Central térmica de Aliaga, Teruel (España), h. 1955. Fachada Noroeste antes de la última ampliación.
Hasta la Revolución Industrial las tipologías arquitectónicas habían permanecido estables. Cuando un arquitecto proyectaba un edificio tenía toda una serie de referentes arquitectónicos con los que guiarse en su tarea, heredados de los Diez Libros de Arquitectura de Vitruvio, la observación de las ruinas de la Antigüedad, y la tratadística derivada de ambos.
Esta emulación directa era posible a través de la cultura humanista que permitía establecer analogías directas con la sociedad y edificios romanos, considerados un ideal de vida armónico que era necesario recuperar para salir de las “tinieblas” medievales. De esta forma podía extraerse una lección tipológica y espacial de templos, teatros, anfiteatros, acueductos, basílicas, villas, termas, arcos triunfales... para ser utilizados a las nuevas necesidades sociales surgidas a partir del Renacimiento. Palacios, Villas, Iglesias, Fortalezas, Puertas, Hospitales... emulaban la Antigüedad empleando su mismo lenguaje, el de los órdenes clásicos.
Por su parte, la tecnología heredada de la Edad Media, mejorada con el redescubrimiento de tratados de hidraúlica y mecánica, así como los descubrimientos técnicos y científicos dieron lugar a una etapa de desarrollo cada vez más acelerado. La Revolución Industrial no sólo aportó a la arquitectura nuevos materiales y técnicas constructivas; también aportó un tipo de edificio que difícilmente podía tener analogía con la Antigüedad: la fábrica. Asimiladas en un principio a las grandes residencias aristocráticas, las primeras Manufacturas Reales o fábricas-palacio pronto dieron paso a edificios que necesitaban de grandes espacios diáfanos para albergar la cada vez más compleja maquinaria o la enorme cantidad de productos manufacturados que eran capaces de producir.
Este edificio, de cubierta a dos aguas o en dientes de sierra, con o sin chimenea, se convertiría en el referente para todos los edificios industriales. Los arquitectos de aquellos primeros tiempos de la revolución industrial, necesitaban encontrar una analogía, un referente arquitectónico que les permitiera proyectar el edificio de acuerdo a una tradición todavía no interrumpida. A la dificultad de encontrar una analogía tipológica se unió la necesidad de emplear materiales capaces de ser producidos en serie (hierro y ladrillo) pero susceptibles de desarrollar un lenguaje propio, derivado del clasicismo y adaptado a las nuevas necesidades industriales. Lamentablemente este lenguaje iría simplificándose hasta su anulación por parte de la Arquitectura Moderna durante el primer tercio del siglo XX, dando lugar a complejos industriales tan anómicos como las viviendas que habitan sus obreros, construidas de acuerdo a los principios del Movimiento Moderno y la Carta de Atenas.
La renovación del clasicismo tras la Primera Guerra Mundial, a través de lo que Robert A. M. Stern denomina Clasicismo Depurado, dio lugar a interesantes ejemplos de arquitectura industrial donde el lenguaje clásico es herramienta de proyecto, como la Central Térmica de Aliaga, en Teruel (España). Este complejo es interesante por haber sido construido en un momento en el que el utilitarismo moderno había despojado a la arquitectura industrial de cualquier atisbo de dignidad impidiéndole mostrar otra cosa que no fuera la rudeza de un lenguaje estructural y maquinista basado en la ingeniería de los materiales.
Central térmica de Aliaga, Teruel (España). Fachada Sureste.
La central fue construida entre 1949-1952 y ampliada en 1958, siendo en su momento la mayor y más moderna de las centrales eléctricas nacionales. Su funcionamiento dependía del suministro de carbón de minas locales, por lo que a medida que éstas cierran la central debe traer el mineral de puntos más alejados, lo que afectó negativamente a su rentabilidad. Por ello al finalizar su vida útil en 1982 la central queda clausurada.
La primera nave de calderas, terminada en 1952, tenía 76 metros de longitud por 36 de altura. El arquitecto de esta primera nave identificó la sucesión de pórticos de hormigón con las columnas de un templo pseudoperíptero, usando los pilares de hormigón a modo de columnas con un estilizado capitel toscano (muy apropiado para las actividades que se desarrollaban en el interior; ver “Órdenes de arquitectura y personalidad”) rematadas por un enorme entablamento con frontón. De esta forma la central térmica queda consagrada en una especie de templo de la energía.
Central térmica de Aliaga, Teruel (España). Detalle de la fachada Sureste.
Central térmica de Aliaga, Teruel (España). Interior de una de las naves.
En 1958 se concluye una segunda nave mayor que la primera pero siguiendo su mismo patrón estético. La columnata toscana con su enorme entablamento se repite en las fachadas suroeste (donde se muestra el nombre de la central) y sureste, con su frontón. La fachada noroeste es un añadido posterior (baste compararlo con la foto de cabecera) y consta de un gran cuerpo de ladrillo visto acompañado estilizado por cuatro grandes vanos, mostrando un lenguaje más moderno pero sin abandonar los ritmos generales de la composición.
Central térmica de Aliaga, Teruel (España). Fachada Noroeste tras la última ampliación de 1958.
Central térmica de Aliaga, Teruel (España). Fachada Noroeste tras la última ampliación de 1958.
A pesar de su abandono y deterioro, y de estar despojadas de su maquinaria, las dos naves de la Central Térmica de Aliaga siguen despertando interés por su ubicación en un espectacular entorno paisajísitico y por el propio “sic transit gloriae mundi” de los lugares abandonados. Dos naves de composición clásica, asimiladas a templos que, salvando el tiempo y las distancias, pueden recordar a los templos perdidos en el paisaje de la Magna Grecia.
Paestum (Italia). Templos de Hera (en primer plano) y Poseidón (al fondo)
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