lunes, 29 de agosto de 2011

Clasicismo e Industria (II): La antigua Central Térmica de Aliaga (Teruel, España)

Central térmica de Aliaga, Teruel (España), h. 1955. Fachada Noroeste antes de la última ampliación.

Hasta la Revolución Industrial las tipologías arquitectónicas habían permanecido estables. Cuando un arquitecto proyectaba un edificio tenía toda una serie de referentes arquitectónicos con los que guiarse en su tarea, heredados de los Diez Libros de Arquitectura de Vitruvio, la observación de las ruinas de la Antigüedad, y la tratadística derivada de ambos. 

Esta emulación directa era posible a través de la cultura humanista que permitía establecer analogías directas con la sociedad y edificios romanos, considerados un ideal de vida armónico que era necesario recuperar para salir de las “tinieblas” medievales. De esta forma podía extraerse una lección tipológica y espacial de templos, teatros, anfiteatros, acueductos, basílicas, villas, termas, arcos triunfales... para ser utilizados a las nuevas necesidades sociales surgidas a partir del Renacimiento. Palacios, Villas, Iglesias, Fortalezas, Puertas, Hospitales... emulaban la Antigüedad empleando su mismo lenguaje, el de los órdenes clásicos. 

Por su parte, la tecnología heredada de la Edad Media, mejorada con el redescubrimiento de tratados de hidraúlica y mecánica, así como los descubrimientos técnicos y científicos dieron lugar a una etapa de desarrollo cada vez más acelerado. La Revolución Industrial no sólo aportó a la arquitectura nuevos materiales y técnicas constructivas; también aportó un tipo de edificio que difícilmente podía tener analogía con la Antigüedad: la fábrica. Asimiladas en un principio a las grandes residencias aristocráticas, las primeras Manufacturas Reales o fábricas-palacio pronto dieron paso a edificios que necesitaban de grandes espacios diáfanos para albergar la cada vez más compleja maquinaria o la enorme cantidad de productos manufacturados que eran capaces de producir. 

Este edificio, de cubierta a dos aguas o en dientes de sierra, con o sin chimenea, se convertiría en el referente para todos los edificios industriales. Los arquitectos de aquellos primeros tiempos de la revolución industrial, necesitaban encontrar una analogía, un referente arquitectónico que les permitiera proyectar el edificio de acuerdo a una tradición todavía no interrumpida. A la dificultad de encontrar una analogía tipológica se unió la necesidad de emplear materiales capaces de ser producidos en serie (hierro y ladrillo) pero susceptibles de desarrollar un lenguaje propio, derivado del clasicismo y adaptado a las nuevas necesidades industriales. Lamentablemente este lenguaje iría simplificándose hasta su anulación por parte de la Arquitectura Moderna durante el primer tercio del siglo XX, dando lugar a complejos industriales tan anómicos como las viviendas que habitan sus obreros, construidas de acuerdo a los principios del Movimiento Moderno y la Carta de Atenas. 

La renovación del clasicismo tras la Primera Guerra Mundial, a través de lo que Robert A. M. Stern denomina Clasicismo Depurado, dio lugar a interesantes ejemplos de arquitectura industrial donde el lenguaje clásico es herramienta de proyecto, como la Central Térmica de Aliaga, en Teruel (España). Este complejo es interesante por haber sido construido en un momento en el que el utilitarismo moderno había despojado a la arquitectura industrial de cualquier atisbo de dignidad impidiéndole mostrar otra cosa que no fuera la rudeza de un lenguaje estructural y maquinista basado en la ingeniería de los materiales. 

Central térmica de Aliaga, Teruel (España). Fachada Sureste.

La central fue construida entre 1949-1952 y ampliada en 1958, siendo en su momento la mayor y más moderna de las centrales eléctricas nacionales. Su funcionamiento dependía del suministro de carbón de minas locales, por lo que a medida que éstas cierran la central debe traer el mineral de puntos más alejados, lo que afectó negativamente a su rentabilidad. Por ello al finalizar su vida útil en 1982 la central queda clausurada. 

La primera nave de calderas, terminada en 1952, tenía 76 metros de longitud por 36 de altura. El arquitecto de esta primera nave identificó la sucesión de pórticos de hormigón con las columnas de un templo pseudoperíptero, usando los pilares de hormigón a modo de columnas con un estilizado capitel toscano (muy apropiado para las actividades que se desarrollaban en el interior; ver “Órdenes de arquitectura y personalidad”) rematadas por un enorme entablamento con frontón. De esta forma la central térmica queda consagrada en una especie de templo de la energía. 

 Central térmica de Aliaga, Teruel (España). Detalle de la fachada Sureste.

Central térmica de Aliaga, Teruel (España). Interior de una de las naves.

En 1958 se concluye una segunda nave mayor que la primera pero siguiendo su mismo patrón estético. La columnata toscana con su enorme entablamento se repite en las fachadas suroeste (donde se muestra el nombre de la central) y sureste, con su frontón. La fachada noroeste es un añadido posterior (baste compararlo con la foto de cabecera) y consta de un gran cuerpo de ladrillo visto acompañado estilizado por cuatro grandes vanos, mostrando un lenguaje más moderno pero sin abandonar los ritmos generales de la composición. 

Central térmica de Aliaga, Teruel (España). Fachada Noroeste tras la última ampliación de 1958. 

Central térmica de Aliaga, Teruel (España). Fachada Noroeste tras la última ampliación de 1958. 

A pesar de su abandono y deterioro, y de estar despojadas de su maquinaria, las dos naves de la Central Térmica de Aliaga siguen despertando interés por su ubicación en un espectacular entorno paisajísitico y por el propio “sic transit gloriae mundi” de los lugares abandonados. Dos naves de composición clásica, asimiladas a templos que, salvando el tiempo y las distancias, pueden recordar a los templos perdidos en el paisaje de la Magna Grecia.

Paestum (Italia). Templos de Hera (en primer plano) y Poseidón (al fondo)

Para saber más:






Decay Art and Urbex: Central Termica de Aliaga (Teruel-España)

Maestrazgo mágico: La central térmica de Aliaga, un megalito industrial

Reportajes fotográficos en Flickr

domingo, 28 de agosto de 2011

Una alternativa a la arquitectura religiosa de Ignacio Vicens

Hacíamos referencia la semana pasada a la ingeniosa comparación que, desde Ex Orbe, se hacía entre la Iglesia de Santa Mónica, del arquitecto Ignacio Vicens, y un vehículo de fantasía del universo Starwars. Ante las contundentes y en cierto modo pretenciosas afirmaciones del arquitecto cabría preguntarse si la deriva general de la arquitectura que llevamos sufriendo desde las vanguardias de principios del siglo XX y enquistada en la Iglesia Católica desde el Concilio Vaticano II, puede llegar a buen puerto o por el contrario seguirá en esa alocada huida hacia delante que se aleja cada vez más de las necesidades reales de la sociedad en nombre los dudosos conceptos de funcionalismo, economía, progreso y modernidad.

Esta soberbia moderna por hacer una arquitectura que se imponga al pasado recluye la tradición a una venerable pero incómoda pieza de museo y desarrolla un lenguaje que redefine la arquitectura en cada trazo, que pretende ser objetivo y positivista pero que en realidad es subjetivo y aleatorio, sin vinculación alguna con la realidad y cuyos abstractos resultados están tan desarraigados que podrían insertarse invariablemente en cualquier rincón del planeta. Frente a esa visión tan fría y caótica se erige otra, representada por aquellos arquitectos que creen firmemente en la continuidad de la tradición arquitectónica occidental como fuente inagotable para la génesis proyectual de nuevos edificios, entendiendo ésta no como un catálogo de elementos inconexos que se pueden insertar de cualquier forma (pues eso sería pastiche), sino como algo perfectamente estructurado con el que podamos expresar los más elevados pensamientos en una lengua que todos entendamos: el lenguaje del clasicismo y la tradición. El primero es una expresión universal creada para todos los pueblos, para todas las naciones; el segundo es la natural adaptación al medio en el que ese lenguaje universal se inserta, ya sea de forma grandilocuente o verdaderamente humilde.

El arquitecto norteamericano Duncan Stroik es un arquitecto plenamente convencido de la idoneidad del lenguaje clásico para la arquitectura religiosa, símbolo material de la vital importancia de la Tradición dentro de la Doctrina de la Iglesia Católica. Su Capilla de Nuestra Señora de la Santísima Trinidad en el Colegio Tomás Aquino en Santa Paula, California, consagrada en 2008, es una iglesia que enseña, un verdadero catecismo en piedra.


Para saber más sobre la Capilla de Nuestra Señora de la Santísima Trinidad del Colegio Tomás Aquino en Santa Paula, California:


Una Iglesia que enseña (en inglés)

viernes, 19 de agosto de 2011

Robert A. M. Stern: ¿Driehaus o Pritzker?

Para cualquier arquitecto moderno la recepción del Premio Pritzker supone el máximo reconocimiento a nivel profesional de su carrera, equiparable en cierta medida a una suerte de Premio Nobel de la Arquitectura. Desde su creación en 1979 por J. A. Pritzker, ha venido premiando anualmente la arquitectura más destacada del momento, irguiéndose en referente para la nueva modernidad gestada tras la crisis del Movimiento Moderno, cuyo punto de inflexión fue la demolición del complejo residencial de Pruitt Iggoe del arquitecto Minoru Yamasaki en 1972 debido a las altas tasas de criminalidad y vandalismo que adolecían sus edificios, construidos siguiendo escrupulosamente las pautas de la Arquitectura Moderna y el Urbanismo de la Carta de Atenas de 1933 (no confundir con la Carta de Atenas sobre el Patrimonio de 1931). 

A pesar de premiar la excelencia profesional de los arquitectos más destacados de nuestros tiempo, este premio omite deliberadamente a un número de profesionales que basan su ejercicio en los postulados del clasicismo y la tradición. No obstante, algunos de los premiados con el Pritzker, como Phillip Johnson o Rafael Moneo coquetearon en su momento con el clasicismo en su irónica revisión posmoderna con la que pretendían resolver los problemas sociales que dejó el Movimiento Moderno. No fue hasta 2003 cuando el magnate y mecenas Richard H. Driehaus instituye el premio que lleva su nombre y encomienda a la Universidad de Notre Dame en Indiana la entrega del mismo. Este premio anual laurea a aquellos profesionales que se han mantenido fieles a los principios de la arquitectura clásica y tradicional: uso de materiales vernáculos, búsqueda de la sostenibilidad a través de las soluciones tradicionales, referencia directa a los Tratados de Arquitectura, así como a la antigüedad grecorromana y al clasicismo renacentista y barroco. Su primer receptor fue Leon Krier en 2003, seguido de Demetri Porphyrios en 2004, Quinlan Terry en 2005, Allan Greenberg en 2006, Jaquelin T. Robertson en 2007, Andrés Duany y Elizabeth Plater-Zyberk en 2008, Abdel-Wahed El-Wakil en 2009, Rafael Manzano Martos en 2010 y Robert A. M. Stern en 2011

Salvo los galardonados en 2009 y 2010, todos los arquitectos premiados pertenecen a un ámbito profesional anglosajón, más propenso a las formas clásicas que el Mediterráneo y Europa Central. Esto se debe en parte a que en estos países, junto con Hispanoamérica, no hacen una valoración moral del clasicismo como la que se realiza en Europa, donde se identifica con dictaduras, fascismo y regímenes totalitarios por haber sido usada puntualmente por esos gobiernos durante los años 30 cuando en realidad el uso del “clasicismo depurado” era bastante habitual en el periodo de entreguerras (véase “El carácter apolítico del clasicismo”). En los países Anglosajones y en Hispanoamérica el clasicismo tiene una valoración moral muy positiva ya que se considera un garante de sus libertades democráticas y símbolo de vitalidad cultural. La mayoría de edificios institucionales de estas naciones se construyeron empleando un lenguaje clásico con el que pretendían vincularse arquitectónicamente a las primeras democracias helénicas. Sin embargo, eso no les impide aceptar la arquitectura moderna y convivir con ella, valorando todos sus aspectos positivos de la misma forma que valoran positivamente el clasicismo (véase “La escuela de Chicago y la tradición clásica norteamericana"). 

Una de las características más destacables de los nuevos clasicistas o nuevos palladianos, aparte de su compromiso de continuidad con la tradición, es su tolerancia hacia la arquitectura moderna siempre y cuando ésta no agreda directamente al Patrimonio y los entornos Patrimoniales. Tolerancia que por otra parte no es recíproca, puesto que los arquitectos contemporáneos desdeñan todo contacto con la tradición, considerándola en el mejor de los casos una venerable pero incómoda pieza de museo o un palimpsesto sobre el que redefinir su propio ego. Aunque lo normal es apelar al “falso histérico” y calificar de pastiche todo lo que no sea una ruptura violenta con el pasado y la consiguiente huida hacia delante con destino incierto. 

Al contrario que los grandes maestros del Movimiento Moderno, quienes recibieron una formación clásica pero abrazaron la modernidad rechazando el lenguaje clásico que tan bien dominaban, Robert A. M. Stern es un claro exponente de arquitecto que habiendo recibido una formación moderna, acaba volviéndose clásico y dominando su lenguaje a la perfección, sin por ello renegar de sus raíces modernas. Su estudio nos muestra un amplio abanico de edificios, complejos comerciales o residenciales y planes urbanos, haciendo gala de ese espíritu multidisciplinar que le permite proyectar edificios modernos, como el Centro Comcast en Philadelphia (Pennsylvania, EEUU, 2008) o la Torre Carpe Diem (París, Francia). Y a la vez que es capaz de ofrecer obras modernas, también es un gran tradicionalista moderno, término acuñado por él mismo para definir a aquellos arquitectos cuya filosofía proyectual se adapta a la tradición constructiva, tradicional e industrial, del lugar donde se asientan sus edificios. La Biblioteca Pública de Nasville (2001, Tennessee, EEUU) y el Edificio Bavaro en la Escuela Curry de Educación de la Universidad de Virginia (Charlottesville, Virginia, EEUU, 2010) son dos magníficos ejemplos del otro extremo creativo de este polifácetico arquitecto que perfectamente podría aspirar al Pritzker por la pureza casi minimalista de sus obras modernas.




Torre Carpe Diem (París, Francia). Arq: Robert A. M. Stern.

Para saber más sobre Robert A. M. Stern:






miércoles, 17 de agosto de 2011

Clasicismo e Industria (I): Reflexiones sobre el paisaje industrial ideal

La revolución industrial y la estética maquinista que ésta conlleva es uno de los puntos de partida de las Vanguardias en general y del Movimiento Moderno en particular. Fascinados por sus formas puras, funcionales y utilitarias, arquitectos y diseñadores olvidaron las jerárquicas y ornamentadas formas del pasado e inauguraron una nueva era con el convencimiento optimista de que las máquinas ocuparían todos los aspectos materiales y espirituales de la vida de los seres humanos. 


Desde la década de 1920 la arquitectura civil copia la estética de las primeras fábricas, dominando el panorama arquitectónico hasta la crisis del Movimiento Moderno más de cincuenta años después. Pero mientras escuelas, hospitales, oficinas e incluso viviendas adoptaban la estética industrial, las propias industrias abandonaron gradualmente las formas puras que encumbraron a la modernidad y sucumbieron ante soluciones estandarizadas y económicas. Exceptuando algunos casos, la estructura de acero o de hormigón prefabricado con cubierta a dos aguas se convirtió en el patrón habitual de las zonas industriales. Reducidas por tanto a un conjunto de prefabricados repetidos tantas veces como sea necesario, se convirtieron en áreas monótona, sin estética y casi sin vegetación. 

Este ejercicio de proyectos IV es una reflexión sobre el paisaje industrial ideal. Se toma como referencia una zona industrial en Conil de la Frontera (España), cerca de la Carretera Nacional 340. Consiste en seis manzanas donde se colocan dos tipos de edificios industriales: tipo A (10 x 40 metros) y tipo B (20 x 40 metros). Ambos se alternan permitiendo una diversidad de actividades en función de su tamaño. 

Nave industrial tipo A: 10 x 40 m

Nave industrial tipo B: 20 x 40 m

La estructura es metálica y los muros pueden ser de paneles prefabricados o cerramientos de ladrillo. Una serie de aperturas cenitales permiten la iluminación directa del interior, que se complementan con la que entra por las ventanas de la fachada. 

Las fachadas son de ladrillo visto, un material asociado a este tipo de arquitectura desde la revolución industrial. Para dar nobleza a la zona se decidió ordenar las fachadas con un orden toscano, cuya rusticidad nos pareció adecuada para el tipo de actividades industriales que albergaría (por analogía el tipo de arquitectura que Serlio recomendaba para las actividades agrícolas). El diseño se inspira además en la arquitectura romana de los Mercados de Trajano, Ostia y la temprana arquitectura industrial española.
Mercados de Trajano, Via Biberatica (Roma, Italia, 107-110 d. C.) Arq. Apolodoro de Damasco.

Horrea Epagathiana. (Ostia, Italia, h. 150 d. C.)

lunes, 15 de agosto de 2011

Monumento a la Asunción en Jerez de la Frontera


Aunque la Asunción de María es dogma de Fe desde 1950 (mediante la Encíclica Munificentissimus Deus de Pío XII), su devoción y representacion artística es mucho anterior. En una demostración pública de Fe muchas ciudades construyeron monumentos a la Asunción tras la proclamación de este dogma, como el que el  Fernando de la Cuada e Irízar (1904-1990), arquitecto municipal de Jerez, erigió en esa ciudad en el año 1952. El monumento es una sencilla columna de piedra caliza blanca rematada por una imagen de la Asunción de la Virgen rodeada por los apóstoles, realizada por el escultor gaditano Juan Luis Vassallo Parodi (1908-1986). Ubicado en la Plaza homónima y rodeado por el Cabildo Antiguo, la Iglesia de San Dionisio y otros edificios neoclásicos, el Monumento a la Asunción está perfectamente integrado en su entorno. Toda una lección sobre cómo intervenir en espacios públicos.



Después de una época en la que muchos fondos públicos se han despilfarrado en monumentos de dudoso gusto con los que los municipios pretendían mostrar una imagen moderna, conviene recordar las virtudes de la discreción del clasicismo en la erección de monumentos públicos. La columna exenta como elemento conmemorativo es común a toda la historia de la edilicia occidental y basta citar ejemplos como la Columna Trajana en Roma, la Columna Vendôme en la Plaza homónima en París, la Columna de Nelson en la Plaza de Trafalgar en Londres o la multitud de humilladeros diseminados por nuestra geografía.

En un sencillo monumento en los jardines de West Green House en Hampshire eregido por Quinlan Terry en 1976 se realiza una fina crítica tanto al mal gusto de los monumentos públicos modernos como al excesivo afán recaudatorio del  gobierno británico de la época, con una sencilla columna dórica tallada en piedra de Pórtland, coronada por una urna, y con una inscripción latina en su pedestal: “Este monumento fue construido con una gran suma de dinero que, de no ser así, habría ido a parar tarde o temprano a las manos de los recaudadores de impuestos”.




domingo, 14 de agosto de 2011

Robert A. M. Stern, la presencia del pasado.

La televisión pública de Chicago ha preparado un interesante reportaje sobre el arquitecto Robert A. M. Stern con motivo de su reciente Premio Driehaus 2011. Este interesante video nos muestra la actividad de su estudio, sus obras, el testimonio de otros arquitectos, y el suyo propio. 


Para saber más sobre Robert A. M. Stern:






lunes, 8 de agosto de 2011

Robert A. M. Stern, ganador del Premio Driehaus 2011


Aunque de forma tardía, nos hacemos eco de la noticia del galardonado con el premio Richard H. Direhaus en 2011, que le fue entregado en una ceremonia el pasado mes de marzo en la Universidad de Notre Dame en Indiana. Como en entregas anteriores, el señor Stern recibió una maqueta en bronce del Monumento Corégico de Lisícrates y un premio en metálico de 200.000 dólares. 

Robert A. M. Stern fue uno de los primeros arquitectos que se sacudieron del yugo de la modernidad y volvieron la vista atrás hacia la senda perdida del clasicismo y la tradición. Además contribuyó a la génesis teórica de este movimiento con la definición del clasicismo moderno y sus cinco variantes: irónico, latente, esencialista, canónico y tradicionalismo moderno. El arquitecto se incluye a sí mismo en esta última categoría, que define como “el más pluralista de los enfoques del clasicismo moderno, imbuido en la convicción de que, aunque lo clásico sigue siendo un ideal permanente, al interactuar con lo vernáculo adquiere un sentido de realidad circunstancial, de lugar y de relación con unas tecnologías y programas en continua evolución, y también un sentido de oportunidad temporal. En otras palabras, un edificio tradicional puede producir la impresión de haber pertenecido siempre a un conjunto más amplio, y al mismo tiempo, en virtud de su tecnología y diseño concretos, transmitir una determinada identidad estética y un determinado momento histórico. En el tradicionalismo moderno no se idealizan ni se desprecian los lenguajes vernáculos de origen artesanal e industrial, sino que se adoptan por lo que son, u se deja que las cuestiones morales de la arquitectura se diriman en el ámbito político o ideológico, no en el estructural. El resultado es que el tradicionalismo moderno, aunque muchos arquitectos serían reacios a admitirlo, posee muchas de las cualidad del eclecticismo que vivificó la arquitectura del siglo XIX y principios del XX. El tradicionalista moderno no actúa de una manera general, sino que decide en cada caso cuál es el lenguaje arquitectónico que debe aplicar. El renovado interés de los arquitectos por utilizar estilos, ya sea modificados de acuerdo con un ideal romántico de individualismo artístico o en función de nuevas técnicas constructivas o de nuevos programas, ya sea de una manera pura y auténtica, pone de manifiesto su victoria sobre una de las mayores falacias del movimiento moderno: la idea de que la tecnología, la cultura y la política del siglo XX obligan a desarrollar una forma singular y universal de expresión artística, un estilo internacional único y distinto de todos los anteriores”. (1) 

Robert A. M. Stern se graduó en la Universidad de Columbia (B. A. Bachelor of Arts, 1960) y en la Universidad de Yale (Master in Architecture, 1965). Es miembro del Instituto Americano de Arquitectos (AIA, American Institute of Architects) y recibió la Medalla de Honor del Capítulo de Nueva York de la AIA en 1984 y el Premio del Presidente del Capítulo en 2001. Entre 1992 y 2003 formó parte del Consejo de Administración de la Compañía Walt Disney. En 2007 recibió el Premio Athena del Congreso para el Nuevo Urbanismo y fue nombrado Miembro de Honor de la directiva del Instituto de Arquitectura Clásica y América Clásica. En 2008 recibió el décimo Premio Vincent Scully del Museo Nacional de la Construcción. Como fundador y socio más antiguo de Robert A. M. Stern Arquitectos dirige personalmente el diseño de cada uno de los proyectos de la firma. 

El Sr. Stern es decano de la Escuela de Arquitectura de Yale. Previamente fue profesor de Arquitectura y director del Programa de Preservación Histórica en la Escuela de Arquitectura, Planeamiento y Preservación de la Universidad de Columbia. Entre 1984 y 1988 fue el primer director del Centro Temple Hoyne Buell de Columbia para el Estudio de la Arquitectura Americana. Ha dado multitud de conferencias en Estados Unidos y en el extranjero tanto en temas de arquitectura histórica como contemporánea. Es el autor de varios libros, y se han publicado quince libros sobre su obra. 

La obra del Sr. Stern se ha expuesto en numerosas galerías y universidades y forma parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Museo Metropolitano de Bellas Artes de Nueva York, el Museo Alemán de Arquitectura de Frankfurt, el Centro Pompidou de París, el Museo de Bellas Artes de Denver y el Instituto de Bellas Artes de Chicago. Fue seleccionado para representar la arquitectura de Estados Unidos en la Bienal de Venecia de 1976, 1980 y 1996. 

Los ganadores de las dos últimas ediciones, Rafael Manzano Martos en 2010 y Abdel-Wahed el-Wakil en 2009, pertenecían a ámbitos profesionales no anglosajones, por lo que esta entrega vuelve a premiar al “núcleo duro” del nuevo clasicismo, al ser Reino Unido y Estados Unidos las dos naciones donde este movimiento que busca recuperar el clasicismo para la arquitectura contemporánea. No obstante, es significativo que, al igual que el año anterior con Rafael Manzano, algunas revistas de arquitectura moderna y el propio Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España se hayan hecho eco de la noticia, demostrando cierto interés por la trayectoria profesional de estos “nuevos palladianos” a la vez que por el premio, asentado ya como equivalente al Pritzker de la arquitectura clásica. 

Para saber más sobre Robert A. M. Stern:







(1) Stern, Robert A. M. El clasicismo moderno. Ed. Nerea. Madrid, 1988. p. 187