viernes, 19 de agosto de 2011

Robert A. M. Stern: ¿Driehaus o Pritzker?

Para cualquier arquitecto moderno la recepción del Premio Pritzker supone el máximo reconocimiento a nivel profesional de su carrera, equiparable en cierta medida a una suerte de Premio Nobel de la Arquitectura. Desde su creación en 1979 por J. A. Pritzker, ha venido premiando anualmente la arquitectura más destacada del momento, irguiéndose en referente para la nueva modernidad gestada tras la crisis del Movimiento Moderno, cuyo punto de inflexión fue la demolición del complejo residencial de Pruitt Iggoe del arquitecto Minoru Yamasaki en 1972 debido a las altas tasas de criminalidad y vandalismo que adolecían sus edificios, construidos siguiendo escrupulosamente las pautas de la Arquitectura Moderna y el Urbanismo de la Carta de Atenas de 1933 (no confundir con la Carta de Atenas sobre el Patrimonio de 1931). 

A pesar de premiar la excelencia profesional de los arquitectos más destacados de nuestros tiempo, este premio omite deliberadamente a un número de profesionales que basan su ejercicio en los postulados del clasicismo y la tradición. No obstante, algunos de los premiados con el Pritzker, como Phillip Johnson o Rafael Moneo coquetearon en su momento con el clasicismo en su irónica revisión posmoderna con la que pretendían resolver los problemas sociales que dejó el Movimiento Moderno. No fue hasta 2003 cuando el magnate y mecenas Richard H. Driehaus instituye el premio que lleva su nombre y encomienda a la Universidad de Notre Dame en Indiana la entrega del mismo. Este premio anual laurea a aquellos profesionales que se han mantenido fieles a los principios de la arquitectura clásica y tradicional: uso de materiales vernáculos, búsqueda de la sostenibilidad a través de las soluciones tradicionales, referencia directa a los Tratados de Arquitectura, así como a la antigüedad grecorromana y al clasicismo renacentista y barroco. Su primer receptor fue Leon Krier en 2003, seguido de Demetri Porphyrios en 2004, Quinlan Terry en 2005, Allan Greenberg en 2006, Jaquelin T. Robertson en 2007, Andrés Duany y Elizabeth Plater-Zyberk en 2008, Abdel-Wahed El-Wakil en 2009, Rafael Manzano Martos en 2010 y Robert A. M. Stern en 2011

Salvo los galardonados en 2009 y 2010, todos los arquitectos premiados pertenecen a un ámbito profesional anglosajón, más propenso a las formas clásicas que el Mediterráneo y Europa Central. Esto se debe en parte a que en estos países, junto con Hispanoamérica, no hacen una valoración moral del clasicismo como la que se realiza en Europa, donde se identifica con dictaduras, fascismo y regímenes totalitarios por haber sido usada puntualmente por esos gobiernos durante los años 30 cuando en realidad el uso del “clasicismo depurado” era bastante habitual en el periodo de entreguerras (véase “El carácter apolítico del clasicismo”). En los países Anglosajones y en Hispanoamérica el clasicismo tiene una valoración moral muy positiva ya que se considera un garante de sus libertades democráticas y símbolo de vitalidad cultural. La mayoría de edificios institucionales de estas naciones se construyeron empleando un lenguaje clásico con el que pretendían vincularse arquitectónicamente a las primeras democracias helénicas. Sin embargo, eso no les impide aceptar la arquitectura moderna y convivir con ella, valorando todos sus aspectos positivos de la misma forma que valoran positivamente el clasicismo (véase “La escuela de Chicago y la tradición clásica norteamericana"). 

Una de las características más destacables de los nuevos clasicistas o nuevos palladianos, aparte de su compromiso de continuidad con la tradición, es su tolerancia hacia la arquitectura moderna siempre y cuando ésta no agreda directamente al Patrimonio y los entornos Patrimoniales. Tolerancia que por otra parte no es recíproca, puesto que los arquitectos contemporáneos desdeñan todo contacto con la tradición, considerándola en el mejor de los casos una venerable pero incómoda pieza de museo o un palimpsesto sobre el que redefinir su propio ego. Aunque lo normal es apelar al “falso histérico” y calificar de pastiche todo lo que no sea una ruptura violenta con el pasado y la consiguiente huida hacia delante con destino incierto. 

Al contrario que los grandes maestros del Movimiento Moderno, quienes recibieron una formación clásica pero abrazaron la modernidad rechazando el lenguaje clásico que tan bien dominaban, Robert A. M. Stern es un claro exponente de arquitecto que habiendo recibido una formación moderna, acaba volviéndose clásico y dominando su lenguaje a la perfección, sin por ello renegar de sus raíces modernas. Su estudio nos muestra un amplio abanico de edificios, complejos comerciales o residenciales y planes urbanos, haciendo gala de ese espíritu multidisciplinar que le permite proyectar edificios modernos, como el Centro Comcast en Philadelphia (Pennsylvania, EEUU, 2008) o la Torre Carpe Diem (París, Francia). Y a la vez que es capaz de ofrecer obras modernas, también es un gran tradicionalista moderno, término acuñado por él mismo para definir a aquellos arquitectos cuya filosofía proyectual se adapta a la tradición constructiva, tradicional e industrial, del lugar donde se asientan sus edificios. La Biblioteca Pública de Nasville (2001, Tennessee, EEUU) y el Edificio Bavaro en la Escuela Curry de Educación de la Universidad de Virginia (Charlottesville, Virginia, EEUU, 2010) son dos magníficos ejemplos del otro extremo creativo de este polifácetico arquitecto que perfectamente podría aspirar al Pritzker por la pureza casi minimalista de sus obras modernas.




Torre Carpe Diem (París, Francia). Arq: Robert A. M. Stern.

Para saber más sobre Robert A. M. Stern:






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