domingo, 23 de noviembre de 2008

Arquitectos: Jean Nicole Louis Durand (I)

Durand y la “Época de las Revoluciones”

Hemos venido a denominar este periodo “Época de las Revoluciones” debido a la cantidad de cambios que afectaron a la Europa del momento, que vivió una auténtica revolución, no sólo sociopolítica ó tecnológica, sino también artística y psicológica. Nuestro autor vivió el paso de una sociedad estamental regida por una monarquía absoluta (el Antiguo Régimen) con una economía artesanal y dependiente de la agricultura, a un nuevo régimen en el que los hombres ya no eran súbditos de una corona, sino ciudadanos de un estado, el cual basaba su economía en la producción industrial mecanizada.

Jean Nicole Louis Durand nace en 1760. La década anterior había sido testigo de una serie de cambios que anunciaban un nuevo orden cultural. Juan Sebastián Bach y Jorge Federico Händel, máximos representantes de la música barroca, mueren en 1750 y 1759 respectivamente, y Wolfgang Amadeus Mozart nace en 1756; la precoz y genial maestría de este autor expresan a la perfección el gigantesco contraste existente entre el agonizante barroco y en incipiente neoclásico, que convivieron en esta crucial década. Entre 1751 y 1772 se publican los tomos de La Enciclopedia, a cargo de Diderot y D´Alambert; esta obra progresista e innovadora desempeñó un papel determinante en la difusión de las ideas liberales y del pensamiento ilustrado, caracterizado éste por defender el conocimiento científico y la razón frente a la tradición, la intolerancia religiosa y la superstición. La Enciclopedia sentó las bases de los avances tecnológicos de la época, los cuales se desarrollarían en la década siguiente; su principal representante fue James Watt, quien en 1767 perfeccionó la máquina de vapor inventada por Newcomen en 1705, y que es considerado como el punto de partida de la Revolución Industrial. Por último, con respecto al panorama artístico, encontramos dos edificios que muestran explícitamente la rotunda diferencia entre el último barroco –o rococó- y emergente neoclásico: Vierzehnheiligen (la iglesia de los Catorce Santos) de Balthasar Neumann, comenzada en 1743, y Sainte-Geneviève (el Panteón de París) de Jacques-Germain Soufflot, en 1757. Tan sólo catorce años separan estas iglesias, pero entre ellas se extiende un inmenso abismo cultural (obsérvense las imágenes) que, al igual que en música, muestra el profundo cambio experimentado en aquella época; por un lado, Neumann, que domina a la perfección el soberbio repertorio del barroco tardío y nos muestra una sofisticada exhuberancia provinciana; por otro, el pedante y revolucionario Soufflot, representante de una severidad gráfica cosmopolitana sumamente inestable. Posteriormente el revolucionario Panteón parisino recibiría críticas de Jean Nicolas Louis Durand, quien aludiendo a inútil derroche de materiales, abogaría por un estilo todavía más depurado y económico, fiel representante de la corriente empírica de la que él es uno de sus máximos exponentes.

En resumen, esta década viene a reflejar el paso del antiguo régimen a un nuevo orden del mundo, en el que los hombres, guiados por la luz de la razón, puedan vivir en armonía. Pero estos cambios son sólo simbólicos, sin ninguna relación directa y aparente entre sí. Sólo un examen histórico a posteriori puede permitirnos un contraste objetivo de los hechos. Los verdaderos cambios empezarán en la década siguiente.

En 1774, contando Durand catorce años, sube al trono de Francia Luis XVI, último de los monarcas absolutos de este país. En 1783, tras siete años de conflicto con Inglaterra, los Estados Unidos de América obtienen la independencia, convirtiéndose en el símbolo de los ideales políticos ilustrados (en los que se inspira su constitución) y en el precedente del círculo revolucionario europeo que empieza a finales del siglo XVIII y continúa en la primera mitad del XIX.

Francia, enemiga potencial de Inglaterra, apoyará económica y militarmente la independencia de Estados Unidos; los gastos relativos a ésta, unidos a la precaria situación económica del momento y a unos años de malas cosechas, provocan una crisis económica que quiso resolverse mediante la convocación de los Estados Generales en mayo de 1789, con el fin de que nobleza y clero pagaran impuestos en función de las rentas; además, la burguesía, integrante del Tercer Estado, solicitaba igualdad de derechos, voto por cabeza y no por estamentos, limitación del poder real, monarquía constitucional y supresión de los privilegios. En definitiva, todo lo que la Ilustración propugnaba para el hombre.

Ante las complejidades burocráticas requeridas para los Estados Generales, el Tercer Estado proclama el 10 de junio de 1789 la Asamblea Nacional mediante el Juramento del Juego de Pelota, con el cual se comprometen a Francia a dar una Constitución. Mientras tanto, el pueblo toma a la fuerza la fortaleza de La Bastilla e instauran nuevas instituciones. En agosto de 1789 se proclama la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que puso los cimientos al nuevo orden. La Asamblea Nacional abolió todos los privilegios y, a fin de redactar una nueva Constitución, sus miembros se declararon en Asamblea Constituyente, formando los más extremistas la facción de los jacobinos. El rey y la reina huyeron de París, pero fueron detenidos en Varennes, y obligados a volver a la capital. Se adoptó una Constitución que limitaba los poderes del rey y se nombró una Asamblea Legislativa, cuyos principales partidos eran los constitucionalistas, los girondinos y los jacobinos o republicanos extremistas. En 1792, después de declarar la guerra a Austria, que había intervenido a favor del monarca, los jacobinos se apoderaron del gobierno y proclamaron la Convención Nacional, que abolió la monarquía e instituyó la República. El 21 de enero de 1793, Luis XVI fue ejecutado y empezó el reinado del Terror. El Comité de Salud Pública, dirigido por Robespierre, envió a la guillotina a centenares de aristócratas. Empezaron las diferencias entre los propios revolucionarios, y la ejecución de Danton, en 1794, fue seguida de la de Robespierre el mismo año. El 26 de septiembre de 1795 fue disuelta la Convención y se estableció el Directorio, más moderado, bajo el cual se llevaron a cabo las campañas de Alemania, Italia y Egipto.

En esta última participó el general Napoleón Bonaparte, quien a su vuelta a Francia fue nombrado comandante del ejército de París y dio el golpe de Estado del 18 de Brumario del año X (10 de noviembre de 1799), tras el cual se instaura el Consulado, de tres miembros con Napoleón como primer cónsul. Este gobierno se asienta sobre las bases sociales de la vieja aristocracia y al nueva burguesía del dinero. Nombrado cónsul vitalicio en 1802 y emperador en 1804, éste último acontecimiento muestra una doble herencia de poder popular y el derecho divino, pues el emperador es refrendado por un plebiscito y consagrado con la presencia del Papa. Esto último constituye una contradicción: su gobierno aparenta una democracia y actúa como una dictadura; él aparenta un emperador católico y en realidad no es creyente, y utiliza la Iglesia para imponer la obediencia al pueblo. Al final Napoleón termina por arrestar al Papa y éste lo excomulga.

En los diez años que dura, el imperio va a experimentar una evolución hacia formas monárquicas y despóticas, en las que Napoleón ejerce un pleno control central. El Imperio es el punto máximo de una línea de reforzamiento del poder que se inició en 1794, en que se detuvo el proceso revolucionario.

Bajo su gobierno se conforma un gran imperio que se extiende por Francia, Bélgica, Holanda, los Estados Pontificios y las provincias Ilíricas, además de varios Estados vasallos y protegidos, como la Confederación del Rin, Reino de Westfalia, Gran Ducado de Varsovia, Confederación Helvética, Reino de Italia, Reino de Nápoles y Reino de España. A través de este vasto imperio se extienden las reformas de la Revolución Francesa: constituciones liberales, liberalismo burgués, etcétera. Las causas de esta expansión se deben a una serie de brillantes campañas terrestres a principios de siglo, quedando como único enemigo Inglaterra, contra la que se decreta un bloqueo continental, arma que aún le quedaba por ensayar para intentar la derrota. Ésta consistía en la provocación de una crisis económica que generara problemas sociales y políticos y obligara a Inglaterra a pedir la paz. Pero para que el bloqueo resultase eficaz era necesaria su aplicación por todos los países, de ahí la conquista del ducado de Toscana y el intento de conquista de Portugal. Para ello pactará con Godoy (Tratado de Fontinebleau) el paso por España a cambio de un reparto de Portugal, pero el paso se convertirá en ocupación y se destituirá la monarquía borbónica (Carlos IV y su hijo Fernando VII) por otra Napoleónica (José I Bonaparte, hermano de Napoleón). Esto provocó el levantamiento del pueblo español, que con la ayuda inglesa desde Portugal, expulsa a los franceses. Como consecuencia del levantamiento español se impide el bloqueo continental y, al tratarse de una guerra de liberación nacional se estimulan movimientos nacionalistas, que junto a las Coaliciones europeas serán las causas de la caída del imperio napoleónico.

Estos movimientos nacionalistas generarán los diferentes movimientos románticos del siglo XIX, además de ser una de las causas que justifican la aparición de los diferentes estilos historicistas y eclécticos, que fueron adoptados por cada país ó región con sentimientos nacionalistas para crearse una arquitectura que reflejara su identidad, pero de eso hablaremos más adelante.

El Imperio Napoleónico termina con la Restauración, realizada en el Congreso de Viena de 1815, y que se concreta en dos hechos importantes: uno, la configuración de un nuevo mapa europeo; otro, un sistema de equilibrio internacional, mediante la Cuádruple Alianza (Inglaterra, Rusia, Austria, Prusia y en 1818, Francia) y la Santa Alianza (Todos los Estados a excepción de Inglaterra, Turquía y el Papa).

Los autores de la Restauración se basaron en las ideas de una serie de teóricos que defienden el principio del origen divino del poder monárquico, a través del Papa, representante de Dios en la tierra. De estas ideas tradicionalistas surgen los principios que fundan el Congreso de Viena, que son: el principio de legitimidad, que supone la devolución del trono a su legítimo poseedor, que no es otro que el rey que lo recibe de Dios; el principio de equilibrio, que postula un nuevo orden internacional dirigido por las grandes potencias, ya que existe una relación entre el poder de un país y la responsabilidad internacional que le corresponde desempeñar; principio de intervención ó solidaridad, que consiste en el derecho a intervenir en los asuntos internos de un Estado cuando lo que sucede en él repercute a los demás o, simplemente, para restaurar, por solidaridad, los derechos del rey legítimo.

En realidad el congreso como tal nunca funcionó en sesiones plenarias; su sistema de trabajo era el de comisiones (se crearon hasta diez). La combinación de principios y ambiciones de las potencias dio como resultado la configuración de un nuevo mapa europeo que favorecía a los cuatro grandes e ignoraba las realidades y deseos nacionales de muchos pueblos, que provocaron una oleada de revoluciones nacionalistas que se extendieron a lo largo del siglo XIX y se encuentran entre los antecedentes de la Primera Guerra Mundial.

Hasta aquí, el contexto político en el que se desenvuelve Durand. Aunque no participara activamente en ellos, en toda su obra es posible encontrar claras referencias a los ideales de la Revolución, pues él trabaja al servicio de la misma, impartiendo docencia en la Escuela Politécnica, fundada en 1794 como sustituto de la Academia de Arquitectura fundada en 1671 y símbolo de la docencia de la arquitectura del Antiguo Régimen.

Con respecto a los adelantos tecnológicos, Durand tampoco los vive de cerca, sobre todo porque los requerimientos industriales que permiten el empleo de nuevos materiales están poco desarrollados en la Francia de la época, la cual por otro lado perfeccionó los sistemas constructivos tradicionales, de cuyo perfecto conocimiento hace gala Durand en toda su obra, en continua defensa de la economía y la funcionalidad.

Concluyendo, Durand vive una época de grandes cambios, que le afectan en mayor ó menor medida, y que en su conjunto le hacen definir un sistema teórico considerado como visionario del Movimiento Moderno.



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