domingo, 6 de diciembre de 2009

Un alma para el espacio litúrgico (VIII)

EL TIEMPO Y EL LUGAR

Uno de los equívocos más difundidos es la obligación moral de dar vuelta el altar hacia los fieles.

"El Liber Pontificalis nos dice que, dos siglos después de Gregorio, el papa Pascual I, en Santa Maria Maggiore, siempre tenía su asiento en medio de la nave, con lo cual los hombres se encontraban delante y las mujeres detrás suyo, mientras el altar permanecía en el fondo. En este caso, nos dicen que el desplazó el trono pontifical hacia el ábside por el fastidio que le producía escuchar a las mujeres hacer comentarios de lo que decía a sus diáconos. Todos estos hechos – y son éstos los hechos que conocemos en torno al origen del altar “dirigido hacia el pueblo” – muestran que la disposición que hicieron famosa San Pedro, en Roma, y la mayor parte de las otras basilicas romanas que siguieron su ejemplo, se remonta indudablemente a una época muy remota y está avalada por una larga práctica de parte de los papas. Pero también muestran claramente que hemos llegado a este punto a través de toda una serie di evoluciones que corresponden en escasa medida a lo que a tantos les gusta imaginar en la actualidad. Lo más importante es que el origen del altar “dirigido hacia el pueblo” tiene poco o nada que ver con el sentido que se le ha atribuido en los tiempos modernos.

Lejos de ser primitivo, el uso de un altar “dirigido hacia el pueblo” es ante todo el resultado relativamente reciente (no es anterior al siglo VI) de una evolución más bien compleja. Todo cuanto sabemos de la celebración primitiva o la celebración estructurada en la época de Constantino indica un altar situado en el fondo del edificio o en medio de la nave. En el primer caso, nadie podía encontrarse frente al celebrante. En el segundo caso, sólo una parte de los presentes se encontraba frente al mismo, y al parecer sólo eran mujeres.

La idea de que una celebración frente al pueblo haya podido ser una celebración primitiva, y especialmente la cena eucarística, no tiene más fundamento que una concepción equivocada de lo que podía ser una comida en la antigüedad, fuese o no cristiana. En ninguna comida de comienzos de la era cristiana quien presidía una asamblea de comensales se encontraba frente a los demás participantes. Todos estaban sentados o tendidos en el lado convexo de una mesa con forma de sigma o una mesa más o menos con forma de herradura. Por lo tanto, la idea de ubicarse frente al pueblo para presidir una comida no podría provenir de parte alguna de la antigüedad cristiana. Más bien dicho, el carácter comunitario de la comida era destacado precisamente por la disposición contraria, es decir, el hecho de que todos los participantes se encontraban al mismo lado de la mesa.

El uso de una mesa redonda o quadrada para la comida, con los comensales sentados alrededor de la misma, es una práctica tardía de la Edad Media. (…) Es preciso agregar asimismo que la descripción del altar romano tardío como un altar “dirigido hacia el pueblo” es puramente moderna. La expresión jamás fue empleada en la antigüedad cristiana. Es desconocida también en el medioevo"(1).

Stat Crux dum volvitur orbis. La Misa es una celebración esencialmente dinamica en la cual se renueva y propone nuevamente el sacrificio del Calvario, reasumiéndose enteramente la historia anterior e posterior de la humanidad. El Redentor permanece clavado en la cruz hasta el fin del mundo, ofreciendo un apoyo misterioso a todo ser umano que naufraga en el torbellino de una vida aparentemente sin sentido. En las iglesias hay que representar la rotación del cosmos y la historia en torno a su eje efectivo, hasta el momento en que se manifieste en forma diáfana en la Jerusalén celestial. La arquitectura debe apoyar este movimiento, resultado que no se obtiene con la disposición superficial de las sillas en torno al altar, porque por lo demás los lugares de la celebración son múltiples. Al respecto, puede ser útil recordar la relación física con el punto cardinal del cual surge el sol.

"El sacerdote dirigido hacia el pueblo da a la comunidad el aspecto de un todo cerrado en sí mismo. Ésta ya no se encuentra – en su forma – abierta hacia delante y hacia lo alto, sino cerrada en sí misma. El acto mediante el cual todos nos dirigíamos hacia el oriente no era una “celebración hacia la pared”, no significaba que el sacerdote “volvía la espalda al pueblo”: éste no se consideraba en suma tan importante. De hecho, así como en la sinagoga todos miraban hacia Jerusalén, aquí todos nos dirigíamos juntos “hacia el Señor”. Empleando la expresión de J. A. Jungmann, uno de los padres de la costitución litúrgica del Concilio Vaticano II, se trata más bien de una misma orientación del sacerdote y del pueblo, conscientes de caminar juntos hacia el Señor. Ellos no se encierran en un círculo, no se miran recíprocamente, sino, como pueblo de Dios en camino, están partiendo hacia el oriente, hacia el Cristo que avanza y viene a encontrarse con nosotros"(2).

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(1) Louis Bouyer, Architettura e liturgia, Edizioni Qiqajon, Magnano 1994, pp. 37-38.
(2) Joseph Ratzinger, Introduzione allo spirito della liturgia, S. Paolo, Cinisello Balsamo 2001, p. 76.

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