quae tu creasti pectora
El arte es un tesoro de catequesis inagotable, increíble. Para nosotros es también un deber conocerlo y comprenderlo bien. No como hacen algunas veces los historiadores del arte, que lo interpretan sólo formalmente, según la técnica artística. Más bien, debemos entrar en el contenido y hacer revivir el contenido que ha inspirado este gran arte. Me parece realmente un deber —también en la formación de los futuros sacerdotes— conocer estos tesoros y ser capaces de transformar en catequesis viva cuanto está presente en ellos y nos habla hoy a nosotros.
(Benedicto XVI – Encuentro del Santo Padre con los párrocos y el clero de la Diócesis de Roma – 22 de febrero de 2007)
Iglesia y Arte
a. Beatísimo Padre, desde hace muchos años la Iglesia Católica experimenta, “con gran turbación, confusión y perplejidad de sus fieles” en palabras de su venerado predecesor Juan Pablo II, una nueva época –muy opuesta a las precedentes– en su bimilenaria y armoniosa relación con todas las musas del Arte. Una nueva época marcada por la rebelión y el desprecio del arte contemporáneo hacia “las formas vivas o las formas de los seres vivos” según la definición de Ortega y Gasset; es decir, de desprecio hacia el realismo figurativo que durante milenios ha caracterizado el deseo de los diferentes lenguajes artísticos de ilustrar con riqueza, armonía y esplendor todas la realidades invisibles, para dar un lugar digno a la Hostia consagrada.
b. La vía para la recuperación de una buena relación entre el arte y la Iglesia Católica ya fue indicada en 1964 por Su Santidad el Papa Pablo VI, en el memorable “Discurso a los artistas”, del que Usted quiere ahora, con su gesto paterno, indicar la relevancia. Su amado predecesor indicaba por aquel entonces los siguientes puntos para el relanzamiento de un “pacto” entre los artistas y la Iglesia:
I. “Si queremos dar, volvemos a decir, autenticidad y plenitud al momento artístico religioso, a la Misa, es necesaria su preparación, su catequesis. En otras palabras, es necesario hacerla tomar o acompañar por la instrucción religiosa. No es lícito inventar una religión, hace falta saber qué ha sucedido entre Dios y el hombre, cómo Dios ha decretado algunas relaciones religiosas que hay que conocer para no volverse ridículo, balbuciente o aberrante. Es necesario estar instruidos. Y Nos pensamos que en el ámbito de la “Misa del artista”, aquellos que quieran manifestarse como verdaderos artistas, no tendrán dificultad en asumir esta sistemática, paciente y tan benéfica y provechosa información.
II. “Existe además una necesidad del laboratorio, esto es, de la técnica para hacer bien las cosas. Y aquí cedemos la palabra a vosotros, que diréis qué es necesario para que la expresión artística que hay que dar en estos momentos religiosos tenga toda su riqueza de expresividad de modos y de instrumentos, y si es precisa también la novedad”.
III. “Añadiremos, por último, que no basta con la catequesis ni con el laboratorio. Es necesaria la característica indispensable del momento religioso: la sinceridad. No se trata sólo de arte, sino de espiritualidad. Hace falta entrar en la celda interior de uno mismo y dar al momento religioso, artísticamente vivido, eso que aquí se expresa: una personalidad, una voz cavada en la profundidad del ánimo, una forma que se distingue de cualquier disfraz de escenario, de cualquier representación puramente exterior; es el Yo que se encuentra en su síntesis más plena y quizá más fatigosa, pero también más gozosa. Es preciso que aquí la religión sea verdaderamente espiritual, y entonces sucederá para vosotros aquello que la fiesta de hoy, la Ascensión, nos hace contemplar. Cuando uno entra en sí mismo para encontrar todas estas energías y dar la escalada al cielo –en ese cielo donde Cristo se ha refugiado– nos sentimos, en un primer momento, inmensamente, infinitamente lejanos”.
c. Santidad, cuarenta y cinco años después de aquellas palabras, los resultados son modestos, por no decir decepcionantes. Vemos crecer día a día edificios sagrados despojados de lo sacro y construidos sin ningún conocimiento de la liturgia, sino modelados sobre el funcionalismo o sobre el antojo irreflexivo y arbitrario del arquitecto creador. Vemos que en nuestras iglesias abundan imágenes y simbolismos como mucho genéricamente “religiosos”, pero que no ilustran ninguna realidad genuinamente católica o, aún peor, que distorsionan la verdad suma de la Encarnación. Vemos nuestros sagrados Leccionarios rebosar de pueriles y deformes dibujos que parecen una digna introducción a aquellas celebraciones que Vuestra Santidad, cuando era cardenal, había ya estigmatizado como “liturgias degeneradas en show” (“Prefacio” a La reforma de la liturgia romana, de Klaus Gamber), que pueden devastar y ridiculizar las propias capacidades de las musas del Arte de significar e ilustrar las cosas de Dios. Y escuchamos cada vez más melodías y cantos que, por su carácter prosaico, no tienen ya nada que ver con la solemne tradición de la melopeya Gregoriana. En resumen, el arte y la arquitectura sacras no parecen favorecer hoy el encuentro dulce y vivificante con el único Dios verdadero, sino más bien obstaculizarlo y pervertirlo constantemente.
I. Las causas de la situación actual
a. Santidad, aunque hayan transcurrido cuatro siglos desde su publicación, nos parece que el Discurso en torno a las imágenes sagradas y profanas del Cardenal Gabriel Paleotti (1582) expone con gran claridad la causa principal del desconcierto actual: “En nuestra opinión, los abusos no son tan achacables a los errores que cometen los artistas al dar forma a las imágenes, sino más bien a los errores de los señores que les hacen el encargo y que no lo hacen como debieran, ya que los artistas no hacen sino seguir sus indicaciones”.
II. Las referencias teológicas
a. Beatísimo Padre, los tres conocidos e imprescindibles fundamentos de la estética católica, Integritas, Proportio, Splendor formae, pueden ser resumidos en la demanda de la “Belleza de la Verdad”. La unidad, la verdad, la bondad y la belleza concurren de manera determinante e insustituible en la plena comprensión de lo Sacro trinitario y de la liturgia que de ahí se deriva. Constituyen el estatuto fundamental, califican la propia naturaleza de la Ressacra y, al mismo tiempo, la naturaleza de la relación de dependencia con ella del fiel reunido en Cristo y en la Iglesia. Si “pulchrum est quod visum placet”, es decir, “bello es aquello que gusta a la vista”, el arte sacro debe, por naturaleza, “poder gustar y deleitar extremadamente a todos”.
b. La divina semejanza entre Padre e Hijo (cfr. Jn 14, 9), que en la Trinidad es perfecta, sustancial y plena, se disemina en la creación por participación, y se disemina precisamente por el hecho de que la Santísima Trinidad quiere tener –también fuera de su arcana trascendencia de las criaturas– imágenes de Sí, capaces de cumplir inteligentemente y, por tanto, libremente, la misma santa liturgia que Ella cumple en Sí. El principio de semejanza, del mismo modo que gobierna la litúrgica relación generativa entre Padre e Hijo, gobierna también –aunque de manera subordinada y analógica– la litúrgica relación fuera de la Trinidad cuando es realizada por otros hombres que no son Cristo: el de Cristo es el Modelo carnal perfecto (determinado por los dos Nombres sagrados reconocidos por Santo Tomás y San Buenaventura: Verbum e Imago), cumplido sobre la tierra de la litúrgica relación espiritual cumplida por el Hijo en el Cielo. La Encarnacióndel Señor es principio y fuente del arte sacro. Un arte que ridiculice, no respete fielmente o pierda el dogma de la Encarnación –renegando en una nueva iconoclastia el Verbum y el Imago a través del abstraccionismo, la renuncia a las formas o la renuncia tout court a cualquier representación– es incompatible con la definición de “arte sacro católico”.
c. La liturgia no es algo construido artificialmente, una creación intelectualista para inventar una experiencia religiosa definida temporalmente. Es, por el contrario, el Cántico de sacrificio consumado por el propio Dios, a la gloria de Dios y en unión con el coro de las criaturas; y es el Ingreso en la misma Realidad trinitaria. La liturgia nos invita a dirigirnos al Señor, apartando la mirada de nosotros y de las otras criaturas para fijarla –por medio del sacerdote celebrantein persona Christi– en la Gloria del Padre. Por tanto, la liturgia es sacra porque desciende de lo alto, de Dios Trinidad que está en el Cielo. Por eso es “el Cielo en la tierra” y es sacra, además, porque así divinizada vuelve a subir a través del sacrificio de Cristo al Padre que está en el Cielo. Con ese fin, el arte no puede sino entenderse como “sirvienta de la liturgia” y ser, en todas sus formas, coherente con la afirmación del Aeropagita que la concibe como “representación visible de espectáculos misteriosos y sobrenaturales” que son, al mismo tiempo, fortísimamente reales.
d. El recorrido paralelo y la íntima integración del arte con la liturgia no finalizan con un mismo sentido. La obra artística y arquitectónica, a diferencia de la liturgia, permanecen también después de la conclusión de la liturgia. Tienen, de hecho, la tarea añadida de ser un eco de la liturgia, una vez que ésta ha terminado. Por tanto, la decoración de la iglesia y su estructura arquitectónica deben reivindicar una inalienable función pedagógica y protréptica hacia la fidelidad al mensaje evangélico y litúrgico; y así anticipa y prorroga la comunicación con el Señor durante Su demora.
e. Fidelidad a la Encarnación y fidelidad a la liturgia son, por tanto, los fundamentos del arte sacro católico.
III. El encargo
a. Padre Santo, el sacerdote y el liturgista han tenido siempre clara la responsabilidad inherente en la identidad cristiana y católica del encargo de un trabajo de arte sacro: de aquí se deriva la necesidad de verificar también la identidad del artista que, si no fuera igualmente clara, deberá completar un itinerario que parta de su vocación técnica para alcanzar esa vocación cristiana (y litúrgica) indispensable para crear un arte sacro. Esto lo salvaguarda de cualquier relativismo cultural y consiente, en cambio, la valorización de las culturas locales y las identidades devocionales locales.
b. La necesidad de desarrollar las devociones locales encuentra su justificación en las diferencias culturales, aútentica riqueza de la catolicidad. La eliminación de los cultos locales en los programas iconográficos de muchas iglesias contemporáneas es una muestra de violencia cultural. Un sabio uso de las imágenes de las devociones locales ayuda, de hecho, al desarrollo del sentido de pertenencia de la Iglesia al contexto geográfico y humano, además de que refresca el recuerdo del enraizamiento de la comunidad local en la historia de la Iglesia. La obra de arte puede erigirse como un instrumento útil y santo para la revitalización de las devociones locales, pero siempre extrayendo la tradición iconográfica del tema, sin la cual vendría paradójicamente negada dicha continuidad histórica respecto a los objetivos de la representación.
c. La desacralización de estos últimos decenios ha convertido a los clérigos y a los fieles en incapaces de asombrarse y deleitarse; asombro y deleite que dependen de la presencia de lo Sagrado. Lo sagrado cristiano es una consecuencia cristológica, dado que Cristo Jesús es el Verbo y Rostro del Padre hecho carne por nosotros. Si la Encarnación es el emblema esencial, no es porque el hombre se ha convertido en Dios, sino que es Dios quien se ha hecho hombre. Por este motivo, en el arte cristiano conviene insistir en el rol de la imagen. “Elars celebrandi debe facilitar el sentido de lo sacro y el empleo de las formas exteriores que educan a dicho sentido, como, por ejemplo, la armonía del rito, de las vestes litúrgicas, del mobiliario y del lugar sacro” (Sacramentum caritatis n. 42).
d. La ausencia en el itinerario formativo del clero de algunas indicaciones sobre el arte y la arquitectura sacras se percibe hoy en día como una grave laguna. Por eso, se siente claramente la necesidad de instituir un recorrido de formación artística y arquitectónica hasta el nivel universitario patrocinado por la Iglesia de Roma. Dicho recorrido debería, no obstante, estar siempre integrado por normas y cánones que puedan convertir a la Iglesia Católica en autónoma y Madre clara de un arte y arquitectura sacra coherentes.
IV. Los artistas
a. Santidad, es evidente que está muy difundido el analfabetismo religioso entre los artistas. Sería conveniente introducir catequesis teológico-litúrgicas específicas para llevar a cabo lo que ya expresó el Siervo de Dios el Papa Pablo VI en el antes mencionado encuentro con los artistas.
b. El artista, ante todo, debe serlo como tal, es decir, debe poseer una maestría objetiva para ejecutar lo que se le encarga y, paralelamente, debe conocer o por lo menos apreciar el Credo de la Iglesia y su Liturgia. Si en el pasado el primer requisito ha sido a veces ignorado, hoy en día corre peligro de ser ignorado también el segundo requisito.
c. La construcción de un edificio sacro cristiano o una composición musical para la liturgia son un anuncio permanente de Jesucristo al hombre. La actividad creadora del artista no puede, por tanto, prescindir en modo alguno de la moral y de la fe. San Pablo ha exhortado a los cristianos a conocer a Cristo “según el Espíritu” y no a conformarse a la mentalidad mundana. Esto implica que el conocimiento interior de Jesús lleva a la conversión y al abandono de cualquier sagacidad mundana. Un artista que no sea creyente puede llegar a realizar una iglesia sólo si, trabajando, se ensimisma en el misterio de la fe o si, finalmente, descubre allí la Gracia. Su arte será entonces testimonio de la verdad buscada y encontrada en la obra de arte. Sin embargo, eso es posible sólo gracias a una sincera predisposición para apreciar las verdades de fe para las cuales él trabaja y que, a través de la Iglesia, introducen en un modo más perfecto de conocer y de vivir la divina Realidad.
d. Ser contrario a las “grandes firmas” no significa que los proyectos de un arquitecto no creyente, no cristiano o católico no practicante sean inútiles o estén siempre fuera de lugar. Al contrario, pueden aparecer como premisas o pruebas para una educación que lleve a la conversión o a un camino de fe, antes de que sean proyectos de edificios sacros verdaderos y reales. La fe es, por tanto, un requisito primordial para hacer iglesias o arte sacro.
e. El artista cristiano es humilde y casi no aparece: a él, como a todos, también se le pide la conversión. En Su calidad de cardenal, Usted, Santísimo Padre, recordaba que para ser conducidos a un nuevo modo de mirar, primero se debe cambiar el corazón, partiendo del centro interior que es la cruz y la resurrección (Cfr. El espíritu de la liturgia: una introducción). Por eso los orientales exigen que para hacer un icono se ejercite el ayuno y la oración. Sin una disposición anímica al menos abierta a la fe no se puede producir arte sacro apto para la liturgia.
f. De lo anterior se concluye que es necesario conocer la Liturgia y la Escritura, la continuidad con la Tradición y con el Magisterio de dos mil años. El artista cristiano no trabaja solo, sino en comunión y en continuidad con la comunidad eclesial de todos los tiempos. Una iglesia contemporánea no puede estar en ruptura con las formas y los materiales consagrados por la tradición, sino innovándolos y desarrollándolos desde dentro.
g. La belleza divina es, junto con la verdad, un fundamento ontológico del arte sacro. Lo característico de la liturgia es la íntima conexión de la celebración ritual con su simbolismo gestual, lingüístico y artístico; por tanto, con la disposición arquitectónica e iconográfica que ilustran la mistagógica o interpretación litúrgica. En la liturgia Dios se revela y se hace realmente presente al hombre. De ahí que, en cierto modo, también el artista es ministro (“siervo”) de la Belleza “alética”, esto es, de la “Belleza de la Verdad” a la que antes se aludía.
h. Si el artista es humilde, no hay belleza mejor que dejarse transformar por Cristo. Sólo así la belleza –que hemos visto que proviene sólo de Cristo– puede salvar el mundo poniendo orden: el orden del amor. Por esto, a la postre “sólo el amor es creíble”. ¿Cómo puede un artista construir una iglesia imagen del cuerpo de Cristo sin el amor teologal?
i. Por tanto, el arte sacro cristiano –es decir, un arte ordenado a la liturgia– está fundado sobre una mirada que se abre en profundidad, se apoya sobre la dimensión eclesial de la fe, que es objetiva, realista y compartida, y requiere que el artista sea formado interiormente en la Iglesia (cfr. Ibidem). La libertad del arte no significa arbitrariedad, sino una adhesión libre a las exigencias obligantes de la fe. Sin la fe no hay arte apto para la liturgia, sino un conocer a Cristo simplemente “según la carne”.
V. El Espacio Sagrado
a. Beatísimo Padre, como Usted escribía cuando era cardenal, “en la liturgia eucarística [...] el sacerdote guía al pueblo en la oración y está vuelto hacia el Señor” (“Prólogo” a Volverse hacia el Señor: orientación en la plegaria litúrgica, de Uwe Michael Lang). Por tanto, en toda iglesia el centro ideal es Aquel que reside en ella y que la constituye como es (cfr. Jn, 2, 21). Por eso sería conveniente reintroducir la orientación a Cristo y volver a convertir en fulcro reinante del espacio sagrado el Tabernáculo y la Presencia Real del Señor.
b. Para insertar de nuevo la definición de “espacio sagrado” en el concepto detemplum es necesario recorrer nuevamente sus fundamentos constitutivos. La sacralidad del edificio eclesiástico es un hecho objetivo tras su consagración; acto en el que se corta una porción del espacio a los usos profanos y se dedica, se consagra, al culto a Dios. Debido a este procedimiento las iglesias pueden también llamarse templos, como manifiesta la etimología de la palabra templo, del griego Τέµνω, “cortar”, del que deriva Τέµενος, “recinto”. Para expresar esta característica de que es un espacio en el cual los usos mundanos ha sido “arrancados”, son necesarias algunas destrezas proyectuales que están expresadas de diversas maneras a lo largo de la historia de la edificación eclesiástica. Uno de los requisitos fundamentales para expresar la sacralidad de un edificio es la expresión grandilocuente de su alteridad respecto a los edificios de su entorno. La tradición nos ha transmitido el uso de la monumentalización de la entrada para subrayar la importancia del paso del umbral y su carácter transitivo entre dos dimensiones diferentes. También en el interior de las iglesias se han distinguido numerosos recintos para proteger áreas de estricto uso sacerdotal de otras áreas laicales; y, a su vez, para distinguir las áreas dedicadas a los sacramentos (del bautismo y de la confesión, por ejemplo) del resto de áreas.
c. Es necesario recurrir una vez más a la fuente primaria de la sacralidad del espacio de culto cristiano para darse cuenta de que el antiguo ritual de consagración del edifico era, de hecho, una forma del ritual del bautismo, donde se repetía sobre el cuerpo lapídeo del edificio –esquemáticamente y según era posible– los gestos y los significados adjuntos al rito del bautismo de los hombres. La Iglesia, cuerpo místico de Cristo, toma cuerpo de modo similar en la iglesia-edificio y, así como un hombre se dedica Cristo desde su bautismo, de igual manera sucede para el edificio. En su comparación con el cuerpo bautizado es inevitable, por tanto, que en el edificio consagrado se haga alusión al cuerpo humano, que es la máxima creación divina. Más allá de la planta con forma de cruz –a menudo empleada por las mismas razones– un elemento de semejanza más genérico pero también más sustancial es la simetría, que es un criterio de composición que además informa una gran parte de la creación. Como si fuera el interior del cuerpo de un hombre consagrado, es bueno que en el interior de la iglesia reine la medida de la simetría.
d. Un tercer criterio útil para la definición del espacio sagrado cristiano es la jerarquía de los espacios. Se entiende, pues, que existe una jerarquía en la disposición espacial de las diferentes partes que componen el lugar de culto, y una jerarquía en la decoración de dichas partes. En cuanto a la primera jerarquía, es apropiado que los espacios donde se cumplen las acciones litúrgicas sean posicionados sobre un plano más elevado que el resto. Esta elevación expresa la importancia de las acciones que allí se cumplen y se convierte en un símbolo del camino de elevación del hombre hacia Dios, que aproxima al cielo (lugar simbólico de la presencia divina, a cuya visibilidad ayuda). Por lo que respecta a la segunda jerarquía, es conveniente también que la decoración obre una gradación desde los espacios menos sagrados a los más sagrados, a través de los materiales, colores o temas. Además, esta gradación tiene la tarea de participar de la misma jerarquización de los espacios que se da en la arquitectura a través de la sobreelevación.