Cuando empezamos a escribir en este blog, España vivía los últimos días de vino y rosas de una burbuja inmobiliaria que ha maltrecho la antes aparentemente prometedora economía nacional. Durante los últimos años no había ciudad en nuestro país que no quisiera sumarse al "efecto Guggenheim", a la vista de los excelentes resultados que para la otrora degradada Bilbao había tenido el edificio proyectado por Frank Gehry. Animados por el crédito barato y unas generosas ayudas de la Unión Europea, no pocos ayuntamientos procedieron a reinventar toda su geografía urbana a base de irreflexivos iconos arquitectónicos producidos en serie por los herederos de la debacle posmoderna, transformados en minimalistas, deconstructivistas y, recientemente, parametricistas. Los flamantes paneles con infografías de los proyectos han resultado en obras muy caras, con áreas de las mismas aplazadas sine die, por no hablar del natural problema de todos estos museos y centros de interpretación, que emplean todos los fondos en el continente y no son capaces de llenarlos de contenidos.
Ser moderno estaba de moda y la tradición era una venerable, pero incómoda, pieza de museo. Un "palimpsesto" sobre el que intervenir y demostrar la redimida modernidad española a ojos no se sabe muy bien de quién (probablemente del propio ego de los arquitectos que los diseñaron). El clasicismo era cosa de nuevos ricos horteras, que efectivamente se dejaban sus rentas generadas por la venta de "pisitos" en los despachos de arquitectos que soñaban con estar a la altura de los "starchitects" pero no eran capaces de llegar a la suela de las alpargatas del más humilde constructor vernáculo. Y las escuelas de arquitectura adoctrinaban y siguen adoctrinando a sus estudiantes en una Arcadia feliz donde el Movimiento Moderno siempre triunfa, las viviendas son siempre experimentales, y la vida profesional del arquitecto debe consistir en una sucesión de triunfos en concursos de arquitectura en los que la "idea de proyecto" debe ser el principio rector e irrenunciable de toda la metodología proyectual, por encima de las necesidades reales del edificio o incluso de los invariantes arquitectónicos del lugar.
Poco ha cambiado la situación en líneas generales desde entonces, pero parece ser que la grave crisis que sufrimos está cambiando la forma de entender la arquitectura clásica, tradicional y vernácula. Parece que ésta deja de ser objeto de estudio estático, inmutable como algo pasado que no se puede repetir, a una fuente de aprendizaje y verdadera sostenibilidad. Los presupuestos obscenos de muchos proyectos realizados, unida a la falta de identificación real de la sociedad con esas moles, están haciendo a los arquitectos replantearse la esencia del sistema "starchitecture" y si bien, para nada desearían volver a la senda de la tradición, al menos se muestran receptivos y tolerantes a la hora de asimilar nuevas propuestas y enfoques diferentes a los académicamente establecidos, dándose la ironía de que la modernidad se ha trastocado en inmutable academia y la tradición académica se transmuta en una suerte de trasgresión de las normas, empleando en ocasiones los mismos razonamientos que emplearon las vanguardias hace casi cien años para desbancar a la tradición.
Como muestra de ello podemos citar las brevísimas reseñas que ha publicado la revista AV, publicación de referencia en el ámbito de la arquitectura española, sobre los dos últimos galardonados con el premio Richard H. Direhaus: los señores Rafael Manzano Martos y Robert A. M. Stern. Antes de eso la única referencia que esta revista hizo al clasicismo contemporáneo fue su monográfico "Clasicismos" en 1990. Además cabría mencionar la reciente conferencia que el Sr. Leon Krier ha impartido en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, posible gracias a los desvelos de los profesores D. David Rivera, D. Alejandro García Hermida y D. Luis Fernández Galiano y que hace unos años habría sido impensable. No obstante, las reacciones han sido muy positivas (véase aquí y aquí) y al igual que en el Festival de Arte Cívico Genialidad Krier de Guatemala, celebrado en Octubre de 2010, las sabias palabras del arquitecto luxemburgués han sabido despertar las conciencias de unos estudiantes hastiados de una modernidad que cada día se revela más insostenible. Relacionado con esto se produjo hace unos días un enriquecedor debate con un estudiante de arquitectura relacionado con el proyecto Borgo Corviale del arquitecto Ettore María Mazzola:
En general parece que la arquitectura se encuentra en un punto de inflexión, en el que si bien la Modernidad no puede, ni debe, ser sustituida en su totalidad por la tradición, ésta sí puede ocupar el lugar que lógica y legítimamente le corresponde. Es por eso que el texto fundacional de esta página no ha perdido vigencia y el cumplimiento de sus objetivos le sigue dando razón de continuidad y existencia.
A continuación reproducimos la primera entrada publicada. A día de hoy esa idílica comunión entre tradición y modernidad ilustrada en el montaje de la fachada del Ayuntamiento de Murcia, del arquitecto Rafael Moneo (1991-1998), con la contraportada del Ensayo sobre la Arquitectura del Abad Laugier (1752), se nos antoja improbable, pero hemos querido conservarla como signo de esa voluntad de que el clasicismo retome su posición arquitectónica en igualdad de condiciones con una prolífica modernidad que, a pesar de sus fracasos, también merece un lugar preeminente.
-o0o-o0o-o0o-o0o-o0o-o0o-
Al llegar al cuarto curso el estudiante de arquitectura se encuentra en las condiciones necesarias para sentar las bases de su propio lenguaje arquitectónico. Tres cursos de Proyectos, con la ayuda de la historia y la teoría arquitectónica, permiten perfilar una serie de elementos que el estudiante hace suyos, iniciando un apasionante proceso de aprendizaje tan largo como la vida misma. Por otro lado, los recientes cambios sociales, culturales y económicos, abren una nueva puerta a realidades desconocidas para todos, pues son fenómenos que trascienden los límites tradicionales y necesitan nuevos planteamientos.
Este amplio abanico de posibilidades permite una interacción entre disciplinas que enriquece la experiencia proyectual a la vez que muestran un mundo optimista, culturalmente diverso y en continuo intercambio de ideas.
Sin embargo, se corre el riesgo que este continuo flujo de opiniones se vea interrumpido por la ausencia u omisión voluntaria de determinadas experiencias que se han visto demonizadas a lo largo de la historia reciente. Nos referimos efectivamente al lenguaje clásico.
Obligado a elegir por la ortodoxia moderna entre su transformación en reglas abstractas de proporción ó armonía y el exilio al lazareto del consumo comercial, muchos lo dieron por desaparecido. El elaborado idioma de los órdenes clásicos se juzgó ornamental y jerárquico, dos pecados mortales para una nueva arquitectura que se quería desnuda e igualitaria. Pero los elementos que evocan el mundo antiguo han manifestado ser excepcionalmente resistentes, y los últimos años han visto el ave fénix del clasicismo renacer una vez más de sus cenizas.
Tras décadas de depuración académica se ha conseguido erradicar de las Escuelas de Arquitectura toda referencia a épocas anteriores a las vanguardias que vaya más allá de la mera y monótona descripción estilística de la Historia de la Arquitectura. Y se ha perdido la esencia de una identidad cultural, de una tradición interpretadora, de un lenguaje rico en expresiones que pretendía ser universal, para todos los pueblos, para todas las naciones. El Movimiento Moderno asestó un golpe de muerte a la initerrumpida tradición del lenguaje clásico (que por otra parte era inevitable), y que ni los intentos de Le Corbusier o la posmodernidad consiguieron revivir del coma profundo en el que ha entrado. Ahora estamos en el momento para revivir este lenguaje o definitivamente retirarle su respiración asistida.
Quizá resulte cuanto menos curioso que un estudiante de Arquitectura se preocupe no sólo por el lenguaje clásico, que a todas luces parece obsoleto, sino además por su recuperación como experiencia proyectual. Más extraño aún puede parecer el hecho que se incluya esta inquietud en un documento que debe servir de presentación a sus profesores, quienes quizá esperen encontrar una presentación de gestos brillantes destinada a deslumbrar al arquitecto con el que uno desearía trabajar.
El lenguaje clásico es como una anciana primma donna que realiza una última función que invariablemente será la penúltima. Una diva amada por su público pero a quien los mismos admiradores han privado de su dignidad y que incapaz de repetir los éxitos de la juventud, parece hacer un gran ridículo que es perdonado por el público fiel pero con el que se ceba la crítica para destruirla. A simple vista parecería acabada la carrera de esta artista, pero si sabe renovarse y adaptar sus papeles a su edad, seguirá triunfando.
Esta sencilla metáfora recoge mi opinión sobre la situación actual, bastante ambigua, de la renovación del leguaje clásico. En primer lugar las opiniones en contra, con dos argumentos básicos: obsolescencia del lenguaje debido a la aparición de las vanguardias y su posterior renovación; y graves connotaciones negativas debidas al inadecuado uso del lenguaje por regímenes totalitaristas megalómanos. Por otro lado, las opiniones a favor parten del hecho de la continuidad ininterrumpida del lenguaje clásico, sobre todo en el ámbito anglosajón, a partir del cual postulan la versatilidad del lenguaje y su adaptabilidad a los nuevos sistemas estructurales, ya que la arquitectura clásica y el hormigón armado son sistemas básicamente adintelados.
Es cierto que los argumentos en contra son de peso y que deberían echar hacia atrás a cualquiera. Pero en primer lugar, la carga histórica de los totalitarismos pierde peso y el empleo del lenguaje clásico deja de asociarse a los gobiernos dictatoriales. Por otro lado, la obsolescencia del lenguaje clásico proviene de lo que podemos denominar de un error de de concepto. Me explicaré: la tratadística clásica en la Europa continental toma como bases los tratados de Serlio y Vignola, que interpretan el empleo de los órdenes como ornato de superficies. Sin embargo, el clasicismo inglés, y por extensión el norteamericano, es de base palladiana, cuya lección es eminentemente tipológica y volumétrica, integrando todas las partes del edificio mediante el empleo de los órdenes. Esto último explica la continuidad del lenguaje clásico en el ámbito anglosajón (sobre todo en la obra de Quintlan Terry) y su fracaso en el ámbito europeo continental. Y por último, la obsolescencia estructural y el compromiso de autenticidad, factores muy importantes. El primero ha sido superado gracias a una simbiosis entre la técnica tradicional y los órdenes clásicos por un lado, con las nuevas tecnologías de la construcción por otro. El segundo factor, el compromiso de autenticidad es más difícil de superar, pues es bastante lógico suponer poco riguroso el empleo de materiales nuevos para imitar arquitecturas antiguas. Sin embargo, los aplacados de piedra y vidrio, los revestimientos, falsos techos y demás elementos constructivos hacen poco honor a la autenticidad estructural del edificio pues ocultan sus verdaderos elementos estructurantes.
Siguiendo este compromiso de autenticidad, nuestros edificios no deberían llevar aplacados o revestimientos de ningún tipo (tanto horizontales como verticales) y deberían dejar vista la estructura y los cerramientos como si se acabasen de ejecutar (algo así como un brutalismo exagerado). Obviamente esto no es factible, pues el proceso proyectual en ocasiones debe faltar a ese compromiso de autenticidad para perfilar una buena idea de proyecto.
Pretendemos hacer notar que el lenguaje clásico puede emplearse en igualdad de condiciones que las demás alternativas proyectuales que se barajan en la Escuela. Es decir, que su lectura desde el punto de vista palladiano y del neoclasicismo empírico (Durand, Schinckel…) nos permite jugar con un enorme repertorio de posibilidades espaciales y compositivas que anda tienen que envidiar al minimalismo ó al deconstructivismo.
Obviamente no se pretende, como en otras épocas, imponer estos códigos y despreciar los demás, sino que éstos, los cuales todavía tienen algo que decir, puedan convivir en este amplio abanico de posibilidades que al principio aludíamos.
Escribí este texto como presentación para el curso de proyectos IV de la ETSA de Sevilla en el año 2004. Iniciar el blog con esta reflexión me permite, además de esbozar las líneas guía del pensamiento que desarrollaremos, hacer una toma de contacto con la realidad de las opciones arquitectónicas actuales, centrándonos fundamentalmente en el clasicismo. En las siguientes entradas hablaremos de la evolución del clasicismo arquitectónico, con su apoteosis y caida, despejaremos mitos erróneos en cuanto a su génesis y utilización, presentaremos obras y arquitectos actuales comprometidos con estos ideales, y plantearemos alternativas a proyectos, mostrando que OTRA ARQUITECTURA ES POSIBLE.