movimiento Moderno, el Deconstructivismo supone una de las más ingeniosas innovaciones arquitectónicas de finales del siglo XX. Pero como heredera de la Modernidad, cae en su mismo error: los planteamientos del deconstructivismo son elitistas y selectivos, no están al alcance de cualquiera, y, al igual que en el arte contemporáneo lo que convierte a unos manchurrones de pintura en arte es un panel explicativo donde se cuente la vida licenciosa del autor, no todos están capacitados para entender una arquitectura que es muy libre y desinhibida en apariencia, pero donde todas las partes encajan con rigurosa exactitud y donde es imposible mover una pieza sin estropear todo el conjunto. En ese aspecto, está demasiado ligado a si mismo, a su reconstrucción, tanto o más lo estaba el manierismo y el renacimiento de Alberti o Bramante a la proporción del orden.
Sin embargo, el balance general del siglo XX en arquitectura debe ser positivo, quizá no tanto en cuanto a los debates formales y compositivos, sino a los soportes materiales que necesitaron para su construcción. Las técnicas constructivas han revolucionado y mejorado la vida del hombre, y día a día construcción y tecnología unen sus fuerzas explotando al máximo las capacidades ambientales y naturales del entorno para crear espacios habitables de calidad, más allá de las consideraciones formales.
Hola, me ha gustado mucho esta entrada. siento no haber contestado antes y como mi comentario era muy largo te lo he dejado en el foro.
ResponderEliminarEspero que tu desaparición se deba a que están haciendo un pedazo de trabajo impresionante porque se te echa de menos :p