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martes, 12 de febrero de 2013

El “pocero” de Pímlico


Dos formas muy diferentes de reconocer la labor de los promotores de un barrio:
Izquierda: Acceso al Residencial Francisco Hernando en Seseña. Fuente: The Global Mail. El propio promotor da nombre al conjunto urbano que construye.
Derecha: Monumento a Thomas Cubitt (1788-1855) en el barrio de Pimlico, Londres. Fuente: Wikimedia Commons. La ciudad levanta un monumento al promotor del barrio 140 años después de su muerte.

Durante los años boyantes de la burbuja inmobiliaria en España se gestaron una serie de modelos urbanísticos que, tras el pinchazo de la misma, empiezan a revelar su ineficiencia. Estos modelos podrían resumirse en dos casos bien conocidos en la meseta castellana: Seseña y el Plan de Actuación Urbanística (PAU) del barrio de Vallecas en Madrid. Si bien ambos obedecen a un patrón básico de edificios de varias alturas sobre una planta en damero, y con los servicios propios de una “ciudad dormitorio”, desde el estamento arquitectónico se ha demonizado Seseña como símbolo de todos los vicios de la especulación, y encumbrado PAU Vallecas (así como PAU Sanchinarro) como cúmulo de virtudes de una nueva arquitectura española concienciada en lo social a la vez que abierta a la experimentación y la sostenibilidad. Pero transcurridos los años prósperos, ambos ensanches urbanos languidecen ante la falta de ocupación y la carencia de servicios. Su supuesta sostenibilidad altamente dependiente de la tecnología los convierte en edificios caros de mantener. Teniendo en cuenta que muchas de esas viviendas son de protección social, es de suponer que con el paso de los años sus propietarios no puedan costear el mantenimiento de tan costosa génesis proyectual y el complejo acabe decayendo hasta convertirse en un foco de marginalidad al estilo de Pruitt Iggoe, cuya demolición en 1972 marca simbólicamente el fin del Movimiento Moderno.

Ante ese panorama, ni el vicio de la especulación ni la virtud de la misma disfrazada de modernidad y sostenibilidad se revelan capaces de dar una respuesta viable al reto que supone cualquier ampliación de la ciudad. Las opciones que buscan una nueva utopía urbana y social mediante revoluciones y asamblearismos tampoco nos parecen bien encaminadas, toda vez que en la mayoría de ocasiones se limitan a revisar los postulados de la modernidad y a actualizar su estética. Habría por tanto que buscar un ejemplo histórico que hubiera sido capaz de crear una trama urbana y una arquitectura con la suficiente potencia y coherencia como para haber superado las vicisitudes de los tiempos y llegar a nuestros días como ejemplo a seguir.

Aunque en España tenemos ejemplos de hermosos ensanches decimonónicos y sea muy reseñable la labor de la Dirección General de Regiones Devastadas tras la Guerra Civil, en esta ocasión queremos mostrar un caso foráneo en el que trama urbana y arquitectura generan un entorno habitable y socialmente sostenible. Nos referimos al barrio de Pímlico en Londres, construido en los años centrales del siglo XIX siguiendo un patrón arquitectónico común.

La urbanización de Pímlico, junto con la del vecino barrio de Belgravia, se debe a los deseos de Richard Grosvenor, Segundo marqués de Westminster (1795-1869), propietario de los terrenos con cuya promoción obtuvo pingues beneficios que lo convirtieron en una de las personas más ricas de su tiempo. El marqués encargó el proyecto a Thomas Cubbit (1788-1855), miembro de una familia de arquitectos y constructores entre los que estaba su hermano Lewis (1799-1883), arquitecto de la estación de King Cross (1851).

Antes de su desarrollo, Pímlico era una zona de huertas sobre la que Cubbitt dispuso una malla que se adapta al contorno del Támesis y a caminos existentes. Dos grandes plazas ajardinadas de uso semiprivado (Eccleston Square y Warqick Square) y tres iglesias (Santiago el Menor, S. Gabriel y S. Salvador) completan los equipamientos necesarios para la época, que con el tiempo se irían ampliando. Sobre las parcelas resultantes se edificarán viviendas de dos y tres alturas con patio inglés (sótano rehundido) que siguen un patrón compositivo uniforme y eficaz.

 Pimlico en 1827. Fuente: Wikimedia Commons.

 Pimlico hacia 1863, concluido según los diseños de Cubitt. Fuente: Hobhouse, Hermione. Thomas Cubitt, Master Builder. Londres, 1995.

Fotografía aérea de Pimlico en la actualidad. Fuente: Flickr.

 Pimlico en la actualidad. El tejido urbano apenas se ha visto alterado, con excepción de los solares resultantes de los bombardeos alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Fuente: English Heritage

Las parcelas suelen ser estrechas, con dos huecos al exterior y un pórtico de orden toscano que precede la entrada. Las molduras que rodean los huecos se van haciendo más sencillas a medida que subimos de nivel y la última planta suele ser un bajo cubierta con mansarda más o menos elaboradas. Lejos de parecer un conjunto monótono, pequeñas variaciones en columnas, entablamentos y molduras dan variedad al conjunto urbano, que se conforma así como diverso en la unidad. Esto era algo por lo que se clamaba desde la teoría arquitectónica francesa de la Ilustración, tipificada perfectamente en los escritos de Durand y Laugier sobre los conjuntos urbanos. Además, tanto las calles principales (St. George's Drive y Belgrave Road) como las parcelas que rodean las plazas, muestran un desarrollo compositivo más elaborado al ir destinadas a propietarios más pudientes.

 Alzado tipo de las calles de Pimlico. Fuente: Guía de diseño de Pimlico

 Alderney Street, Pimlico, Londres. Fuente: Flickr

 Eccleston Square,  Pimlico, Londres. Fuente: Flickr.

 Gloucester Street,  Pimlico, Londres. Fuente: Flickr.

 St. George's Drive,  Pimlico, Londres. Fuente: Flickr.

 Warwick Square,  Pimlico, Londres. Fuente: Flickr. 

Winchester Street,  Pimlico, Londres. Fuente: Flickr.

De hecho, los mapas de la pobreza de Londres siempre mostraron Pímlico como un barrio de clase media, a diferencia del vecino barrio de Belgravia, habitado por la alta burguesía del momento y a día de hoy una de las zonas más exclusivas de la ciudad. Belgravia también fue construida por Cubitt, si bien su carácter más lujoso se sale de nuestro propósito de mostrar un desarrollo urbano proyectable dentro del clasicismo y que resulte eficiente y asequible.

Mapa de la pobreza de Londres de 1889, por Charles Booth. Fuente: Charles Booth's 1889 Descriptive Map of London Poverty. En el barrio predominan los colores rojo y rosa, pertenecientes a la clase media. 

De esta eficiencia es muestra el fuerte carácter del barrio (referido en ocasiones como "Pimlico grid", la "malla de Pímlico"), que fue objeto incluso de la comedia de "Pasaporte a Pimlico" (1949), en la que sus habitantes se declaran borgoñones y se independizan de Reino Unido.

Cartel de la película "Pasaporte a Pimlico" (1949). Fuente: Wikimedia Commons.

Como recuerdo a su promotor, la ciudad agradecida levantó monumentos tanto a Lord Gorsvenor como a Thomas Cubitt, mostrando al primero con el plano de los barrios que promovió y al segundo con objetos propios de su doble oficio como arquitecto y constructor. Toda una lección de la historia que habría que comparar con los monumentos que adornan las calles de Seseña y PAU Vallecas.

 Esculturas a Thomas Cubitt en Pimlico (Escultor: William Fawke, 1995) y Lord Grosvenor en Belgravia (Escultor: Jonathan Wilder, 1998). Fuente: Wikimedia Commons.

"Árboles artificiales" en el Eco Bulevar de Vallecas. Fuente: Wikiarquitectura.

Frente a las pretensiones de promotores y arquitectos modernos, unos movidos por la obtención del máximo lucro, otros movidos por unas utopías sociales y estéticas que hacen tabula rasa con la historia y la tradición para emprender una dudosa huida hacia delante, el carácter sosegado de la arquitectura y el urbanismo de Pimlico nos muestra cómo es posible crear variedad desde la unidad del clasicismo así como un entrono urbano agradable y fuertemente vinculado a sus habitantes.

Para saber más:


domingo, 26 de febrero de 2012

Bibliografía sobre Jose Ortiz y Sanz y su edición de Vitruvio de 1787


Ortiz y Sanz es uno de nuestros mejores tratadistas y teóricos de la arquitectura, si bien las circunstancias en que se movió han hecho que su figura ha pasado un poco desapercibida

Las razones de la necesidad de una correcta traducción de Vitruvio al español las enuncia Ortiz en el prólogo de su edición de Vitruvio de 1787, donde constata la inexistencia de una edición cuidada en nuestro idioma. Ortiz cotejó cuantos ejemplares y manuscritos tuvo a su alcance para crear la mejor edición española de Vitruvio, tanto por la calidad de la traducción, como lo erudito y aclaratorio de las notas así como las ilustraciones. 

Cualquier estudiante de arquitectura que desee profundizar en el conocimiento de Vitruvio debería consultar la edición de Ortiz de 1787, por ser la más fiable. La mayoría de los Vitruvios que se editan hoy proceden de traducciones del francés, del inglés o incluso directamente del latín, pero están elaboradas por filólogos sin ninguna vinculación con la arquitectura y muchos pasajes resultan oscuros y necesitan algo más que una nota del traductor para ser aclarados. La edición de Ortiz suple todas las carencias de las ediciones modernas. 


-o0o-   Obras de arquitectura escritas por Ortiz y Sanz   -o0o-

Por orden cronológico

Noticia y plan de un viaje Arquitectónico-Anticuario, encargado por S. M. a Don Joseph Francisco Ortiz en el año de 1790. Imprenta Real. Madrid, 1797. 


Oración a las Nobles Artes en la distribución de premios de la Real Academia de San Carlos de celebrada el 4 de noviembre de 1804. Oficina de D. Benito Monfort, impresor de la Real Academia. Valencia, 1805. 

Viaje Arquitectónico-Anticuario, encargado por S. M. a Don Joseph Francisco Ortiz en el año de 1790. Imprenta Real. Madrid, 1807. 



Traducciones (por orden alfabético de autores): 

Bottari, Giovanni. Diálogos de las artes y el diseño, traducidos del toscano, e ilustrados con notas por Don Joseph Ortiz y Sanz, Presbítero, Individuo de la Real Academia de San Fernando, y de la de San Carlos de Valencia. Madrid, 1804. 

Milizia, Francesco. El Teatro. Obra escrita en italiano por D. Francisco Milizia; y traducida al español por D. J. F. O. Madrid, 1789. 





-o0o-   Bibliografía sobre la teoría arquitectónica de Ortiz y Sanz   -o0o-


GOBERNA ORTIZ, Fernando. El Deán Ortiz. Ed. Ajuntament d'Aielo de Malferit. Aielo de Malferit, 2001 

LEÓN TELLO, Francisco José. Estética y teoría de la arquitectura en los tratados españoles del siglo XVIII. Ed. CSIC. Madrid, 1994. 

RODRIGUEZ RUIZ, Delfín. José Ortiz y Sanz, teoría y crítica de la arquitectura. Ed. COAM. Madrid, 1990. 

RODRIGUEZ RUIZ, Delfín. José Ortiz y Sanz, “atención y pulso” de un traductor. Prólogo de Los Diez Libros de Arquitectura. Ed. Akal. Madrid, 2001. Google Libros permite una vista parcial de este libro


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Para la comprensión del propio texto vitruviano en su faceta más arquitectónica existen dos interesantes monografías:


ADAM, Jean Pierre. La construcción romana: materiales y técnicas. Editorial de los Oficios. León, 2002.


El primero es una gran monografía sobre la construcción romana donde se cita constantemente a Vitruvio para explicar y justificar las técnicas constructivas de la época.

El segundo es una recopilación y explicación de pasajes de Vitruvio escrito por un arquitecto que ejerce su profesión desde el convencimiento de la validez y perdurabilidad de la tradición clásica en nuestros días. Muy interesante para entender el funcionamiento de los órdenes. 

Portada de Vitruvius on Architecture. Fuente: Thomas Gordon Smith Architects

domingo, 22 de enero de 2012

Hormigón y democracia


La crítica al clasicismo contemporáneo se fundamenta en tres pilares basados a su vez en asociaciones conceptuales. El primer pilar vincula de forma directa los criterios de la arquitectura moderna con la ilustrada; el segundo justifica la modernidad mediante la evolución de las técnicas constructivas y las necesidades funcionales; y el tercero asocia los valores del Movimiento Moderno con los de las democracia, de forma que uno es consecuencia de otro y viceversa. A su vez estas asociaciones se plantean por oposición al clasicismo. De esta forma el primer pilar se erige en legítima y exclusiva continuidad con la tradición, desdeñando el resto de la arquitectura como “pastiche”. El segundo niega la posibilidad de evolución técnica del clasicismo. Y el tercero intenta vincular y valorar la arquitectura a través de la moral y la política, de forma que asocia la arquitectura clásica del siglo XX con los regímenes totalitarios que hicieron uso de ella e ignorando deliberadamente el uso de la misma por parte de las potencias aliadas. 


Las conexiones entre las vanguardias que dieron origen al Movimiento Moderno y la arquitectura de la Ilustración fueron establecidas por el historiador Emil Kauffman en 1933 a través de su libro “De Ledoux a Le Corbusier” (1). Como ocurre con otros tantos autores que se citan sin haberlos leído, el título de la obra eclipsa su propio contenido y el texto de Kauffman muestra la originalidad de la obra de Ledoux desde un prisma moderno y partidista según el cual su arquitectura es a la vez causa y consecuencia de la modernidad, incluyendo en la misma categoría a otros arquitectos iluministas como Boullée. La arquitectura idealista surgida al final del Antiguo Régimen se convierte en una forma de legitimar la ingeniería social que las bases teóricas del Movimiento Moderno llevas implícitas y con ella todos sus planteamientos formales. Así pues sólo el Movimiento Moderno es representante de la línea revolucionaria que marcaron unos arquitectos que, curiosamente, fueron perseguidos por la Revolución Francesa. Tanto Ledoux como Boullée desarrollaron su carrera profesional al amparo de la nobleza francesa de la segunda mitad del siglo XVIII y por ello fueron perseguidos y posteriormente ignorados: representaban simbólicamente la arquitectura del Antiguo Régimen y la pureza de su lenguaje clásico no interesaba a una generación posterior que se encaminaba hacia la extravagancia de los eclecticismos. No obstante, esta arquitectura no se entiende sin la sintaxis explícitamente clásica que emplean sus autores; sin el empleo de los órdenes, esta arquitectura es tan vacía como la moderna que dice ser su heredera. Es más, esta asociación de ideas responde a una estrategia “comercial” por parte de Le Corbusier para legitimar su arquitectura de ojos al público. Otros arquitectos, como Mies van der Rohe, no se molestarían en encontrar conexiones entre la arquitectura del pasado y la suya propia. 

El Movimiento Moderno pretende recoger por un lado la herencia formal de la arquitectura del neoclasicismo ideológico y por otro la de los cambios sociales surgidos tras la revolución francesa y que se habían acelerado tas la Primera Guerra Mundial. Al aunar ambas herencias se legitima frente a los excesos de los eclecticismos, los cuales aun representando la continuidad formal de esas experiencias clásicas, habían obviado la riqueza de su sintaxis y se habían abandonado a la mera ostentación formal, si bien antes de las primeras experiencias modernas surgieron diferentes alternativas a esa “crisis de los eclecticismos” (2). Los horrores de la Gran Guerra, unido al nuevo panorama político internacional animaron a muchos arquitectos a sumarse a manifiestos proclamados hasta entonces o a enunciar otros nuevos con la convicción de que el nuevo orden traería una nueva arquitectura. Esta nueva arquitectura no tuvo inicialmente una expresión teórica unitaria, aunque todas coincidían en la necesidad de la conjunción de esfuerzos entre arte e industria en la creación de una nueva estética al servicio de la sociedad con la ayuda de las máquinas. No será hasta 1932 cuando la Exposición “Estilo Internacional” destile sus características comunes y las proponga como vínculo común a un Movimiento Moderno considerado como unitario a partir de entonces. Sin embargo, esto no supone el triunfo absoluto de la modernidad sobre la tradición anterior y muchos arquitectos en todo el mundo continuaron apegados a las formas tradicionales, bien mediante su continuidad literal a través del lenguaje clásico o vernáculo o a partir del denominado “clasicismo depurado” (3). 

Nos encontramos aquí por tanto con dos formas de entender la arquitectura y de representar una nueva época que, si bien se consideran excluyentes desde un punto de vista teórico (una por continuar la bien continuando la experiencia anterior y otra por romper con ella), convivieron formalmente durante veinte años hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Probablemente la Exposición Internacional de París de 1937 sea uno de los mejores ejemplos de convivencia de ambas corrientes, donde tanto la modernidad como el clasicismo se usaron para representar a los países asistentes (4). 

Sin embargo, el uso que del clasicismo hicieron los diversos regímenes totalitarios del periodo de entreguerras, unido a la emigración de arquitectos de marcada tendencia moderna a los países Aliados, provocó que éste quedara no sólo relegado al olvido una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial (a excepción de la URSS hasta la muerte de Stalin) sino que además se hiciera campaña activa contra estos arquitectos y sus obras por considerarlas representativas por sí mismas de los regímenes fascistas y totalitarios que habían provocado la guerra (5). Habrá que esperar a finales del siglo XX para que la vida y obra de estos arquitectos se valore de acuerdo a su calidad profesional y no a sus convicciones políticas. 

Por último, uno de los apelativos con los que se suele denostar el clasicismo contemporáneo es el de haber estado al servicio de los regímenes fascistas europeos. Un defensor del clasicismo podría ser calificado de “fascista” por defender unas formas arquitectónicas por las que Hitler, Mussolini o Franco en principio tenían predilección. Olvida quien alegremente otorga estos adjetivos que el comunismo también tuvo un dilatado romance con la arquitectura clásica hasta el punto de que el “clasicismo soviético” se convirtió en todo un referente para la Rusia de Stalin, con el lujoso Metro de Moscú y los rascacielos de las Siete Hermanas como elementos más significativos; por no hablar de la continuidad de la tradición clásica en Iberoamérica y los países anglosajones, donde es vista como garante y símbolo de las libertades democráticas. Pero no es nuestro objetivo establecer comparaciones entre arquitecturas y regímenes políticos, pues en su momento dedicamos una entrada al carácter apolítico del clasicismo (ver enlace). 

También olvida quien califica de “fascista” al clasicista que el futurismo italiano tenía una fuerte vinculación con el fascio, y que Mussolini impulsó el racionalismo de Giuseppe Terragni que hoy día se estudia en todas las escuelas de arquitectura. Se suele pensar que estos clasicismos formaban parte de una tendencia conservadora que pretendía seguir anclada en el pasado frente al prometedor futuro que predicaban las vanguardias y que tan desastrosos resultados acabó dando 50 años después como demuestra la simbólica demolición de Pruitt Iggoe o la la Iglesia de San Francisco de Almazán. Sin embargo, el periodo de entreguerras vio triunfar un clasicismo depurado (identificado por muchos como art decó) que siguió demostrando su validez en el nuevo orden surgido del tratado de Versalles. Este clasicismo convivió con las vanguardias, y es prueba de ello el relajamiento progresivo de las posturas de Le Corbusier para poder difundir sus teorías entre un público más amplio. Para ello tuvo que dejar de lado sus violentas fantasías sobre una sociedad completamente sometida a la máquina (hasta el punto de considerar la vivienda como “máquina de habitar”) o sus delirios de tabula rasa sobre París (Plan Voisin de 1925, Ville Contemporaine, Inmueble Villa) y reorientar su teoría hacia puntos de vista más sentimentalistas con los que pudiera atraer a la opinión general hacia el núcleo duro de su teoría. 

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(1) Kaufmann, Emil. De Ledoux a Le Corbusier : origen y desarrollo de la arquitectura autónoma. Ed. Gustavo Gili. Barcelona, 1982. 

(2) Benévolo, Leonardo. Historia de la Arquitectura Contemporánea. Ed. Gustavo Gili. Barcelona, 2008. p. 96 y ss. 

(3) Stern, Robert A. M. Clasicismo Moderno. Ed. Nerea. Madrid, 1988. p. 25 y ss. 

(4) A modo de ejemplo, baste recordar la modernidad del Pabellón de España, proyectado por Jose Luis Sert bajo las premisas del Movimiento Moderno, o el contraste entre los Pabellones de Alemania (Albert Speer) y la Unión Soviética (Boris Iofan), ambos encuadrables dentro del clasicismo depurado. Resulta significativa su posición enfrentada dentro del recinto y cómo ambos usan formas figurativas heredadas del clasicismo para representar la esencia de su ideología: el águila prusiana y la esvástica en el caso de la Alemania Nazi (obra de Arno Breker) y la escultura del Obrero y la Koljosiana para la URSS (obre de Vera Mujina). Y a modo de contraste con ambos, la presencia del Guernica de Pablo Picasso, quien se valió del cubismo para representar los horrores de una guerra civil española que pronto asolaría también al resto de Europa. 

(5) El caso de Albert Speer es paradigmático en este sentido hasta el punto de que rara vez la valoración de su trayectoria profesional como arquitecto se hace de forma independiente a su trayectoria política. Probablemente sea la monografía de Leon Krier la única que desvincula la obra de Speer de sus convicciones políticas. Ver: Krier, Leon. Albert Speer: architecture 1932-1942. Ed. Archives d'Architecture Moderne. Bruselas,1985.

viernes, 5 de noviembre de 2010

L'Enseigne de Gersaint - Pollock


Dos personajes de "La muestra de Gersaint" (Jean Antoine Watteau, 1720) contemplan un cuadro de Jackson Pollock.

La ordenada elegancia del siglo XVIII observa el caos abstracto del siglo XX. Nosotros podemos opinar sobre ellos, pero, ¿qué opinarían ellos de nosotros y nuestro arte? ¿Admitirían que somos consecuencia y evolución de su mundo? ¿O se horrorizarían por los cambios?


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Two characters in "L'Enseigne de Gersaint" (Jean Antoine Watteau, 1720) contemplating a picture of Jackson Pollock.

18th century ordered elegance observes 20th century abstrac chaos. We can comment on them, but what would they say about us and our art? Would they admit that we are consequence and evolution of their world? Or would they be horrified by the changes?

domingo, 31 de octubre de 2010

¿Por qué necesitamos un tercer tratado de arquitectura?

Traducción: Pablo Álvarez Funes

Vitruvio inició el primer tratado de arquitectura con la afirmación de que la arquitectura necesita de la interacción entre práctica (fabrica) y razonamiento (ratio). El primero toma forma en los edificios, el segundo en los tratados. Ahora que la práctica de la arquitectura y urbanismo clásicos y tradicionales han sido firmemente restablecidas, es momento de echar otra mirada al complemento de la práctica. Dos tratrados han dominado la teoría arquitectónica clásica. Vitruvio, en el siglo I a. C., escribió el primero (1). Leon Battista Alberti revisó y reformuló ese corpus teórico en los primeros años de la restauración y renovación de la Antigüedad en el amanecer de la Edad Moderna (2). Estos dos tratados presentan un comprensivo y riguroso complemento teórico a una práctica arquitectónica rica y madura. Sabemos un poco sobre el papel del tratado de Vitruvio antes que Alberti escribiera el suyo, y sabemos mucho sobre el papel que ambos jugaron después. Para mantenerse al día sólo necesitaron añadir fragmentos o realizar modificaciones parciales y respetuosos con el fin de absorber nuevos conocimientos o far un énfasis diferente a la teoría. Por ejemplo, Filarete (3) trata de dar una visión monárquica que se contrapondría a la republicana de Alberti, y junto con Francesco di Giorgio Martini (4) restauraron y expandieron los comentarios vitruvianos sobre la analogía antropomórfica que Alberti había dejado implícita. Philibert de l'Orme (5) adaptó todo este corpus material a las condiciones de Francia. Serlio, siguiendo la publicación del Vitruvio de Cesariano, introdujo imágenes como suplemento al texto (6). Y Palladio, sabiendo que sus lectores estaban familiarizados con el corpus teórico vitruviano, escribió el suyo a modo de compendio (7). Los tratados relacionan los edificios con el amplio corpus de conocimientos que toda persona educada debía poseer. Los edificios y tratados proporcionan formas complementarias de investigar y comprender el significado y contenido de un universo estable, coherente, racional y moral dentro del cual los individuos cumplen con su destino, que es “Conócete a ti mismo”.

La trayectoria de la teoría arquitectónica es similar a la de la filosofía política. Todos los principios relativos al hombre cono animal político que una persona necesitara saber están contenidos en unos pocos libros de Platón y Aristóteles. Los escritos posteriores sobre la materia se basan en una experiencia que añade enmiendas a ese corpus de conocimientos primordiales. Así, mientras que la Política y la Ética a Nicómaco de Aristóteles ya no son descripciones adecuadas de la forma que deberían adoptar las sociedades políticas, continúan aportando información valiosa para todo aquel que busque vivir con nobleza, justicia y bondad. Al igual que en la teoría política, la teoría de la arquitectura asume que el universo tiene un contenido moral, que el hombre que lo habita es ordenado y coherente, en formas que están más allá de la comprensión, que el hombre está dotado de las herramientas necesarias para obtener un conocimiento del orden moral adecuado para su desarrollo en el mundo, que la revelación es compatible con la razón, y que es destino y obligación del hombre dedicar sus dotes naturales para el cumplimiento de su deber de vivir en abundancia y bienestar en una sociedad humana justa. Pero incluso antes de que este entendimiento hubiera madurado, filósofos como Heráclito plantearon dudas sobre la validez de dar continuidad y racionalidad a un universo que se encuentra fuera de toda percepción superior frente a sus muchas más obvias y accesibles discontinuidades e imprevisibilidades. Estas dudas permanecieron subyacentes hasta una serie de descubrimientos realizados durante el Renacimiento.

Estos descubrimientos abarcaron un amplio abanico de disciplinas. La potente combinación de nuevos textos antiguos disponibles, la distribución de copias idénticas gracias a la imprenta y la crítica de textos llevó a dudar si se tenía un conocimiento exacto de lo que dijeron Platón o Cicerón, y mucho menos dicho por Moisés o San Pablo. Los viajes de exploración revelaron pueblos y lugares ignotos con hábitos y sistemas sociales incomprensibles. Cosas antes invisibles, que el telescopio hizo visibles en los cielos y el microscopio reveló en las cosas cotidianas, minaron la confianza de las las personas en la suficiencia del conocimiento de cosas que creían conocer bien. Nuevas interpretaciones de teorías antiguas y modernas sobre la estructura del universo físico y observaciones cada vez más extensas y precisas sobre el movimiento de los cuerpos celestes permitieron, en primer lugar, desplazar a la Tierra del centro del universo, luego a plantear teorías sobre cómo se comportaban esos cuerpos y por qué lo hacían así, y luego a la cuestión más seria de dónde terminaban las cosas terrenales y dónde empezaban las celestiales. Incluso la validez de las proporciones que la teoría de la arquitectura juzgó necesarias para inculcar belleza a los órdenes arquitectónicos, el principal ornamento de la arquitectura, fue cuestionado cuando nuevas y más precisas mediciones de ejemplos antiguos revelaron que ninguno de los ejemplos considerados como modelos de belleza guardaban esas proporciones. Mientras que Palladio y Vignola presentaron ejemplos particulares de los órdenes ilustrando diferentes formas de belleza común, Claude Perrault presentaría ejemplos genéricos de los órdenes basados en reglas sancionadas nada más que por el placer que producen habitualmente (8).


La Querella de los Antiguos y Modernos en la que participó Perrault reveló que se había perdido la confianza en la tradición recibida y que deberían buscarse la seguridad de datos cada vez más precisos. Sir Isaac Newton usó los pilares de la observación y mediciones precisas y unas matemáticas nuevas y poderosas para realizar los descubrimientos más impresionantes, que permitieron descripciones más precisas del comportamiento de los cuerpos celestes y terrestres. Demostró y concluyó que, se tenemos información precisa sobre la configuración actual de las cosas, podemos predecir su configuración futura, tanto en el ámbito celestial donde no podemos intervenir como en el terrenal donde sí podemos. Los entusiastas del Newtonismo, tal como fue denominado en la Ilustración, llevaron un programa de depuración de las ideas recibidas y y extrapolaron el sistema de las ciencias naturales al ámbito de las ciencias humanas. La reducción minimalista de la arquitectura más exitosa fue la que llevó a cabo Laugier al presentar la cabaña primigenia como el modelo en que se basa toda arquitectura (9). La aplicación más obvia y comprensible del newtonismo en la arquitectura era en el campo de la estática, o ingeniería estructural. Otras dos aplicaciones menos directas estaban en los estudios históricos, una de ellas acabaría convirtiéndose en la arqueología, y la otra en antropología. Ambas se centraban en el origen de las cosas; se pensaba que las cosas más cercanas a sus orígenes eran más verdaderas, es decir, más reveladoras de la naturaleza de las cosas. Mientras que los arquitectos del Renacimiento creían que lo que Roma había logrado tenía más que enseñar que los edificios que precedieron a los romanos, las personas con intereses arquitectónicos serios prestaron atención por primera vez a los edificios griegos, realizando las primeras visitas a las ruinas en buen estado de Atenas y Paestum a mediados del siglo XVIII (10). Este interés se extendió rápidamente hacia culturas no romanas e incluso no mediterráneas, a pesar incluso de la revalorización de la antigua Roma con el descubrimiento de una amplia gama de objetos romanos cuando las ruinas de Pompeya y Herculano salieron a la luz en esos mismos años.

A finales del siglo XVIII era de público alcance un creciente corpus de información precisa sobre edificios antiguos construidos por culturas similares a la nuestra o por culturas foráneas y remotas como China o Polinesia, donde personas y cosas nos eran totalmente ajenas. Este corpus de precisa información recientemente adquirida se consideraba que tenía cualidades iguales, aunque incommensurables, con el conocimiento recibido de la tradición constructiva y que la teoría consideraba necesarias para un buen edificio. No pasó mucho tiempo antes de que las normas que que hacían bueno a un edificio migraran desde el concepto de belleza resultante del juicio a la precisión basada en la reproducción de un precedente adecuado. Conocer el pasado histórico se convirtió en más importante que conocer la teoría tradicional.

Para cumplir con su nuevo cometido, la historia emerge de su papel subordinado a la teoría para convertirse en una disciplina independiente. Durante el siglo XIX se unió a la antropología y tomó un cariz polémico. Los historiadores organizaron la nueva información sobre la diversidad del ser humano en el presente y el pasado en eras o edades, cada una con una cultura diferente identificada por una estilo distintivo compuesto por elementos comunes a una serie de artefactos, entre los cuales la arquitectura ocupa una posición preeminente. Este nuevo concepto de cultura se unió a las nuevas posiciones filosóficas postuladas por Hegel, Comte y varios darwinianos para explicar el comportamiento humano y por qué el progreso de la historia llevaría inevitablemente a la perfección de la humanidad sobre la tierra (11). La narrativa histórica presentaba cada cultura como única; cada una tiene su estilo distintivo, y cada estilo es “de su tiempo”. Si adaptamos el estilo de un tiempo pasado a nuestra propia época, podemos asociar nuestro tiempo a los atributos culturales del pasado, un modo de pensar que Geoffrey Scott denominó Falacia Romántica (12). El papel que solía interpretar la teoría en la asistencia al arquitecto en las decisiones a tomar para hacer un buen edificio que cumpliera con los criterios de la arquitectura fue desplazada por historiadores que enseñaron al arquitecto los estilos del pasado y cómo usarlos adecuadamente en el presente.

A principios del siglo XX quienes estaban vinculados a la arquitectura se identificaban plenamente con esta posición decimonónica, que acabó produciendo una era de eclecticismo estilístico como si de una farsa se tratase. En la búsqueda de una identidad única para su cultura y una alianza con la idea de progreso, diseñaron un estilo propio de forma que sus edificios pudieran ser “de su tiempo”. Ser “de su tiempo” requería que los edificios no se parecieran a ningún edificio de otra época. El constante transcurrir del tiempo y la inevitable marcha del progreso requiere una innovación incesante. Lo antiguo, ya sea en la forma de fabrica o de ratio, debe ser descartado a favor de lo nuevo. Ahora ni la teoría ni la historia guiarían al arquitecto. En su lugar, el manifiesto parecía apuntar el camino hacia el futuro que el arquitecto estaba obligado a materializar a toda prisa con edificios que fueran novedosos y “de su tiempo” (13).

El único superviviente de la teoría tradicional en el siglo XX era la trilogía vitruviana de firmitas, utilitas y venustas. Suele desconocerse que Vitruvio presentó esta triolgía como condiciones del edificio a satisfacer antes de que su construcción lo hiciera arquitectura y que la arquitectura tenía sus propios criterios, a saber, simetría, euritmia y decoro (14). La reducción de la arquitectura a mera construcción acontece a la par que la separación de la arquitectura de las artes liberales, o las artes de una persona que disfruta y defiende su estatus libre en la sociedad, a ser un arte de construir, es decir, una artesanía empleada para satisfacer necesidades inmediatas con medios materiales. Otra víctima fue el concepto de imitación, fundamental en la tradición clásica. A pesar de los grandes esfuerzos de Quatremère de Quincy (15) a través de su influyente posición en la École des Beaux-Arts, se perdió la distinción entre imitación y copia, y la copia acabó aceptándose porque era objetiva. La primera presentación completa de estas posiciones fue el manual de J. N. L. Durand, basado en las clases que impartió entre 2 y 1805 en la École Polytechnique, establecida por Napoleón para formar ingenieros para el ejército y el programa de obras públicas (16). Se lo suele citar como texto fundacional de la arquitectura moderna. En esta sufrida reducción de artista liberal a artesano constructor, el arquitecto quedó rehén de los expertos no relacionados con la arquitectura. Para satisfacer la comodidad, consulta con su cliente y las ciencias sociales. Para la firmeza, el ingeniero es el experto. Y para el deleite, depende de su propia inclinación y preferencia, o responde a lo que cree es necesario para producir un edificio que sea “de su tiempo”, algo que aprende viendo como los historiadores, críticos y editores presentan como la arquitectura “de nuestro tiempo”. En los tres campos las materias que debe conocer son tan específicas que su conocimiento no puede ser tan preciso y profundo como el de estos expertos. Ha acabado dependiendo de ellos, y lo que él sabe como arquitecto sobre arquitectura necesariamente pasa a un segundo plano. En estas circunstancias, ¿cuál sería la base de esa teoría arquitectónica, mucho menos que un tratado global?

Pero la teoría no eran tan fácil de desestimar. Después de que la experiencia de la primera mitad del siglo XX demostrara que la nueva arquitectura era incapaz de cumplir su promesa de perfección, los arquitectos buscaron un enfoque diferente para sus edificios. No consideraron la práctica y el corpus de conocimiento orientados a clarificar del papel del hombre en el mundo, que es de donde surgió y floreció la teoría. En su lugar, miraron hacia uno o dos lugares fuera de la arquitectura y la construcción. Uno fueron sus propias preferencias, corazonadas, inclinaciones, instintos y atracciones, y definieron todo lo que les gustaba como correcto (17). El otro estaba en las oscuras (y por tanto profundas) reflexiones de los filósofos nihilistas (18). Estos recursos proporcionaron teorías de rigor en escuelas y publicaciones académicas pero poco útiles en despachos profesionales a menos que el arquitecto estuviera trabajando para un cliente que considerara el edificio como una simple adición a una colección de objetos artísticos.

El despliegue de manifiestos, historias y teorías ha producido un enorme estruendo, pero no ha acallado las voces de la razón que entienden que ratio es complemento de fabrica y que la teoría es una guía de la práctica y una puerta a un corpus de conocimiento mayor que ayuda a los hombres a conocerse a sí mismos. Uno de los primeros en desdeñar las distracciones y escuchar la música de la arquitectura fue Thomas Jefferson. Él poseía ediciones de Vitruvio y Alberti, pero consideraba al tratado de Palladio como la Biblia de la arquitectura. Esto seguramente le ayudó a formular el papel que la arquitectura necesitaba en la nueva república que estaba ayudando a fundar, pues comenzó a producir una serie de importantes edificios y trazados urbanos para los propósitos civiles de la nueva república y la singularidad del paisaje americano.

El modo de actuar de Jefferson ha persistido, y sus sucesores han mantenido la arquitectura clásica y tradicional a la vez que se resistían a los atractivos de la modernidad. Las diferencias entre ambas posturas quedan bien definidas por comentarios realizados hace un siglo. En 1910 Adolf Loos impartió una conferencia cuyo título se convertiría en una máxima moderna, “Ornamento y Delito”, mientras que sólo unos años antes el Comité Educativo del Instituto Americano de Arquitectos decía que las Escuelas de Arquitectura Americanas debían producir “caballeros de cultura general con especial habilidad arquitectónica” (19).

Nuevos edificios y proyectos urbanos dan testimonio de la vitalidad de la reciente restauración de la arquitectura clásica y tradicional. Pero los edificios todavía tienen que encontrar su complemento teórico. Ha habido profundas contribuciones al actual corpus teórico (20). Pero todavía no existe un tratamiento integral que haga a nuestro presento lo que Vitruvio hizo para los Romanos, o Alberti para el Renacimiento. Quienes están comprometidos con la práctica profesional a menudo se quedan sin argumentos teóricos cuando son golpeados por la crisis que la modernidad lleva por estela.

Ningún tratado puede abarcar la totalidad del corpus de conocimientos arquitectónicos. Los de Vitruvio y Alberti estuvieron cerca, aunque incluso un fragmento o compendio puede ser útil, como aprendió Jefferson consultando su “biblia”. En un pasaje revelador, Vitruvio explicó por qué esto es así. Cuando examinó el grado de conocimientos que un arquitecto debía tener, observó, “... tal vez pueda parecer maravilloso a personas inexpertas que la naturaleza humana pueda dominar y mantener en su memoria tan gran número de temas”. Y continúa: “cuando, sin embargo, se percibe que todos los estudios están relacionados unos con otros y tienen puntos en común, fácilmente entenderán que eso pueda ocurrir. Todas se reúnen para una educación general como un cuerpo hace con sus miembros (21).

Pueden faltar algunos miembros, pero otros deben estar presentes para que el cuerpo tenga vitalidad, y eso requiere un tercer tratado de arquitectura. Hoy día parece que hemos olvidado el motivo que impulsó a Alberti a revisar el tratado de Vitruvio, es decir la posición que ocupa la arquitectura en la estructura moral del universo. Ese tema constituye el núcleo central de ambos tratados, el que dio coherencia a todos los demás. El universo de Vitruvio era pagano, el de Alberti cristiano, así que Alberti tuvo que revisar el tratado de Vitruvio. El nuestro es diferente una vez más, aunque como el suyo, es estable, coherente, racional y moral. Como el suyo, se basa en los fundamentos de la ley natural. Sin embargo, difiere en que el marco moral de nuestra estructura política existe fuera de una religión establecida e institucionalizada. Pero para Vitruvio, Alberti, Jefferson y para nosotros mismos, un edificio es una forma dada a una proposición moral. Cuando la arquitectura no es una proposición moral, es simple moda (22). La reciente restauración de la arquitectura y urbanismo clásicos y tradicionales suele despreciarse como mera moda. Sólo la formulación teórica del contenido moral de la arquitectura en la realidad del día presente puede refutar esos cargos y apoyar una enriquecida restauración y renovación del urbanismo y la arquitectura clásica y tradicional.

Originalmente publicado en America Arts Quarterly, Volumen 23, número 3.

Notas (siempre que ha sido posible se ha sustituido la edición inglesa por otra española, en caso contrario, se ha dejado la referencia en inglés):
(3) El tratado completo de Antonio Averlino, llamado Filarete, de 1462, permaneció inédita hasta la publicación de una edición facsímil del Tratado de Arquitectura de Filarete, traducido por John R. Spencer (al inglés), en dos volúmenes ( Ed. Yale University press; New Haven and London, 1965).
(4) Más que un tratado, una acumulación de notas y dibujos desde 1475 hasta su muerte en 1501, repartida en varios manuscritos, está disponible en Francisco di Giorgio Martini, Trattati, por Corrado Maltese; Ed. Polifilo; Milán, 1967.
(5) Philibert de l'Orme. Traité d’architecture: Nouvelles inventions pour bien bastir et à petits fraiz (1561), Premier Tome de l’architecture (1567); Ed. Laget; Paris, 1988.
(6) Cesare Cesariano, traduccón y comentarios a Vitruvio, 1521, por Arnaldo Bruschi, Adriano Carugo y Francesco P. Fiore. Ed. Polifilo; Milán, 1981.El tratado de Serlio fue publicado por tomos, a partir de 1537, con el cuarto libro dedicado a los órdenes. Está disponible en español una edición facsímil de 1554, traducción de Francisco de Villalpando (ed. Alta fulla; Barcelona, 1990).
(10) Dora Wiebenson, Sources of Greek Revival Architecture (London: Zwemmer, 1969).
(11) David Watkin, Morality and Architecture (Oxford: Clarendon Press, 1977); 2nd ed. as Morality and Architecture Revisited (Chicago: University of Chicago Press, 2001).
(12) Geoffrey Scott, The Architecture of Humanism, 1914 (New York and London: W.W. Norton, 1999).
(13) Véase, por ejemplo, Henry Russell Hitchcock y Philip Johnson, El Estilo Internacional, 1932 (Ed. W.W. Norton; New York, 1966), p. 95. Una serie de manifiestos escritos entre 1903 y 1963 han sido convenientemente recogidos por Ulrich Conrads en Programs and Manifestoes on 20th Century Architecture (Ed. MIT press; Cambridge, Mass. 1970).
(14) Ver Geertman, Herman. “Teoria e attualità della progettistica architettonica di Vitruvio,” in Le project de Viturve, Actes du colloque internationale . . . 1993 (Rome: École Française de Rome, Palais Farnèse, 1994), pp. 7–30; and Mark Wilson Jones, Principles of Roman Architecture (New Haven and London: Yale University Press., 2000), esp. pp. 38–45.
(15) Véase Younés, Samir. The True, the Fictive, and the Real: The Historical Dictionary of Architecture of Quatremère de Quincy: Introductory Essay and Selected Translations (London: Papadakis, 1999).
(17) Venturi, Robert. Complejidad y Contradicción en Arquitectura. Ed. Gustavo Gili; Barcelona, 2003.
(18) Léase, entre otros, a Peter Eisenman, “The End of the Classical: The End of the Beginning; the End of the End,” K. Michael Hays, Architecture Theory since 1968 (Cambridge, Mass., and London: MIT, Press 1998), pp. 524–538, from 1984. Eisenman encuentra que el “propósito subyacente” de la representación en arquitectura “consistía en encarnar la idea de significado; de la razón... para codificar la idea de la verdad; y de la historia para recuperar la idea de lo intemporal desde la idea de cambio”, las cuales desprecia como ficciones que han perdurado desde el siglo XV hasta el presente, incluso en la modernidad, para acabar despreciando las ficciones como simulacros, lo que le lleva a decir: “Vemos la arquitectura del presente como un proceso de inventar un pasado artificial y un presente sin futuro”.
(19) Loos, Adolf. Ornamento y Delito. Ed. Gustavo Gili; Barcelona, 1972. La fecha de la conferencia de 1910 a menudo se indica como 1908; se publicó por primera vez en 1913. La definición de la AIA de 1906 está tomada de Darper, Joan, “The École des Beaux-Arts and the Architectural Profession in the United States: The Case of John Galen Howard,” The Architect: Chapters in the History of the Profession, ed., Spiro Kostof (New York: Oxford University Press, 1977), pp. 209–37, 217.
(20) Véaze en concreto Porphyrios, Demerti. Classical Architecture (London: Academy Editions, 1991) y Léon Krier, Architecture: Choice of Fate (Windsor, Berks.: Papadakis, 1998).
(21) Granger, ed., op. cit., I, i,12.
(22) En la conferencia en la Universidad de Notre Dame donde hice esa afirmación, Michael Carey añadió que cuando es mera moda, la arquitectura peude convertirse fácilmente en una forma de cinismo. Véase mi artículo “The Humanity of Monumental Architecture,” American Arts Quarterly, vol. XIX, no. 1 (Winter, 2002), pp. 9–14ff.

lunes, 2 de agosto de 2010

Proporción de puertas en la arquitectura clásica (III): Durand.

Continuamos con nuestra serie de artículos sobre las proporciones de puertas en la arquitectura clásica, respondiendo a la petición que el usuario Efrén nos dejó en el minichat.

Jean Nicole Louis Durand (1760-1834) es uno de los máximos representantes de la corriente empírica del neoclasicismo, que sistematiza el clasicismo como metodología proyectual que sea capaz de generar una arquitectura útil, conveniente y duradera para dar cabida a las nuevas necesidades que surgieron con la incipiente Revolución Industrial y los cambios sociales tras la Revolución Francesa. Su “Compendio de lecciones de arquitectura” (1), publicado por primera vez entre 1802 y 1805 es un resumen de su labor docente en la Escuela politécnica de París, donde fue profesor desde 1795 hasta 1830. Su tratado tiene una doble intención: por un lado criticar los excesos de la arquitectura del antiguo régimen y por otro ofrecer un método racional para construir los edificios que demanda la nueva sociedad que estaba surgiendo tras la revolución. Su método es muy gráfico, dando por finalizados los debates teóricos de la tratadística vitruviana (la cabaña primigenia, el origen de los órdenes…) y ofreciendo una serie de pautas racionales destinadas a optimizar la formación del alumno y lograr una economía presupuestaria que cada vez era más demandada por la incipiente burguesía industrial y comercial.

Por tanto la arquitectura del compendio es un clasicismo simplificado, racional y que busca ante todo la funcionalidad del espacio que envuelve. La sencillez de sus detalles lo convirtió en adecuado para proyectar edificios privados de presupuesto más reducido que las grandes obras públicas (museos, cuarteles, bibliotecas…) que empezaron a levantarse durante la primera mitad del siglo XIX. Karl Friedrich Schinkel (1781-1840) puede considerarse el discípulo más prolífico de las enseñanzas de Durand; su propia colección de proyectos (2), publicada entre 1819 y 1840, ofrece un catálogo más amplio de arquitectura clásica aplicada a la vivienda privada.

Durand ofrece un texto explicativo sobre puertas y ventanas en la primera parte, tercera sección y dedica a estos elementos la lámina 10ª de la primera parte:

"Las puertas y las ventanas o se hacen como las arcadas cuando son demasiado anchas o se terminan rectangularmente cuando no tienen más que una anchura normal. Se les da de altura, en los pisos principales, el doble de su ancho del mismo modo que en las arcadas (fig. 1). En los demás pisos se les da una vez y media (fig. 5), o una vez su ancho (fig. 6), o solamente los dos tercios de este ancho (fig. 7). Cuando los entrepaños que separan las ventanas son estrechos se dejan estas como un agujero practicado en el muro (fig. 8). Si son anchos se rodean de un recercado las ventanas y se les da a ese recercado la sexta parte de la abertura; su perfil es el de un arquitrabe así como el perfil de las impostas y las arquivoltas. En los lugares en que dos filas de ventanas están separadas por un gran espacio sobre el recercado se pone un friso y una cornisa que tienen cada uno una altura igual a la altura del recercado (fig. 2)."

"Sobre la cornisa de las puertas se pone algunas veces un frontón para verter las aguas a los lados; nada nos obliga a colocarlo sobre la cornisa de las ventanas y la altura del frontón está entre el cuarto y el quinto de su base (fig. 3). Algunas veces los recercados se sustituyen por pilares y un entablamento (fig. 4)."

"Cuando la última fila de ventanas se encuentra muy cerca de la cornisa que corona el edificio, no se deben poner cornisas en las ventanas; tampoco se deben poner en las puertas interiores, puesto que como en el caso anterior, estas cornisas son inútiles."

"La única diferencia que existe entre las puertas y las ventanas es que las puertas descienden hasta el suelo del edificio mientras que las ventanas descansan sobre un apoyo coronado por un plinto. Si el espacio que separa a dos filas de ventanas es considerable se puede poner un segundo plinto a nivel del forjado, si no nos limitaremos al primero."

"Cuando el muro tiene solamente el grosor ordinario se le divide en tres partes de las que sirven una para el marco y las otras dos para el hueco."

"Que se comparen las distintas clases de ventanas que nosotros ofrecemos, donde todo es natural, donde todo es sencillo, con esas ventanas que a costa de grandes gastos están sobrecargadas de molduras, de modillones, de ménsulas, de orejas, etc.; ventanas que Italia, tan abundante en soberbios modelos de disposición, desgraciadamente, nos suministra en demasía; y veremos todo lo que esta manía de decorar perjudica, incluso a la decoración."


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(1) Durand, Jean Nicole Louis. Précis des Léçons d’Architecture. Puede consultarse la edición francesa de 1840 en google libros (enlace).

(2) Schinkel, Karl Friedrich. Sammlung architectonischer Entwürfe. Berlín, 1828. Puede consultarse una selección de láminas en la página de la Universidad de la Bauhaus de Weimar.

(3) Durand, Jean Nicole Louis. Compendio de lecciones de Arquitectura. Ed. Pronaos; Madrid, 1981. Introducción p. 38-39.

domingo, 4 de julio de 2010

El capitel jónico vitruviano en la teoría arquitectónica del Padre José Ortiz y Sanz (II): Edición del Palladio de 1797.

En el Tratado de Palladio de 1797, el padre Ortiz vuelve a sorprendernos con una magnífica traducción al castellano, así como con un cuerpo de notas extenso donde no sólo se limita a indicar aclaraciones al texto palladiano, sino que nos revela su pensamiento arquitectónico. En ambas ediciones, vitruviana y palladiana, las notas podrían conformar un tratado de arquitectura por sí mismas, dada su consistencia y precisión. Estas mismas notas son las que en 1819 empleará en la redacción de sus “Instituciones de Arquitectura Civil”. Aquí además cobra especial importancia el dibujo de las villas palladianas y los elementos de arquitectura enunciados por el arquitecto veronés, pues la propia naturaleza de Los cuatro libros es mucho más gráfica que el texto vitruviano, tanto por la componente explicativa del trazado de los órdenes, como la de muestrario de las propias creaciones palladianas (villas y palacios, ya que los dos últimos libros nunca llegaron a editarse).

A la hora de describir el capitel jónico palladiano, perfectamente trazable según el método del arquitecto veronés, Ortiz y Sanz vuelve a insistir en la pureza de su voluta y, aunque hace referencia a los comentarios de la edición de 1787, desarrolla su idea de forma más extensa que la primera vez.

“La voluta Jónica que describen por vitruviana los autores modernos de todas las naciones seguramente no lo es, como demostré en mis Comentarios a dicho autor pág. 74, nota 30 y Lámina XXXI. Así, para las personas que no los tengan a mano, pondré aquí lo sustancial de lo que allá dice.”

“No me acabo de admirar que los tratadistas modernos de Arquitectura volutas Serlio, Philandro, Palladio, Vignola, Salviati, Goldman, Caramuel, Perrault, Bibiana, Galiani yotros innumerables nos hayan dado una voluta Jónica tan diferente de esta, queriéndonos persuadir que no sólo es antigua, sino aún la que describe Vitruvio. Que en mi sentir no es la Vitruviana lo demostré bastante en mis Comentarios a este autor, página y notas citadas arriba; pero de que no es la antigua será la prueba más firme no hallarse un capitel Jónico con tal voluta en ningún edificio Griego ni Romano. El primer moderno pues que puso en sus escritos Arquitectónicos la voluta Jónica común, seguramente no la copió de lo antiguo, sino que se la ideó a su gusto y capricho, y dio lugar a que los que vinieron después cayesen en la falta misma, siendo más fácil copiar de los libros que de los monumentos. No me acuerdo de haber puesto en cosa alguna de Vitruvio más atención y cuidado que en esta, viendo que copiando todos la descripción de este autor sacábamos todos volutas tan diferentes. Tuve pues por necesario examinar el mayor número de capiteles Jónicos antiguos que pudiesen hallarse en Roma (donde está la fuente de lo Antiguo, y donde yo escribía mis Comentarios), y concluí decidiría la duda la mayor proporción de volutas que se hallasen uniformes. Casi todo el año de 1781 empleé en este examen; al cabo del cual resultó a favor de mi voluta el sufragio de todos los capiteles Jónicos que en Roma merecen ser vistos y estimados. La voluta común según la describen los modernos, no se halla en Roma, singularmente respecto a disminuir la costilla o arista desde su principio hasta el ojo. En uno u otro capitel Jónico he visto la canal un poco más ancha que la arista, aunque igual en todo su giro por serlo la arista misma; pero es en los que llevan algunos vástagos de relieve en la canal misma. Debió de hacerlo así el Arquitecto para dar alguna mayor dignidad y tamaño a la escultura. No viéndose pues en el Antiguo capitel Jónico, cuya voluta no tenga la costilla y canal iguales en anchura desde su principio hasta el ojo, ¿a qué propósito trabajar y fatigarse tanto para disminuir geométricamente dicha costilla, y asegurarnos que así la hicieron los antiguos? Exceptúo siempre las del Teatro de Marcelo, y las del anfiteatro de Vespasiano, las cuales no pueden llamarse volutas, sino unas desgraciadas cartelas, cuya espira apenas da una vuelta entera, y malísimamente talladas. Como estas y aún peores se podrán acaso hallar en las excavaciones, y efectivamente ví una de muy mal escoplo en la Iglesia de San Sabá en Roma, en compañía del Académico Arquitecto Don Manuel Martín y Rodríguez. Pero ¿quién no sabe que también en los mejores siglos de las artes hubo siempre artistas chapuceros? Los inteligentes y de gusto depurado deben imitar lo que esté más lejos de los defectos, y vean más canonizado por los sabios Arquitectos Antiguos.”

“Para que nadie crea hablamos de gracia, citaré aquí los parajes de Roma donde se hallan cerca de doscientos capiteles Jónicos que observé y examiné con cuidado en la demora de más de Seis años que en Roma hice. En el Rion o cuartel llamado La Regola, caminando desde la pequeña Iglesia de San Bartolomé de Vaccinari para el puente Sixto, y en las callejuelas adyacentes orillas del Tiber, hay más de cincuenta de estos capiteles con las mismas dimensiones y volutas que doy en mi diseño (…). Hay también algunos dentro de las mismas casas de curtir las pieles. Cuatro se ven en la isleta de casas entre Il Gesù y Plaza Venecia. Doce en las paredes del Convento e Iglesia de las Monjas de Tor-di-Specchi y calles vecinas. Dos en la calle que de Marcel de Corvi conduce a la cárcel Mamertita hacia lo alto de la cuesta. Otros dos en la puerta de la Iglesia del Colegio Calasanzio. Cuatro en la pared de enfrente de la tabla de carne del hospital de Peregrinos. Dos en la callejuela detrás del Palacio Gottifredi. Catorce en la Iglesia de Santa María in Transtiberim, los cuales están excelentemente trabajados y con muchos adornos. Seis en la Iglesia de San Juan y San Pablo. Otros seis en la Iglesia de San Jorge in Velabro. Veinte y tres en la Iglesia de San Esteban Redondo. Veinte y cuatro en Santa Constancia, los cuales, aunque Jónico-Compuestos, la voluta es como la mía. Doce en los callejones inmediatos al río como vamos de Ponte Cestio a Ponto Rotto en Trastiberim. Cuatro hay en la parte posterior del teatro de Marcelo sobre la misma puerta de la hostería de la Campana. Veinte y seis en el pórtico e Iglesia de San Lorenzo fuera de los muros. Cinco en la de los Santos Cuatro Coronados, con otros muchos que omito por no ser molesto. Todos se hallan expuestos a la pública vista y examen de cualquiera, y todos son de la figura y hechura misma que doy en mi lámina XV.”

“Siendo pues esto cosa de hecho y fuera de toda disputa, ¿quién no se admirará de ver en los autores voluta jónica tan diversa, difícil y complicada, y no verla en ningún edificio antiguo? Aún el célebre Grabador Juan Piranesi copió tan diferentes de lo que son las de Santa María Egipciaca, las del Teatro de Marcelo y algunas otras, que no las conocerá quien las coteje. De la voluta Jónica hice un tratadito en Roma, y tengo intención de publicarlo cuanto antes pueda. El modo con que hallé la construcción o delineación de esta voluta en el capitel mismo, especialmente para hallar los cuatro puntos de que se describen las espiras, veáse en el lugar arriba citado de Vitruvio" (1).


Capitel jónico vitruviano (2).
Capitel jónico palladiano (3).

El tratadito al que hace referencia en sus notas probablemente se extravió con la venta de la biblioteca del presbítero tras su muerte en 1822 para pagar unas deudas por impuestos (y que le habían sido condonadas por las Cortes de Cádiz en virtud a sus méritos) y que Fernando VII volvió a hacer efectivas. En cualquier caso, a partir de las notas mostradas y las láminas adjuntas es posible tanto trazar la voluta como seguir el rastro dejado por él mismo para identificar los capiteles empleados.

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(1) Palladio, Andrea. Los Cuatro Libros de Arquitectura de AndreaPalladio, Vicentino. Traducidos e ilustrados con notas por Don Joseph Francisco Ortiz ySanz, Presbíero. Imprenta Real. Madrid, 1797. Página 24-Notas a la lámina XV

(2) Id. Lámina XV.

(3) Id. Lámina XVI.