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martes, 19 de enero de 2010

Diario de Sevilla entrevista a Rafael Manzano Martos



Calle Zaragoza. Uno se acuerda de Max Estella en Luces de Bohemia: "Donde yo vivo, siempre es un Palacio", respondía el poeta bohemio al guindilla (policía) que le requería la dirección. En el caso del viejo predio donde habita el arquitecto Rafael Manzano (Cádiz, 1936) no es una metáfora. Su casa-estudio es un palacio de sabiduría. En sentido literal y figurado. Representación de una Sevilla que cada vez es más difícil de encontrar. Conservadora y, al tiempo, ilustrada. Liberal y, sin embargo, coherente. Atrevida.

-¿Alguien que dice lo que piensa sin importarle lo que opinen los demás es un inconsciente, un impertinente o alguien sincero?

-Sincero, aunque tengo que reconocer que yo parezco impertinente. Es porque pretendo conmover a esta ciudad, que parece dormida. Después me arrepiento cuando veo impreso lo que he dicho. Escrito molesta más. Es hiriente. Eso ya no me gusta. Pero uno siempre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios. La gente que sabe acostumbra a guardar silencio.

-¿Cómo decía Santiago Montoto?

-Era algo así: "Mira, niño. En Sevilla hay que tener paciencia y prudencia, verbal continencia; no exhibir excesiva ciencia, y presencia y ausencia, según conveniencia". Es una receta aplicable a muchas ciudades, no creas, pero está muy bien vista para el caso de Sevilla.

-¿Decir la verdad no se estila?

-Estamos en la era de lo políticamente correcto. "Escándalo de débiles", decían los jesuitas. Todo provoca escándalo. Alguna vez he dicho que con Franco tal o cual cosa funcionaba mejor... No soy franquista. He sido siempre liberal porque soy gaditano. Los gaditanos, por propio instinto, somos liberales de nacimiento. Yo soy un producto netamente gaditano. Eso sí, reeducado en Jerez, que es la antítesis de Cádiz en lo estético, en lo social y en lo económico. Ciudades próximas y dispares. Es maravilloso tenerlas a las dos y contar con un punto de equilibro como El Puerto.

-Lo decía porque sus opiniones suelen generar ciertas reacciones.

-Levantan ampollas. Lo sé. Y eso que no estoy en contra de la arquitectura moderna más que en su sentido impositivo, por esa obligación de hacer arquitectura contemporánea. Estoy alejado de lo público porque lo que yo hago no gusta. Por eso este Premio Driehaus ha sido tan emocionante, por imprevisible.

-¿Usted es un clásico?

-Lo que he hecho en mi vida, mientras me lo han permitido, es lo que aprendí de los que me precedieron. He hecho arquitectura actual, pero poca. La clásica la hago con mayor conocimiento de causa porque la estudio. He aprendido del pasado las leyes del lenguaje arquitectónico de la España musulmana, que vienen de Roma, de lo visigótico, del arte bizantino, de Oriente. Aunque es evidente que el clasicismo debe ser renovado, porque no hablamos igual que hace cien años.

-Hay quien liga cierta idea de Sevilla con este tipo de arquitectura.

-El pueblo sevillano es inmovilista y clásico. Fiel a sus parámetros, a la ciudad que ha visto desde su niñez. Lo que ocurre es que le han cambiado muchas cosas. Quizás no se perciba del todo porque siguen ahí los grandes edificios, los monumentos: la Catedral, la Giralda y ciertos espacios que han sido menos alterados. El sevillano se agarra a eso. Y ésa es su imagen de la ciudad. El arquitecto construye arquitectura actual fervorosamente. Y los políticos fomentan su vertiente más extremista. Piensan que la arquitectura más dura es el progreso. Identifican el progresismo con la modernidad. A mí me hace mucha gracia que la Junta de Andalucía tenga una Consejería de Innovación. Existe el deseo político de que todo sea nuevo. De romper los odres viejos, como decía Menendez Pidal en relación a la poesía. La modernidad por la modernidad no existe. No es cierta.

-¿Qué es la modernidad?

-Para mí es el museo romano de Mérida, de Rafael Moneo.

-Son compañeros de curso, creo.

-De Colegio Mayor. Yo siempre tuve un perfil tradicional; él optó por la vía más moderna. En mi caso era lógico: tenía vocación de historiador. Trabajé con Fernando Chueca, que probablemente hubiera merecido este premio mucho más que yo. Estoy seguro que estará disfrutándolo en el más allá. Soy hechura suya en muchos aspectos.

-¿Este galardón reafirma su opción por la arquitectura clásica?

-Tras muchos años de atonía, aparece una institución que no sólo la valora, sino que piensa que es el futuro. Cuando la arquitectura actual agote sus parámetros, la salvación estará en el clasicismo.

-¿La gente común entiende la arquitectura contemporánea?

-Creo que no. Existe una falta de cultura arquitectónica muy grande. El regionalismo sevillano de los años 20, por ejemplo, fue muy útil para la ciudad. Sevilla no se desintegró gracias a esa arquitectura basada en constantes tradicionales. La integración fue fácil. La ciudad mantuvo esta teoría arquitectónica durante varias generaciones. A veces hay que alegrarse de que se hayan producido cosas que ahora no están de moda y que en estos tiempos no se hubieran podido hacer. La catedral de León fue restaurada en el XIX en exceso. Fue una fortuna. Ahora haríamos un engendro. Las generaciones venideras quizás se alegren de que yo haya tocado demasiado, como piensan algunos, el Alcázar de Sevilla. No me arrepiento de nada. Todo fue rigurosamente científico. En Tarancón me han encargado continuar una casa ya iniciada y he optado por hacer un peristilo neogriego. El resultado es exquisitamente elegante y tiene modernidad. Es increíble que el espíritu del dórico griego sea tan actual.

-Lo clásico no pasa de moda.

-Eso decía Juan Belmonte. Un periodista le recriminó: "Maestro, usted hace un toreo muy clásico". Y él contestó: "Me alegro mucho. Lo clásico nunca se queda viejo".

-¿Se elige lo contemporáneo por desconocimiento de lo clásico?

-Sí. No se sabe, no se conoce o no se intuye que también se puede hacer arquitectura muy moderna no exenta de clasicismo.

-¿Qué problema encuentra en la arquitectura contemporánea?

-La ausencia de un lenguaje único. La ventaja de la arquitectura antigua, sea la que sea, es que está inmersa en el canon clásico. Esto permite conciliar materiales y estilos diversos. No se ha llegado a un clasicismo de nuestra época. Y ése es el drama: no hay un lenguaje que dote de un argumento real a la nueva arquitectura. A lo sumo, algunos arquitectos muy concretos tienen su propio lenguaje personal.

-¿Y eso es malo?

-Es el caos. Como en la Expo 92. No se planteó como una arquitectura efímera y divertida, desmontable una vez acabada la Muestra. Se hizo arquitectura mala y consistente, de difícil derribo.

-¿Una frivolidad?

-Exacto. La arquitectura consiste en saber hacer bien ciertas cosas. Resolver el todo y las partes. La perfección en los detalles. La frivolidad arquitectónica se termina pagando. Eso de coger un papel, hacer un garabato y decir que puede construirse... No se puede jugar con la arquitectura.

-¿Cree que la Cartuja está bien integrada en Sevilla? ¿Es ciudad?

-Su trama urbana nunca fue buena. Repetitiva, sin espacios singulares de interés. En su concepción hubo sectarismo: no querían áreas residenciales. Tenía que ser un parque tecnológico. El error fue no permitir el tejido urbano natural, que es el residencial. Si no hay viviendas, se produce un vacío.

-El Plan General quiso hacer pisos y los empresarios se opusieron.

-Es sectarismo. Una auténtica obsesión antiurbana. Una ciudad es el espacio donde vive la gente.

-¿Por qué los arquitectos tienden a considerarse genios?

-Vivimos cierta obsesión en relación a lo genial. Pero en arquitectura no hay genios. Hay gente que la conoce mejor y peor. En la historia los genios han sido poquísimos: Miguel Ángel, Frank Lloyd Wright, Le Corbusier, Gropius. La arquitectura se ejercita haciéndola. Las escuelas actuales dan un título barato, rápido e ineficaz. El Plan Bolonia permitirá tener más arquitectos que albañiles, pero es más importante tener muchos buenos albañiles y arquitectos competentes.

-Si yo le digo Florentino Pérez Embid, usted ¿qué me responde?

-Mi gran cliente. Mi amigo. Admiraba mi arquitectura. Tenía fe en lo que hacía. Fue un amigo entrañable con una capacidad política y de acción sorprendente. Es quien me permitió llegar a comprender lo que es un político en acción.

-¿El resultado fue fascinante?

-Sí. Hablamos de una España muy pobre, aunque, como acaba de demostrarse, volvemos a ser pobres. Vivimos de lo de siempre: el turismo. Continuamos sin generar un tejido industrial adecuado. No trabajamos lo suficiente para exportar nuestro trabajo. Quizás seamos un país más o menos simpático, pero nos va a costar salir adelante.

-¿Cuál es la relación de la arquitectura con el poder?

-El poder es el máximo demandante de arquitectura porque considera que es una forma de expresar el dominio. Los grandes dictadores han sido siempre arquitectos. En los 70, cuando era decano de la Escuela, había alumnos que decían que con la democracia la arquitectura mejoraría. "Ya veréis que será igual de mala. O peor", les decía. Ejemplos sobran. En Roma, Sila fue el promotor de la gran arquitectura republicana. Felipe II fue otro gran dictador pero dejó una obra maestra: El Escorial. En Francia los sucesivos presidentes de la República, con el mismo afán de grandeur que los reyes, han impulsado grandes obras arquitectónica. Algunas, como el Centro Pompidou, son una basura. No me da miedo decirlo.

-¿Y ahora?

-Ahora hay obsesión por algunos nombres. Siempre los mismos. Yo siempre he hecho una arquitectura modesta y no doy abasto. Hoy día hay arquitectos que no van ni a ver las obras. Cada geografía además exige su propia arquitectura.

-¿Por qué para muchos la única imagen de Sevilla es el centro?

-El sevillano va al centro los fines de semana y en ciertos momentos estelares. Se encuentra a sí mismo en el centro. El de fuera, quizás no.

-Su visión de Sevilla es una ficción.

-Es una ciudad real, pero puntual. Queda muy poca materia sevillana por centímetro cuadrado. A ésta nos agarramos. Hay que defender que no haya más mutaciones. La imagen de la ciudad está tan deteriorada que ya no es monumental. Es un conjunto grosero y poco armonioso con monumentos, que son los menos, aunque maravillosos. El caserío popular ha desaparecido. Era un ámbito urbano con gracia y carisma. Y eso es difícil de conservar. No se consigue con una ordenanza. Al perder este tejido, todo queda descontextualizado.

-Casi todos los cambios se producen en el centro, no extramuros.
-Ahí me gustaría a mí ver a los genios de la arquitectura contemporánea trabajando. Para mí, ése es el territorio ideal de la modernidad.

-Somos centrípetos.

-Es una vieja obsesión hispalense que se refleja en los políticos. Para ellos el centro es el elemento significativo de la urbe. Donde es necesarios dejar su huella.

-¿Le gusta la Alameda?

-La comisaría tiene un impacto brutal. Es demasiado grande en relación al parcelario. Sólo tiene una virtud: la reforma es suficientemente menor para que tenga arreglo. Para mí la Alameda es una plaza-salón. Así lo planteé hace años.

-La Encarnación...

-No sé cómo será peor, si terminada o sin acabar. El problema es qué hacer ahora con eso. Siempre digo que todo problema arquitectónico sólo puede resolverse con arquitectura. Pero aquí no veo salida. Es muy dramático. Quizás cubriría todo ese artefacto con plantas trepadoreas feroces. Gigantescos árboles de los que colgara la vegetación.

-La Torre Cajasol.

-El rascacielos es muy vulgar. No es de primer orden. Me preocupa el problema del tráfico. Y tendrá gran impacto, sobre todo, en el entorno inmediato, no tanto sobre la Giralda. Para Triana será peor. El sitio no es demasiado malo para una torre. Pero la elegida quizás sea demasiado alta. Me preocupa el acabado. Puede ser una chapuza urbana.

-La biblioteca de Zaha Hadid.

-Un mal edificio. Nos traen obras de personajes que funcionan como genios en vida, pero rara vez son los mejores de su producción.

-Usted ha dicho que ya no llora más por Sevilla. Algunos incluso le han sugerido que se marche.

-A veces he pensado en tirar la toalla. Pero una ciudad en gran parte son los amigos. Profesionalmente sí fue un error quedarme. Hubiera tenido más fortuna en Madrid.

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En esta entrevista, Rafael Manzano nos revela su ideario arquitectónico, no muy alejado del que hemos venido defendiendo siempre desde este blog: la modernidad mal entendida, la ignorancia y desprecio hacia el pasado, la ausencia de sensibilidad a la hora de intervenir en los centros históricos y la cobardía de no atreverse a poner orden en las periferias plenamente modernas, donde en tantas ocasiones se demuestra su fracaso.

Acusado tantas y tantas veces de defender una Sevilla inmovilista, que es la que precisamente quiere el inconsciente y la memoria colectiva sevillana, Manzano no tiene reparos en criticar el ansia de modernidad de la Junta, que más que modernizar pretende barrer y sustituir la Andalucía tradicional y que, salvadas las diferencias sociales de antaño, ha demostrado ser rica en patrimonio y costumbres.

Sus opiniones al respecto de las tres (des)gracias sevillanas son claras y contundentes. Reflejan el sentir general no ya de la ciudad, sino de las instituciones más relevantes del mundo del Patrimonio, quienes ven con preocupación como un mal entendido efecto Guggenheim está acabando con una ciudad de rancio abolengo que cada día tiene menos de abolengo y más de rancia modernidad.

martes, 29 de septiembre de 2009

Indigestión en el vientre de Sanlúcar


El vientre de París es el título de una novela del escritor naturalista Emilio Zola. Ambientada en los mercados centrales de la ciudad francesa, la minuciosa descripción de las actividades que en él se realizaban convirtió el título de su obra en un sinónimo de este gran espacio del comercio tradicional parisino. Sin embargo, en 1973, un mal entendido concepto de progreso hizo demoler la impresionante estructura metálica proyectada por Victor Baltard para sustituirlas por el “Forum des Halles”, consistentes en un gran complejo subterráneo bajo el solar del mercado, convertido ahora en parque. Ni los sucesivos proyectos ni reformas han impedido la degradación de este espacio y en 2007, treinta y cuatro años después del primer proyecto, fue necesaria una tremenda remodelación que incluso ha hecho cambiar el nombre del complejo a “Carreau des Halles”. A pesar de todas las comodidades que aporta a la ciudad este nuevo espacio, el entorno de los antiguos mercados es un desolador vacío urbano que además ha privado al barrio de un enorme punto de abastecimiento alimentario.

Los Mercados de París según el proyecto de Baltard (1866-1973)

Les Halles en la actualidad, a pesar de las apariencias, un inmenso descampado en el centro de París

El mismo año de 1973, el “vientre de Sevilla”, el Mercado de la Encarnación, cerraba sus puertas e iniciaba un largo proceso de decadencia del que dudamos lo sacará los monstruosos “champiñones” que ahora dominan la Plaza de la Encarnación. El mercado fue demolido en aras de un progreso que pretendía implantar las nuevas y flamantes superficies comerciales a la vez que extendía certificado de defunción sobre el comercio tradicional. Los comerciantes, desesperados tras más de treinta años en una miserable “sede provisional” aceptaron un proyecto que los relegaba a los sótanos, como si la nueva y remilgada ciudad post-industrial sintiera vergüenza de avituallarse ante una simpática carnicera o un pescadero que pregona, con mucho ingenio, sus productos a voz en grito.

El Mercado de la Encarnación en 1973
Metropol-Parasol de Jürgen Mayer

Las nefastas consecuencias que para el entorno urbano inmediato tuvo la demolición del Mercado de la Encarnación de Sevilla sirvieron de ejemplo para muchas otras ciudades españolas, que optaron por la rehabilitación de sus mercados y la modernización de sus instalaciones. Este fue el camino que siguió en la década de 1980 el Mercado de Abastos de Santiago de Compostela, construido en 1941 por el arquitecto Joaquín Vaquero Palacios en estilo neorrománico y más recientemente el de Algeciras, un proyecto de 1934 del Ingeniero Eduardo Torroja que iba a ser destinado como “equipamiento cultural” por el Ayuntamiento de Algeciras y que gracias a la oposición e insistencia de comerciantes y ciudadanos pudo restaurarse y continuar con su actividad.

Mercado de Abastos de Santiago de Compostela

Mercado de Abastos de Algeciras

Sin embargo, no siempre es posible la rehabilitación de un mercado. Las voluntades municipales son de vital importancia en estos casos, pues de la clarividencia de los ediles viene la decisión de apostar por el comercio tradicional como fuente de ingresos y vitalidad urbana o considerarlo obsoleto e ineficaz frente a unas grandes superficies muy interesadas en los monopolios. Este es el caso del mercado de Sanlucar de Barrameda, construido en 1744 y reformado en 1882 y 1936 para ampliar y actualizar sus instalaciones. Más de sesenta años después de su última intervención, la Junta de Andalucía decide, a través de la Consejería de Obras Públicas y como en tantas otras ciudades, realizar un concurso de ideas para la modernización de las instalaciones del mercado.

Exterior del Mercado de Sanlúcar de Barrameda

 
Planos de la restauración de 1936

La resolución de dicho concurso fue en marzo de 2008, destacando tres propuestas ganadoras ("Kasba", del equipo sevillano de arquitectos Brieva-Violade; otra con el lema "Escenarios enlazados", de Ana Zazo y Alberto Alvarez, de Madrid; y con el lema "Caballo de Mar", Juan Socas Hurtado, de Sevilla) y una mención especial ("Arrimando la una a la otra" del arquitecto José Ignacio Sánchez Cid, de Sevilla).

Pero la Consejería, ávida de efecto Guggenheim con el que mostrar su concepto de “segunda modernización” de Andalucía, encarga al estudio Beuve un nuevo proyecto, diferente al que presentaron para el concurso de ideas y que tiene previsto la demolición del mercado para dar paso a un nuevo centro comercial. Este nuevo centro comercial es un paralelepípedo blanco minimalista (la habitual excusa contextualista con la que se impone la modernidad a costa de la demolición de los centros históricos) que se estructura en varios niveles, dejando la zona de mercado semienterrada y colocando en medio de la calle, descontextualizada y a modo de molesto recuerdo, la antigua puerta de acceso desdeñosamente rebautizada como “puerta de piedra”.

 
 
 
Maqueta y fotomontajes del nuevo proyecto sobre el tejido urbano actual

A favor del proyecto del nuevo centro comercial (a la vista de las dimensiones del proyecto resulta imposible hablar de mercado en el sentido tradicional del término) se encuentran los comerciantes y un sector de la población que, en un alarde chovinista, defiende cualquier propuesta moderna por considerar que la prosperidad de una ciudad viene de la mano de la adopción de formas que le son completamente ajenas y que en el mejor de los casos sólo sirven de monumento a la audacia y profesionalidad del arquitecto. La postura de los comerciantes es lógica pues desesperan al verse trabajando en pésimas condiciones por culpa de la anquilosada burocracia, y en su desesperación reciben con los brazos abiertos cualquier propuesta. Pero olvidan estos comerciantes que el coste del nuevo centro comercial se amortizará con los alquileres de los puestos y que no se vacilará por sustituir los puestos tradicionales por otros más propios de sibaritas que juegan a los mercados. Ese ha sido el caso del Mercado de San Miguel en el centro de Madrid, que tras varios años de decadencia fue reflotado por una asociación que, conservando el edificio y la disposición antigua de los puestos, lo ha transformado en un sofisticado y exclusivo centro comercial donde se venden carísimos productos de primera categoría.
 
Mercado de San Miguel de Madrid. Consiguió salvarse a costa de perder su esencia y transformarse en una "boutique del gourmet".

En contra se encuentran los preservacionistas encabezados por el Aula Gerión, Asociación cultural para la defensa del Patrimonio Histórico, que busca la reforma interior del mercado conservando en lo posible las estructuras existentes. La postura preservacionista apuesta por la continuidad de los usos tradicionales como símbolo de vitalidad urbana, y no por la transformación de los centros históricos en contenedores de venerables antigüedades y expositores de productos exquisitos que sólo responden a las demandas del turismo y urbanitas remilgados.

Todo parece apuntar a que Sanlúcar sufrirá una grave mutilación de su centro histórico de manos de una Consejería de modernidad imparable pero impasible ante la desaparición de un patrimonio que en otras ocasiones protege con celo absurdo y unos comerciantes desesperados que aceptan cualquier propuesta. Únicamente la crisis que sufrimos y un providencial recorte presupuestario pueden salvar esta joya de la arquitectura civil andaluza.

El Aula Gerión está llevando a cabo una campaña de recogida de firmas para impedir este atentado contra el patrimonio. Puede apuntarse siguiendo este enlace: Campaña salvemos el Mercado

viernes, 19 de junio de 2009

Zaha Hadid, a tus zapatos


El ayuntamiento de Sevilla decidió en 2006 mutilar uno de los escasos espacios verdes de la capital andaluza para insertar, en pleno efecto Guggenheim, una nueva biblioteca universitaria proyectada por la arquitecta iraquí Zaha Hadid. El proyecto, tan abstracto que podría ser insertado en cualquier punto del universo, robaba al Prado de San Sebastián más de tres mil metros cuadrados. En un “acto de sostenibilidad”, el consistorio decidió que los árboles que suprimía la biblioteca fueran trasladados a otro espacio verde en las afueras de la ciudad.

Las obras comenzaron en 2008 con la oposición de los vecinos de la zona, que veían como desaparecía una porción significativa de un espacio representativo de la ciudad (fue la ubicación de la Feria de Abril desde su creación hasta 1973) que ya había sufrido bastante por la especulación. El proyecto se concibió como una prolongación de los jardines del parque y como un volumen continuo que emerge del mismo, amén de otros términos habituales en este tipo de proyectos como integración o diálogo (impositivo) con el entorno, que resultan vacíos de contenido y únicamente sirven como herramienta multiuso para justificar cualquier propuesta.


En cualquier caso resulta injustificable que se elimine un fragmento de espacio verde en una ciudad con graves carencias de los mismos. Decir que los árboles se replantarán en viveros de las afueras de la ciudad es demagógico porque los árboles se necesitan en el centro. Pensar que se trata de un cambio de espacio público por otro no es del todo cierto, pues aunque la Universidad sea una institución pública, hay sectores sociales que no la necesitan para disfrutar de los mismos además de que su uso y acceso en ocasiones queda restringido al ámbito universitario.

Sevilla, como tantas otras ciudades españolas, ha sufrido un efecto Guggenheim que la ha hecho apostar por extravagantes proyectos como el “Mercado” de la Encarnación, la torre Pelli o esta biblioteca, ignorando generalmente a arquitectos locales conocedores de las verdaderas condiciones climáticas y las necesidades sociales de la ciudad a orillas del Guadalquivir.

La Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía ha sido criticada en algunos sectores como “intervencionismo” de la justicia en las decisiones municipales, algo realmente irónico cuando día a día se critica a la justicia por no condenar, o haber condenado a tiempo, los abusos urbanísticos que hemos sufrido en los últimos años.

Zaha Hadid no es una figura inmune y su obra deberá someterse a todos los procesos legales que sean necesarios ya que el Ayuntamiento ha infringido el PGOU que él mismo aprobó y en el que se devolvía al pueblo este espacio tan significativo de su historia.

Al igual que con su compañero de farándula Lord Rogers, el pueblo ha vuelto a dar una lección de lo que realmente quiere y necesita, que la arquitectura se proyecta para la sociedad y no la sociedad para los caprichos deconstruidos de una arquitecta que juega a modista.


No cuestionamos la necesidad de una nueva Biblioteca General. La Universidad de Sevilla la necesita. Pero ni ahí ni así, como tampoco era necesario el despliegue fúngico de la Encarnación o el inmenso falo de la Cartuja. Sevilla lleva años despreciando las posibilidades que ofrece en antiguo recinto de la Expo’92 como gran campus tecnológico y universitario. La biblioteca cuyas obras se acaban de paralizar son las de un edificio insostenible y funcionalmente obsoleto, como apunta el profesor Antonio Sáseta.

La sentencia del TSJA es lo mejor que le ha podido pasar a este lamentable espectáculo que continúa con los estereotipos del desarrollismo franquista, en un momento donde todavía es posible revertir el espacio verde al pueblo, su legítimo propietario.

lunes, 1 de junio de 2009

Donde estaba y como era


El patrimonio arquitectónico es un legado pasajero. Ya sea por la acción del hombre, la naturaleza o ambos, éste desaparece con el paso de los siglos. Sin embargo, sólo en la mano del hombre está la decisión de mantener ese patrimonio, impedir su desaparición y consolidar los vestigios arquitectónicos de culturas pasadas.

El 14 de Julio de 1902 los venecianos desayunaron con una desagradable noticia: el Campanario de la Plaza de San Marcos se había desplomado después de que unos días antes se hubiesen descubierto unas peligrosas grietas en la pared norte.


Fotomontaje de la época mostrando el momento del derrumbe

El campanile que colapsó en 1902 era una construcción de los arquitectos Giorgio Spavento y Bartolomeo Bon concluida en 1513. Su base fue ampliada en 1549 por Iacopo Sansovino, quien añadió una loggia conocida como la Loggetta. Es en esta hermosa ampliación donde hay que buscar la posterior ruina de la torre, pues para que ésta quedara completamente integrada en la torre hubo que cercenar parte de la base, hecho que a la larga provocó el derrumbe al no ser capaz la estructura de aguantar su propio peso.


Fotografía de Julio de 1902 con los restos de la torre


La Loggeta en 1914, poco después de su reconstrucción

Las autoridades venecianas reaccionaron rápido y en menos de un año ya se estaban iniciando las obras de reconstrucción del Campanile “donde estaba y como era”, palabras que fueron pronunciadas por el sindicalista Filippo Grimani durante el discurso de colocación de la primera piedra el 25 de Abril de 1903. Estas palabras recogen el clamor popular (en una época en la que los sindicatos se preocupaban por le pueblo más que ahora) ante el debate generado por su reconstrucción. El arquitecto Otto Wagner por ejemplo, opinaba que la pérdida del campanile se debía a la desidia de los propios venecianos por mantener su patrimonio y advertía de la imposibilidad de una reconstrucción, bien por la desaparición de las técnicas constructivas de la época, bien por la enorme suma requerida para hacerlo. Otros temían que la reconstrucción se hiciera siguiendo la “teoría de la unidad de estilo” creada por el arquitecto francés Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc según la cual el objetivo de la restauración no era devolver al edificio a su estado original sino al estado “que debería haber sido”, incurriendo en el falso histórico.


Caricatura de 1912 con una hipotética propuesta de Otto Wagner para una nueva torre

Sin embargo, tanto el consejo comunal como la suscripción popular permitieron acumular la suma necesaria para su construcción, y el arquitecto Luca Beltrami, discípulo de Camilo Boito, hizo un excelente trabajo de reconstrucción de los restos como si de una anastylosis se tratara, devolviendo a la ciudad una pieza clave de su urbanismo y del sentimiento colectivo veneciano. Gracias a él miles de visitantes pueden continuar admirando una estructura que ha servido de base e inspiración para torres y rascacielos de todo el mundo.

Planta, alzado y sección de la torre antes y después de su desplome

No sabemos si hoy día existiría la voluntad suficiente por parte de autoridades y arquitectos para actuar como los venecianos de hace un siglo. Nuevas teorías e ideas han cambiado radicalmente el mundo de la arquitectura; los arquitectos, en su continua alienación para con la Historia de la Arquitectura, han ido delegando competencias patrimoniales en historiadores y arqueólogos, quienes se han tenido que encargar del mantenimiento y restauración de nuestros monumentos. Como ya comentamos al hablar del Arquitecto ante la Historia de la Arquitectura, la toma de conciencia de la realidad objetiva de la historia y el entorno es fundamental a la hora de intervenir en estos conjuntos. Esta aparente verdad de Perogrullo deja de ser tal cuando observamos las desafortunadas intervenciones del Teatro de Sagunto o la Plaza de la Encarnación de Sevilla. En el primer caso, bastaba con una anastilosis de los restos existentes y no la inmensa mole que han acoplado a las ruinas bajo el desagradable apelativo de “restauración analógica”. En el segundo caso, teniendo en cuenta su historia, el estado de las instalaciones antes de su injusta demolición, el lamentable espectáculo que dio el Ayuntamiento hispalense con la gestión de ese espacio fundamental, y finalmente el horrible proyecto alemán que se ha impuesto a los sevillanos, nos mueven a afirmar que el mercado de la Encarnación debía haberse reconstruido donde estaba y como era.

El Mercado de la Encarnación, tal como era en la década de 1960 y debería haberse mantenido hasta nuestros días.

domingo, 31 de agosto de 2008

Conversaciones en torno al clasicismo (VII)

¿Hoy en día se "necesita este tipo de arquitectura"? ¿Cuales serían los pros y los contras de construir así?" Evidentemente se puede seguir construyendo a la forma clásica hasta el infinito o más pero no creo que sea lo que necesita la sociedad en la que vivimos
Efectivamente las posibilidades del clasicismo, como las de cualquier lenguaje estructurado, son infinitas. Con respecto a que las posibilidades del clasicismo no satisfacen las necesidades de la sociedad, me gustaría preguntar si las actuales corrientes de arquitectura y los arquitectos "mediáticos" (desde el que gana los concursos internacionales hasta el que gana los municipales) son capaces de responder a las necesidades reales de la población. Hay edificios que en boca de los arquitectos y el mundo académico resuelven necesidades, pero que a ojos de la sociedad (no lo olvidemos, los verdaderos destinatarios de los edificios) no lo hacen y puede llegar el caso de que la propia sociedad los rechace.
Desde el clásico ejemplo de las viviendas de Pruitt Iggoe, cuya demolición supuso, según Charles Jencks, la muerte de la arquitectura moderna (del Movimiento Moderno) hasta los más cercanos del Teatro de Sagunto, el Mercado de la encarnación o el centro de visitantes de Baelo Claudia de Vázquez Consuegra, se puede observar que hay algo en la arquitectura actual que no gusta a la sociedad, y que el arquitecto debe bajarse del pedestal en el que se subió en los inicios del Movimiento Moderno y darse cuenta que cuando proyecta, debe proyectar un edificio para la sociedad, no una sociedad para su edificio.

PD1: Las viviendas de Pruitt-Iggoe, de M. Yamasaki, se proyectaron el los años 50 como paradigma del Urbanismo y vivienda colectiva de la Modernidad, pero fueron demolidas en 1972 por los altos índices de criminalidad y vandalismo que sufrían sus habitantes.

PD2: Todos recordamos los cambios que ha sufrido el actual proyecto de la Plaza de la Encarnación, desde las gráciles macrolepiotas metálicas hasta los pesados champiñones de hormigón revestidos de madera, por no hablar del supuesto tongo del concurso y la oposición simultánea de varias instituciones públicas (si mal no recuerdo Patrimonio, Economía y Medio Ambiente) y asociaciones de vecinos (los comerciantes dieron el visto bueno porque están DESESPERADOS tras 35 años de sede provisional). Desde mi punto de vista es un proyecto que no resuelve necesidades por cuando lo principal, que era crear un mercado, se obvia para potenciar las cubiertas, completamente innecesarias e inexistentes en el programa. Cualquiera de las propuestas presentadas daba mejores respuestas a las necesidades reales que la ganadora. Se eligió un proyecto extravagante buscando crear una Sevilla Moderna que al final ha resultado ser, una vez más cateta, por cuanto espera de los champiñones el mismo resultado que obtuvo París con la Torre Eiffel.

PD3: EL centro de visitantes de Baelo Claudia de Vazquez consuegra es uno de los edificios públicos que más opisición popular ha recibido, hasta el punto que se han organizado varios sabotajes. Si bien el resultado final es mucho más suave que el bunker de hormigón que ha señoreado durante unos años la Ensenada de Bolonia, resulta demasiado grande para el conjunto arqueológico y su entorno.
Por último, para aclarar dudas con respecto al clasicismo, les remito a un texto de Quinlan Terry: "Seven misunderstandings about classical Architecture" (Siete malentendidos sobre la arquitectura clásica), cuya traducción está incluida en el blog. Para ver el texto en inglés: http://www.qftarchitects.net/ y pinchar en la sección "Essays and Lectures".