Volumen I. Parte I.
La primera parte trata los elementos de los edificios y se divide en tres secciones, comenzando la primera por los materiales; éstos pueden ser duros y caros (granitos, pórfidos, mármoles...), blandos y baratos (mampuestos, teja, madera...) ó de ligazón (yeso, cal, arena, hierro, plomo...). Las características visuales de los materiales, además de las físicas, aportarán un determinado aspecto a los edificios.
El empleo de los materiales en la construcción de los diversos elementos de los edificios es el tema a tratar en la segunda sección, que comienza aconsejando la inteligencia en el empleo de los materiales para construir edificios sólidos, los cuales a su vez deben contar con sólidos cimientos. De los cimientos pasa a los muros, entre los que distingue cuatro tipos: los de fachada, que encierran el espacio que contiene un edificio; los tabiques que lo dividen, los de cerramiento y los de contención. Según el tipo de edificio se usarán unos u otros materiales, atendiendo a la economía en los edificios ordinarios, a la solidez en los importantes y a ambas cualidades en los intermedios.
Con todo, cualquier muro debe cumplir unos requisitos previos: lechos de muro horizontales, juntas perpendiculares, hiladas de igual altura y grosor según la capacidad portante. Los sillares de los muros deben estar encadenados, para así reforzarlos; estos encadenamientos pueden ser verticales (pilastras) u horizontales. Éstos se emplean en las principales partes de un forjado y donde los muros dejan de ser continuos, esto es, debajo de las ventanas (plintos) ó encima de los muros (cornisas). El grosor de dichos muros está en relación a su longitud y a su altura; pero además de estos soportes entregados en los muros, están los soportes aislados, que son los pilares y columnas, que descansan sobre un pilar compuesto por un muro continuo (dado) construido sobre una hilada de piedras duras denominada base y rematado por una hilada de piedras duras, la cornisa. Sobre el pedestal se asienta la columna, que se divide en basa (un asiento), fuste (la columna propiamente dicha) y capitel (pieza que se coloca para disminuir la luz de las piezas que deben unir las columnas); en ocasiones, la columna sólo se compone de fuste y capitel. Sobre ésta se sitúa el entablamento, compuesto por arquitrabe (lo que descansa directamente sobre el capitel), friso (un segundo arquitrabe) y cornisa (vuelo que evita la penetración del agua dentro del edificio).
Pedestal, columna y entablamento conforman lo que se denomina orden de arquitectura, que dada la gran cantidad de componentes que tiene para nada deriva de la cabaña primigenia.
Pasa ahora a hablar de los huecos en los muros, que se unen con dinteles ó con arcos, cuando la luz es muy grande. Los forjados son el siguiente tema a tratar; éstos, cuando se construyen de madera deben dejarse vistos, haciendo una dura crítica hacia los revestimientos de yeso a favor de los artesonados. Además de la madera se emplean el ladrillo y la cerámica, constituyendo las bóvedas planas. Cuando el peralte es más considerable y la luz aumenta, se sustituyen los dinteles por arcos, dando lugar a gran variedad de bóvedas cuya construcción es análoga a la de los muros, con la diferencia que en la bóveda los sillares tienen forma de cuña y los lechos tienden hacia un centro. De todos los tipos de bóveda, sólo adopta las de cañón, dejando las demás para las restauraciones. Para evitar los empujes de las bóvedas recomienda que sus soportes tengan un espesor considerable y sean más elevados. Los materiales con que construirlas pueden ser la piedra, si deben resistir grandes cargas, ó ladrillo, si sólo deben aguantar su propio peso. Además, están las bóvedas de casetones, que contribuyen a aligerar las bóvedas el peso de las bóvedas muy gruesas. La cubrición de las bóvedas no es necesaria en las regiones meridionales, aunque sí en los demás países para su conservación.
Al hilo de esto último continúa Durand con las cubiertas, que pueden ser a dos ó a cuatro aguas, y su inclinación depende del clima y del material que se utilice: en el norte las cubiertas deberán ser más inclinadas; si se hacen de pizarra ó teja árabe, serán más planas que las de otro tipo de teja. Y en edificios muy grandes, sería conveniente dividir la cubierta en varias partes.
Con respecto a su factura, ésta puede ser de armaduras, de carpintería y de ladrillo ó de piedras. Durand elogia las ventajas de la segunda frente a la primera, pues aquélla es más ligera y confiere mayor espacio a los edificios. Con respecto a las últimas apunta, además de las ventajas anteriores, las de la protección contra incendios. Por último, habla de las terrazas, indicando las posibilidades de las mismas y advirtiendo del cuidado que hay que poner en su ejecución. Concluye esta segunda sección con al conclusión que las formas decorativas provienen de la apariencia de la construcción, y que todo lo que se aleje de esto último no hará sino dañar la imagen del edifico.
Formas y proporciones es el título que da a la tercera sección; de la unión de los materiales surgen unas formas y proporciones, las cuales pueden ser de tres clases: las que nacen de la naturaleza de los materiales y el uso que se les da, las creadas por el hábito –como los clásicos-, las que son fácilmente captables, por su simplicidad y buena definición. El autor se decanta por éstas últimas, que son las más apropiadas, al aportar economía y satisfacción económica y visual.
Al ser en los órdenes de arquitectura donde sobre todo se dan las proporciones, pasa a definir cómo aplicar las proporciones en edificios ordinarios y públicos. En el primer caso plantea soportes poco esbeltos, separados y preferentemente cuadrangulares, el arquitrabe y el friso de una altura mayor que la separación entre pilares, y cornisa con un vuelo igual a la altura. En los segundos apuesta por soportes cilíndricos, friso y arquitrabe de una altura menor que la separación entre columnas, y cornisa con vuelo considerable. Expuestas estas generalidades pasa a exponer las proporciones de cada uno de los órdenes, que divide en cinco: dórico griego, toscano, dórico romano, jónico y corintio. Acepta las propuestas clásicas, generalizándolas, pues apenas afectan a la construcción de los edificios. De este modo consigue crear un método que satisface a la razón mejor que la cabaña primitiva ó el cuerpo humano; con todo, su incorrecta aplicación daría aún peores resultados que los obtenidos con métodos como los descritos anteriormente.
Para terminar el estudio de los órdenes, entra en unas consideraciones de los detalles de los mismos, que fueron surgiendo conforme se iban complejizando los elementos de los órdenes. Esta decoración a partir de formas geométricas recibe el nombre de molduras, que pueden ser simples y compuestas; con todo, aconseja no hacer sino un uso muy sobrio de las mismas, dado su alto coste, prefiriendo dedicar esos fondos a pinturas y esculturas.
Con respecto a los perfiles de los órdenes sigue el mismo criterio que con las proporciones de los mismos, compendiando a los autores más conocidos y abogando por un estilo más simple y depurado que aporte racionalidad constructiva. Por último, las cornisas en los interiores deberán tener mucho vuelo y ángulos agudos con pequeños intervalos, de tal modo que la luz las destaque mediante juegos de sombras.
Una vez expuestos las proporciones de los sistemas adintelados pasa a las arcadas, que pueden ser continuas ó alternadas; en el primer caso los ejes de los soportes están alejados igual distancia unos de otros, mientras que en el segundo no lo están. La relación entre los entre-axes (intercolumnios) varía en relación con al proporción de las columnas ó pilastras ó según las arcadas estén espadas por ventanas, nichos ó puertas. Asimismo, la relación ente el ancho y el alto de las arcadas varía según el uso al que se destinan. Con respecto a su decoración, el mejor sistema es el que ofrece su construcción aparente.
Con respecto a puertas y ventanas nos habla de su altura, usualmente el doble de su ancho, y de su decoración, que depende del entrepaño, que cuanto más ancho sea, más recercado permitirá a las ventanas; de igual modo, si la distancia vertical es muy grande, se colocarán friso y cornisa. Además se pueden colocar frontones, pilares y entablamentos, pero no nos obliga a ello, siempre en línea con su espíritu de racionalidad económica.
En lo que respecta a los despieces de pavimentos, vuele a insistir en el valor de la decoración aparente. De los muros no dice que, de necesitar ampliar las juntas, éstas deben formar ángulos obtusos. En lo relativo a revestimientos, expone exactamente su modo de ejecución basado en armazón, pilastras y paneles, dando ejemplos del uso de los mismos. Por último, recomienda que las bóvedas que no necesiten casetones sean decoradas con motivos pictóricos.
Concluye la sección y primera parte observando que por muy razonables que sean las proporciones son poco adecuadas para la decoración, pues no pueden ser captadas en su totalidad por el ojo. Las proporciones que resultan agradables a la vista son las dispuestas de una manera sencilla; sólo éstas sirven para la composición pues favorecen la economía y facilitan el estudio y ejercicio de los arquitectos. Con respecto a la disposición, nos dice que será la ocupación del resto de su obra, y que si ésta es conveniente y economía, se convierte en la fuente de la agradable sensación que hacen experimentar los edificios.
La primera parte trata los elementos de los edificios y se divide en tres secciones, comenzando la primera por los materiales; éstos pueden ser duros y caros (granitos, pórfidos, mármoles...), blandos y baratos (mampuestos, teja, madera...) ó de ligazón (yeso, cal, arena, hierro, plomo...). Las características visuales de los materiales, además de las físicas, aportarán un determinado aspecto a los edificios.
El empleo de los materiales en la construcción de los diversos elementos de los edificios es el tema a tratar en la segunda sección, que comienza aconsejando la inteligencia en el empleo de los materiales para construir edificios sólidos, los cuales a su vez deben contar con sólidos cimientos. De los cimientos pasa a los muros, entre los que distingue cuatro tipos: los de fachada, que encierran el espacio que contiene un edificio; los tabiques que lo dividen, los de cerramiento y los de contención. Según el tipo de edificio se usarán unos u otros materiales, atendiendo a la economía en los edificios ordinarios, a la solidez en los importantes y a ambas cualidades en los intermedios.
Con todo, cualquier muro debe cumplir unos requisitos previos: lechos de muro horizontales, juntas perpendiculares, hiladas de igual altura y grosor según la capacidad portante. Los sillares de los muros deben estar encadenados, para así reforzarlos; estos encadenamientos pueden ser verticales (pilastras) u horizontales. Éstos se emplean en las principales partes de un forjado y donde los muros dejan de ser continuos, esto es, debajo de las ventanas (plintos) ó encima de los muros (cornisas). El grosor de dichos muros está en relación a su longitud y a su altura; pero además de estos soportes entregados en los muros, están los soportes aislados, que son los pilares y columnas, que descansan sobre un pilar compuesto por un muro continuo (dado) construido sobre una hilada de piedras duras denominada base y rematado por una hilada de piedras duras, la cornisa. Sobre el pedestal se asienta la columna, que se divide en basa (un asiento), fuste (la columna propiamente dicha) y capitel (pieza que se coloca para disminuir la luz de las piezas que deben unir las columnas); en ocasiones, la columna sólo se compone de fuste y capitel. Sobre ésta se sitúa el entablamento, compuesto por arquitrabe (lo que descansa directamente sobre el capitel), friso (un segundo arquitrabe) y cornisa (vuelo que evita la penetración del agua dentro del edificio).
Pedestal, columna y entablamento conforman lo que se denomina orden de arquitectura, que dada la gran cantidad de componentes que tiene para nada deriva de la cabaña primigenia.
Pasa ahora a hablar de los huecos en los muros, que se unen con dinteles ó con arcos, cuando la luz es muy grande. Los forjados son el siguiente tema a tratar; éstos, cuando se construyen de madera deben dejarse vistos, haciendo una dura crítica hacia los revestimientos de yeso a favor de los artesonados. Además de la madera se emplean el ladrillo y la cerámica, constituyendo las bóvedas planas. Cuando el peralte es más considerable y la luz aumenta, se sustituyen los dinteles por arcos, dando lugar a gran variedad de bóvedas cuya construcción es análoga a la de los muros, con la diferencia que en la bóveda los sillares tienen forma de cuña y los lechos tienden hacia un centro. De todos los tipos de bóveda, sólo adopta las de cañón, dejando las demás para las restauraciones. Para evitar los empujes de las bóvedas recomienda que sus soportes tengan un espesor considerable y sean más elevados. Los materiales con que construirlas pueden ser la piedra, si deben resistir grandes cargas, ó ladrillo, si sólo deben aguantar su propio peso. Además, están las bóvedas de casetones, que contribuyen a aligerar las bóvedas el peso de las bóvedas muy gruesas. La cubrición de las bóvedas no es necesaria en las regiones meridionales, aunque sí en los demás países para su conservación.
Al hilo de esto último continúa Durand con las cubiertas, que pueden ser a dos ó a cuatro aguas, y su inclinación depende del clima y del material que se utilice: en el norte las cubiertas deberán ser más inclinadas; si se hacen de pizarra ó teja árabe, serán más planas que las de otro tipo de teja. Y en edificios muy grandes, sería conveniente dividir la cubierta en varias partes.
Con respecto a su factura, ésta puede ser de armaduras, de carpintería y de ladrillo ó de piedras. Durand elogia las ventajas de la segunda frente a la primera, pues aquélla es más ligera y confiere mayor espacio a los edificios. Con respecto a las últimas apunta, además de las ventajas anteriores, las de la protección contra incendios. Por último, habla de las terrazas, indicando las posibilidades de las mismas y advirtiendo del cuidado que hay que poner en su ejecución. Concluye esta segunda sección con al conclusión que las formas decorativas provienen de la apariencia de la construcción, y que todo lo que se aleje de esto último no hará sino dañar la imagen del edifico.
Formas y proporciones es el título que da a la tercera sección; de la unión de los materiales surgen unas formas y proporciones, las cuales pueden ser de tres clases: las que nacen de la naturaleza de los materiales y el uso que se les da, las creadas por el hábito –como los clásicos-, las que son fácilmente captables, por su simplicidad y buena definición. El autor se decanta por éstas últimas, que son las más apropiadas, al aportar economía y satisfacción económica y visual.
Al ser en los órdenes de arquitectura donde sobre todo se dan las proporciones, pasa a definir cómo aplicar las proporciones en edificios ordinarios y públicos. En el primer caso plantea soportes poco esbeltos, separados y preferentemente cuadrangulares, el arquitrabe y el friso de una altura mayor que la separación entre pilares, y cornisa con un vuelo igual a la altura. En los segundos apuesta por soportes cilíndricos, friso y arquitrabe de una altura menor que la separación entre columnas, y cornisa con vuelo considerable. Expuestas estas generalidades pasa a exponer las proporciones de cada uno de los órdenes, que divide en cinco: dórico griego, toscano, dórico romano, jónico y corintio. Acepta las propuestas clásicas, generalizándolas, pues apenas afectan a la construcción de los edificios. De este modo consigue crear un método que satisface a la razón mejor que la cabaña primitiva ó el cuerpo humano; con todo, su incorrecta aplicación daría aún peores resultados que los obtenidos con métodos como los descritos anteriormente.
Para terminar el estudio de los órdenes, entra en unas consideraciones de los detalles de los mismos, que fueron surgiendo conforme se iban complejizando los elementos de los órdenes. Esta decoración a partir de formas geométricas recibe el nombre de molduras, que pueden ser simples y compuestas; con todo, aconseja no hacer sino un uso muy sobrio de las mismas, dado su alto coste, prefiriendo dedicar esos fondos a pinturas y esculturas.
Con respecto a los perfiles de los órdenes sigue el mismo criterio que con las proporciones de los mismos, compendiando a los autores más conocidos y abogando por un estilo más simple y depurado que aporte racionalidad constructiva. Por último, las cornisas en los interiores deberán tener mucho vuelo y ángulos agudos con pequeños intervalos, de tal modo que la luz las destaque mediante juegos de sombras.
Una vez expuestos las proporciones de los sistemas adintelados pasa a las arcadas, que pueden ser continuas ó alternadas; en el primer caso los ejes de los soportes están alejados igual distancia unos de otros, mientras que en el segundo no lo están. La relación entre los entre-axes (intercolumnios) varía en relación con al proporción de las columnas ó pilastras ó según las arcadas estén espadas por ventanas, nichos ó puertas. Asimismo, la relación ente el ancho y el alto de las arcadas varía según el uso al que se destinan. Con respecto a su decoración, el mejor sistema es el que ofrece su construcción aparente.
Con respecto a puertas y ventanas nos habla de su altura, usualmente el doble de su ancho, y de su decoración, que depende del entrepaño, que cuanto más ancho sea, más recercado permitirá a las ventanas; de igual modo, si la distancia vertical es muy grande, se colocarán friso y cornisa. Además se pueden colocar frontones, pilares y entablamentos, pero no nos obliga a ello, siempre en línea con su espíritu de racionalidad económica.
En lo que respecta a los despieces de pavimentos, vuele a insistir en el valor de la decoración aparente. De los muros no dice que, de necesitar ampliar las juntas, éstas deben formar ángulos obtusos. En lo relativo a revestimientos, expone exactamente su modo de ejecución basado en armazón, pilastras y paneles, dando ejemplos del uso de los mismos. Por último, recomienda que las bóvedas que no necesiten casetones sean decoradas con motivos pictóricos.
Concluye la sección y primera parte observando que por muy razonables que sean las proporciones son poco adecuadas para la decoración, pues no pueden ser captadas en su totalidad por el ojo. Las proporciones que resultan agradables a la vista son las dispuestas de una manera sencilla; sólo éstas sirven para la composición pues favorecen la economía y facilitan el estudio y ejercicio de los arquitectos. Con respecto a la disposición, nos dice que será la ocupación del resto de su obra, y que si ésta es conveniente y economía, se convierte en la fuente de la agradable sensación que hacen experimentar los edificios.
Pfunes Durand 03 Parte01
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