El patrimonio arquitectónico es un legado pasajero. Ya sea por la acción del hombre, la naturaleza o ambos, éste desaparece con el paso de los siglos. Sin embargo, sólo en la mano del hombre está la decisión de mantener ese patrimonio, impedir su desaparición y consolidar los vestigios arquitectónicos de culturas pasadas.
El 14 de Julio de 1902 los venecianos desayunaron con una desagradable noticia: el Campanario de la Plaza de San Marcos se había desplomado después de que unos días antes se hubiesen descubierto unas peligrosas grietas en la pared norte.
Fotomontaje de la época mostrando el momento del derrumbe
El campanile que colapsó en 1902 era una construcción de los arquitectos Giorgio Spavento y Bartolomeo Bon concluida en 1513. Su base fue ampliada en 1549 por Iacopo Sansovino, quien añadió una loggia conocida como la Loggetta. Es en esta hermosa ampliación donde hay que buscar la posterior ruina de la torre, pues para que ésta quedara completamente integrada en la torre hubo que cercenar parte de la base, hecho que a la larga provocó el derrumbe al no ser capaz la estructura de aguantar su propio peso.
Fotografía de Julio de 1902 con los restos de la torre
La Loggeta en 1914, poco después de su reconstrucción
Las autoridades venecianas reaccionaron rápido y en menos de un año ya se estaban iniciando las obras de reconstrucción del Campanile “donde estaba y como era”, palabras que fueron pronunciadas por el sindicalista Filippo Grimani durante el discurso de colocación de la primera piedra el 25 de Abril de 1903. Estas palabras recogen el clamor popular (en una época en la que los sindicatos se preocupaban por le pueblo más que ahora) ante el debate generado por su reconstrucción. El arquitecto Otto Wagner por ejemplo, opinaba que la pérdida del campanile se debía a la desidia de los propios venecianos por mantener su patrimonio y advertía de la imposibilidad de una reconstrucción, bien por la desaparición de las técnicas constructivas de la época, bien por la enorme suma requerida para hacerlo. Otros temían que la reconstrucción se hiciera siguiendo la “teoría de la unidad de estilo” creada por el arquitecto francés Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc según la cual el objetivo de la restauración no era devolver al edificio a su estado original sino al estado “que debería haber sido”, incurriendo en el falso histórico.
Caricatura de 1912 con una hipotética propuesta de Otto Wagner para una nueva torre
Sin embargo, tanto el consejo comunal como la suscripción popular permitieron acumular la suma necesaria para su construcción, y el arquitecto Luca Beltrami, discípulo de Camilo Boito, hizo un excelente trabajo de reconstrucción de los restos como si de una anastylosis se tratara, devolviendo a la ciudad una pieza clave de su urbanismo y del sentimiento colectivo veneciano. Gracias a él miles de visitantes pueden continuar admirando una estructura que ha servido de base e inspiración para torres y rascacielos de todo el mundo.
Planta, alzado y sección de la torre antes y después de su desplome
No sabemos si hoy día existiría la voluntad suficiente por parte de autoridades y arquitectos para actuar como los venecianos de hace un siglo. Nuevas teorías e ideas han cambiado radicalmente el mundo de la arquitectura; los arquitectos, en su continua alienación para con la Historia de la Arquitectura, han ido delegando competencias patrimoniales en historiadores y arqueólogos, quienes se han tenido que encargar del mantenimiento y restauración de nuestros monumentos. Como ya comentamos al hablar del Arquitecto ante la Historia de la Arquitectura, la toma de conciencia de la realidad objetiva de la historia y el entorno es fundamental a la hora de intervenir en estos conjuntos. Esta aparente verdad de Perogrullo deja de ser tal cuando observamos las desafortunadas intervenciones del Teatro de Sagunto o la Plaza de la Encarnación de Sevilla. En el primer caso, bastaba con una anastilosis de los restos existentes y no la inmensa mole que han acoplado a las ruinas bajo el desagradable apelativo de “restauración analógica”. En el segundo caso, teniendo en cuenta su historia, el estado de las instalaciones antes de su injusta demolición, el lamentable espectáculo que dio el Ayuntamiento hispalense con la gestión de ese espacio fundamental, y finalmente el horrible proyecto alemán que se ha impuesto a los sevillanos, nos mueven a afirmar que el mercado de la Encarnación debía haberse reconstruido donde estaba y como era.
El Mercado de la Encarnación, tal como era en la década de 1960 y debería haberse mantenido hasta nuestros días.
Nuestras piedras son nuestra historia, nuestro pasado, esos libros pétreos que hablan de las culturas que nos precedieron y de cómo nuestros antepasados conceptuaron aquellas urbes que con tanto esmero fueron generandose, casi siempre alrededor de un primitivo edifico importante.
ResponderEliminarSin duda, el ejemplo que pones es toda una lección de ese amor del pueblo por conservar su historia, su patrimonio y esa reflexión nos la hacíamos no hace mucho contemplando la que pronto será patrimonio de la humanidad, La Torre de Hércules en La Coruña, una obra arquitectónica perfectamente conservada y cuidada.
Hoy se demuele o se reconstruye a gusto del político de turno y ahí es donde se pierden todos los principios.
Esta Torre veneziana es magnífica y un orgullo para la ciudad.
Cordiales saludos
El caso del campanile de San marcos fue un gran ejemplo de cómo actuar ante grandes catástrofes patrimoniales. También demuestra cómo el patrimonio es un bien frágil y efímero que hay que conservar.
ResponderEliminarPero por desgracia los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial observaron impasible cómo en nombre del progreso se destruía buena parte de la Historia de Europa.
Como dice Logan y Lory,"hoy se demuele o se reconstruye a gusto del político de turno y ahí es donde se pierden todos los principios".
ResponderEliminarPues eso,querido Pfunes,en una ciudad como Sevilla donde rige un alcalde surrealista,incapaz y claramente inepto,en compañía y danza del teniente de alcalde comunista cuya máxima prioridad es meterle el dedo en el ojo a lo que el considera las "fuerzas vivas",el panorama arquitectónico de conservación y restauración del patrimonio es desolador.
El progreso constructivo y la conservación del patrimonio y legado que dejaron nuestros antepasados, pueden coexistir si para ello "las mentes" de politicos, que al fin y al cabo son ellos los que deciden, se paran a pensar un poco más. Vivo en un barrio donde según los expertos nunca se tuvo que construir, que es el Carmelo de Barcelona. Josep Maria Porcioles que fué designado por la dictadura alcalde de Barcelona desde el año 1957/73 lo que era simplemente una montaña acabó siendo un barrio obrero donde cada uno se hacia sus casas y donde cada trozo de terreno se consideraba "edificable". LLevan años dejando a este barrio con el alma en vilo en lo que llaman "nueva remodelación". Ya sabemos lo que pasó cuando empezaron las obras del metro y comenzaron a remover el subsuelo. Desde mi terraza, ver el barrio es mas o menos como el juego del Tetris pero forma parte de la historia y creo que deberia dejarse como está. Todo es puro negocio, nada más.
ResponderEliminarNatalia, la demolición de la Plaza de la Encarnación de Sevilla fue un momento negro en la historia de la capital hispalense. No era necesaria; hubiera bastado con una restauración a fondo que hubiese adaptado el mercado a las nuevas condiciones higiénicas.
ResponderEliminarPero primó primero la especulación y luego un "efecto guggenheim" mal entendido que metio con calzador una propuesta que levantó ampollas hasta en la Junta de Andalucía (se opusieron a la acxtual propueta Patrimonio Y Medio Ambiente).
Javier, hasta donde yo se, el barrio del Carmel fue un "mal necesario" para cubrir la necesidad de dar alojamiento a todos los emigrantes españoles que acudían a Barcelona a buscar trabajo. Lo que hizo la Generalidad después del desastre de las obras del metro sólo puede equipararse con las demoliciones que hizo Hitler en Berlín o Ceaucescu en Bucarest.
Los barrios de autoconstrucción no son tan caóticos como aparentan y están llenos de soluciones espaciales (públicas y privadas), ingeniosas, inteligentes y sostenibles, si bien tienen la virtud que da la espontaneidad.
Un saludo a ambos y siento la tardanza en responderles.