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domingo, 22 de septiembre de 2013

Premio Rafael Manzano Martos 2013



El jurado del Premio de Arquitectura Clásica y Restauración de Monumentos Rafael Manzano Martos ha decidido otorgar el galardón del año 2013 al equipo formado por el arquitecto Luis Fernando Gómez-Stern y el diseñador e inspirador de la restauración integral de la antigua judería de Sevilla, Ignacio Medina y Fernández de Córdoba, Duque de Segorbe.

El trabajo seleccionado supone una iniciativa singularmente loable, ya que es resultado del empeño personal de sus autores, quienes con constancia y determinación fueron año tras año insuflando nueva vida a todo un barrio entonces muy degradado y amenazado de demolición del centro histórico de Sevilla. Un barrio que, como todo conjunto urbano tradicional, incluía no sólo monumentos singulares, sino también edificaciones populares más modestas que son con frecuencia minusvaloradas u olvidadas, pero sin las cuales perdería su sentido.

En su restauración y rehabilitación se dio prioridad al uso del lenguaje y las técnicas constructivas tradicionales que proporcionaban al conjunto la identidad que le es propia.

Esta es la segunda edición del premio de Arquitectura Clásica y Restauración de Monumentos Rafael Manzano Martos, dirigido a profesionales dedicados al campo de la arquitectura cuya obra encarne los principios de la arquitectura y el urbanismo tradicionales en elmundo contemporáneo. Su objetivo es poner en valor la labor de aquéllos que estén no sólo trabajando en la preservación y rehabilitación delpatrimonio arquitectónico y urbano tradicional español, sino también contribuyendo a la continuidad de las tradiciones constructivas yarquitectónicas que lo configuran y, con ello, trabajando por la creación y el mantenimiento de entornos más humanos y sostenibles.

Convocado por The Richard H. Driehaus Charitable Lead Trust y la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Notre Dame (Indiana, Estados Unidos), el premio está dotado con 50.000 euros y una medalla conmemorativa y será entregado 15 de octubre en un acto solemne en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. FUNDACIÓN MAPFRE y la Real Academia de San Fernando colaboran en la gestión de este galardón.

Como defensor de los mencionados valores, Rafael Manzano Martos fue ganador del Octavo Premio The Richard H. Driehaus Prize de Arquitectura Clásica concedido en Chicago en el año 2010. Este premio internacional, instituido por el gran mecenas norteamericano Richard H. Driehaus y promovido a través de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Notre Dame de Indianápolis, está considerado como uno de los reconocimientos más importantes del mundo a una trayectoria profesional vinculada a la arquitectura tradicional y a la restauración. Tras concederle este galardón Richard H. Driehaus anunció la creación en nuestro país de un nuevo premio con el nombre de Rafael Manzano, en este caso destinado a honrar aquellos que estén protegiendo y enriqueciendo el legado arquitectónico español.


Para más información sobre el trabajo premiado y sus autores:

Premio Rafael Manzano: Luis Fernando Gómez-Stern e Ignacio Medina, Duque de Segorbe.
Página oficial del Premio en Facebook. 



domingo, 7 de octubre de 2012

Premio Rafael Manzano Martos




El Premio Rafael Manzano Martos de Arquitectura Clásica y Restauración de Monumentos
con el apoyo de:

Fundación Mapfre
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
Escuela de Arquitectura de la Universidad de Notre Dame

El Premio Rafael Manzano Martos ha sido posible gracias a la generosa aportación de The Richard H. Driehaus Charitable Lead Trust.


El Premio Rafael Manzano Martos de Arquitectura Clásica y Restauración de Monumentos, convocado por la Richard H. Driehaus Charitable Trust y la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Notre Dame (Indiana, Estados Unidos), tiene como fin difundir los valores de la arquitectura clásica y tradicional, tanto en la restauración de monumentos y conjuntos urbanos de valor histórico-artístico como en la realización de obras de nueva planta capaces de integrarse armónicamente en dichos conjuntos.

El Premio está dotado con 50.000 euros y una medalla conmemorativa y se entregará por vez primera el 16 de octubre de 2012 en un acto solemne en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid).

En esta primera edición el Jurado ha decidido otorgar este Premio al arquitecto Leopoldo Gil Cornet por las obras de restauración de la Real Colegiata de Roncesvalles (Navarra), realizadas entre 1982 y 2012.

Rafael Manzano Martos
Rafael Manzano Martos, arquitecto, académico y profesor de Historia de la Arquitectura, ha dedicado su vida al estudio del Clasicismo, tanto en Occidente como en el mundo islámico, restaurando múltiples monumentos en España y realizando una arquitectura que, dentro de la modernidad impuesta por nuestro tiempo, no ha renunciado nunca a los valores del legado clásico.

Como defensor de los mencionados valores, Rafael Manzano Martos fue ganador del Octavo Premio Richard H. Driehaus de Arquitectura Clásica, concedido en los Estados Unidos en el año 2010 y promovido por el gran mecenas norteamericano Richard H. Driehaus a través de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Notre Dame de Indianápolis. Este premio está considerado como uno de los reconocimientos más importantes del mundo a una trayectoria profesional vinculada a la Arquitectura Clásica y la Restauración.

Coincidiendo con la entrega del mencionado premio en los Estados Unidos, Richard H. Driehaus anunció la creación de un nuevo premio en España en defensa del patrimonio urbanístico español y de las tradiciones arquitectónicas españolas: el Premio Rafael Manzano Martos de Arquitectura Clásica y Restauración de Monumentos.


The Richard H. Driehaus Prize

El Richard H. Driehaus Prize se otorga anualmente en la Universidad de Notre Dame a un arquitecto vivo cuyo dominio de los principios de la arquitectura y el urbanismo tradicionales o clásicos haya producido obras construidas sobresalientes por su extraordinario diseño y sus cualidades sociales y medioambientales. 

Junto con el Richard H. Driehaus Prize cada año se entrega el Henry Hope Reed Award a individuos ajenos a la práctica arquitectónica que hayan contribuido de forma significativa al apoyo de la preservación y el crecimiento de la ciudad tradicional. 

El programa del Driehaus Prize está  concebido para constituir una parte integral de la vida académica de la Escuela de Arquitectura  de Notre Dame. Los premiados dan conferencias en ella y celebran encuentros informales con los alumnos en el campus. 

“Belleza, armonía y contexto son los rasgos distintivos de la arquitectura clásica, que, por consiguiente, sirve a las comunidades, realza las cualidades de nuestro entorno compartido y desarrolla soluciones sostenibles a través de los materiales y técnicas tradicionales", dice Richard H. Driehaus, el filántropo de Chicago que ha establecido el Richard H. Driehaus Prize de 200.000$ en la Universidad de Notre Dame para honrar a aquellos arquitectos vivos cuya obra encarne estos principios dentro de la sociedad contemporánea. 

El Driehaus Prize ha sido concedido anualmente desde 2003 a arquitectos representativos de las diversas tradiciones clásicas y cuyo impacto artístico refleje su compromiso con la conservación de la cultura y el medio ambiente. 

La Arquitectura Clásica y el Urbanismo Tradicional representan las máximas aspiraciones de una cultura. Los ideales intemporales que han pervivido durante siglos se están convirtiendo en algo cada vez más esencial para la conservación de nuestro Patrimonio Cultural y para la protección no sólo de nuestros recursos económicos y medioambientales, sino también del sentido de continuidad y de identidad que mantiene a las comunidades. La Arquitectura Clásica es sostenible por definición y el diseño urbano tradicional favorece la creación de medios apropiados para que la gente pueda reunirse para desarrollar su vida, su trabajo o sus ritos.

Los ganadores del Premio hasta el momento han sido: Léon Krier, Demetri Porphyrios, Quinlan Terry, Allan Greenberg, Jaquelin T. Robertson, Elizabeth Plater-Zyberk and Andres Duany, Abdel-Wahed El-Wakil, Rafael Manzano Martos, Robert A.M. Stern  y Michael Graves.

Su obra abarca distintas culturas y continentes, convirtiendo al Driehaus Prize en un foro para el diálogo sobre la diversidad de las tradiciones arquitectónicas, entendidas éstas, sin embargo, como parte de un continuo que conecta comunidades, sostiene el tejido social y nos une a todos. 

Como afirma Michael Lykoudis, Presidente del jurado del Driehaus Prize y Francis and Kathleen Rooney Dean de la Universidad de Notre Dame School of Architecture: “Dentro del cuerpo de obras ganadoras del Driehaus Prize etas ideas conforman una realidad incluso mayor y más importante sobre la experiencia humana: que el desarrollo  de una cultura o una comunidad no tiene por qué tener lugar a expensas de su historia y de sus valores establecidos. 



viernes, 19 de agosto de 2011

Robert A. M. Stern: ¿Driehaus o Pritzker?

Para cualquier arquitecto moderno la recepción del Premio Pritzker supone el máximo reconocimiento a nivel profesional de su carrera, equiparable en cierta medida a una suerte de Premio Nobel de la Arquitectura. Desde su creación en 1979 por J. A. Pritzker, ha venido premiando anualmente la arquitectura más destacada del momento, irguiéndose en referente para la nueva modernidad gestada tras la crisis del Movimiento Moderno, cuyo punto de inflexión fue la demolición del complejo residencial de Pruitt Iggoe del arquitecto Minoru Yamasaki en 1972 debido a las altas tasas de criminalidad y vandalismo que adolecían sus edificios, construidos siguiendo escrupulosamente las pautas de la Arquitectura Moderna y el Urbanismo de la Carta de Atenas de 1933 (no confundir con la Carta de Atenas sobre el Patrimonio de 1931). 

A pesar de premiar la excelencia profesional de los arquitectos más destacados de nuestros tiempo, este premio omite deliberadamente a un número de profesionales que basan su ejercicio en los postulados del clasicismo y la tradición. No obstante, algunos de los premiados con el Pritzker, como Phillip Johnson o Rafael Moneo coquetearon en su momento con el clasicismo en su irónica revisión posmoderna con la que pretendían resolver los problemas sociales que dejó el Movimiento Moderno. No fue hasta 2003 cuando el magnate y mecenas Richard H. Driehaus instituye el premio que lleva su nombre y encomienda a la Universidad de Notre Dame en Indiana la entrega del mismo. Este premio anual laurea a aquellos profesionales que se han mantenido fieles a los principios de la arquitectura clásica y tradicional: uso de materiales vernáculos, búsqueda de la sostenibilidad a través de las soluciones tradicionales, referencia directa a los Tratados de Arquitectura, así como a la antigüedad grecorromana y al clasicismo renacentista y barroco. Su primer receptor fue Leon Krier en 2003, seguido de Demetri Porphyrios en 2004, Quinlan Terry en 2005, Allan Greenberg en 2006, Jaquelin T. Robertson en 2007, Andrés Duany y Elizabeth Plater-Zyberk en 2008, Abdel-Wahed El-Wakil en 2009, Rafael Manzano Martos en 2010 y Robert A. M. Stern en 2011

Salvo los galardonados en 2009 y 2010, todos los arquitectos premiados pertenecen a un ámbito profesional anglosajón, más propenso a las formas clásicas que el Mediterráneo y Europa Central. Esto se debe en parte a que en estos países, junto con Hispanoamérica, no hacen una valoración moral del clasicismo como la que se realiza en Europa, donde se identifica con dictaduras, fascismo y regímenes totalitarios por haber sido usada puntualmente por esos gobiernos durante los años 30 cuando en realidad el uso del “clasicismo depurado” era bastante habitual en el periodo de entreguerras (véase “El carácter apolítico del clasicismo”). En los países Anglosajones y en Hispanoamérica el clasicismo tiene una valoración moral muy positiva ya que se considera un garante de sus libertades democráticas y símbolo de vitalidad cultural. La mayoría de edificios institucionales de estas naciones se construyeron empleando un lenguaje clásico con el que pretendían vincularse arquitectónicamente a las primeras democracias helénicas. Sin embargo, eso no les impide aceptar la arquitectura moderna y convivir con ella, valorando todos sus aspectos positivos de la misma forma que valoran positivamente el clasicismo (véase “La escuela de Chicago y la tradición clásica norteamericana"). 

Una de las características más destacables de los nuevos clasicistas o nuevos palladianos, aparte de su compromiso de continuidad con la tradición, es su tolerancia hacia la arquitectura moderna siempre y cuando ésta no agreda directamente al Patrimonio y los entornos Patrimoniales. Tolerancia que por otra parte no es recíproca, puesto que los arquitectos contemporáneos desdeñan todo contacto con la tradición, considerándola en el mejor de los casos una venerable pero incómoda pieza de museo o un palimpsesto sobre el que redefinir su propio ego. Aunque lo normal es apelar al “falso histérico” y calificar de pastiche todo lo que no sea una ruptura violenta con el pasado y la consiguiente huida hacia delante con destino incierto. 

Al contrario que los grandes maestros del Movimiento Moderno, quienes recibieron una formación clásica pero abrazaron la modernidad rechazando el lenguaje clásico que tan bien dominaban, Robert A. M. Stern es un claro exponente de arquitecto que habiendo recibido una formación moderna, acaba volviéndose clásico y dominando su lenguaje a la perfección, sin por ello renegar de sus raíces modernas. Su estudio nos muestra un amplio abanico de edificios, complejos comerciales o residenciales y planes urbanos, haciendo gala de ese espíritu multidisciplinar que le permite proyectar edificios modernos, como el Centro Comcast en Philadelphia (Pennsylvania, EEUU, 2008) o la Torre Carpe Diem (París, Francia). Y a la vez que es capaz de ofrecer obras modernas, también es un gran tradicionalista moderno, término acuñado por él mismo para definir a aquellos arquitectos cuya filosofía proyectual se adapta a la tradición constructiva, tradicional e industrial, del lugar donde se asientan sus edificios. La Biblioteca Pública de Nasville (2001, Tennessee, EEUU) y el Edificio Bavaro en la Escuela Curry de Educación de la Universidad de Virginia (Charlottesville, Virginia, EEUU, 2010) son dos magníficos ejemplos del otro extremo creativo de este polifácetico arquitecto que perfectamente podría aspirar al Pritzker por la pureza casi minimalista de sus obras modernas.




Torre Carpe Diem (París, Francia). Arq: Robert A. M. Stern.

Para saber más sobre Robert A. M. Stern:






domingo, 14 de agosto de 2011

Robert A. M. Stern, la presencia del pasado.

La televisión pública de Chicago ha preparado un interesante reportaje sobre el arquitecto Robert A. M. Stern con motivo de su reciente Premio Driehaus 2011. Este interesante video nos muestra la actividad de su estudio, sus obras, el testimonio de otros arquitectos, y el suyo propio. 


Para saber más sobre Robert A. M. Stern:






lunes, 8 de agosto de 2011

Robert A. M. Stern, ganador del Premio Driehaus 2011


Aunque de forma tardía, nos hacemos eco de la noticia del galardonado con el premio Richard H. Direhaus en 2011, que le fue entregado en una ceremonia el pasado mes de marzo en la Universidad de Notre Dame en Indiana. Como en entregas anteriores, el señor Stern recibió una maqueta en bronce del Monumento Corégico de Lisícrates y un premio en metálico de 200.000 dólares. 

Robert A. M. Stern fue uno de los primeros arquitectos que se sacudieron del yugo de la modernidad y volvieron la vista atrás hacia la senda perdida del clasicismo y la tradición. Además contribuyó a la génesis teórica de este movimiento con la definición del clasicismo moderno y sus cinco variantes: irónico, latente, esencialista, canónico y tradicionalismo moderno. El arquitecto se incluye a sí mismo en esta última categoría, que define como “el más pluralista de los enfoques del clasicismo moderno, imbuido en la convicción de que, aunque lo clásico sigue siendo un ideal permanente, al interactuar con lo vernáculo adquiere un sentido de realidad circunstancial, de lugar y de relación con unas tecnologías y programas en continua evolución, y también un sentido de oportunidad temporal. En otras palabras, un edificio tradicional puede producir la impresión de haber pertenecido siempre a un conjunto más amplio, y al mismo tiempo, en virtud de su tecnología y diseño concretos, transmitir una determinada identidad estética y un determinado momento histórico. En el tradicionalismo moderno no se idealizan ni se desprecian los lenguajes vernáculos de origen artesanal e industrial, sino que se adoptan por lo que son, u se deja que las cuestiones morales de la arquitectura se diriman en el ámbito político o ideológico, no en el estructural. El resultado es que el tradicionalismo moderno, aunque muchos arquitectos serían reacios a admitirlo, posee muchas de las cualidad del eclecticismo que vivificó la arquitectura del siglo XIX y principios del XX. El tradicionalista moderno no actúa de una manera general, sino que decide en cada caso cuál es el lenguaje arquitectónico que debe aplicar. El renovado interés de los arquitectos por utilizar estilos, ya sea modificados de acuerdo con un ideal romántico de individualismo artístico o en función de nuevas técnicas constructivas o de nuevos programas, ya sea de una manera pura y auténtica, pone de manifiesto su victoria sobre una de las mayores falacias del movimiento moderno: la idea de que la tecnología, la cultura y la política del siglo XX obligan a desarrollar una forma singular y universal de expresión artística, un estilo internacional único y distinto de todos los anteriores”. (1) 

Robert A. M. Stern se graduó en la Universidad de Columbia (B. A. Bachelor of Arts, 1960) y en la Universidad de Yale (Master in Architecture, 1965). Es miembro del Instituto Americano de Arquitectos (AIA, American Institute of Architects) y recibió la Medalla de Honor del Capítulo de Nueva York de la AIA en 1984 y el Premio del Presidente del Capítulo en 2001. Entre 1992 y 2003 formó parte del Consejo de Administración de la Compañía Walt Disney. En 2007 recibió el Premio Athena del Congreso para el Nuevo Urbanismo y fue nombrado Miembro de Honor de la directiva del Instituto de Arquitectura Clásica y América Clásica. En 2008 recibió el décimo Premio Vincent Scully del Museo Nacional de la Construcción. Como fundador y socio más antiguo de Robert A. M. Stern Arquitectos dirige personalmente el diseño de cada uno de los proyectos de la firma. 

El Sr. Stern es decano de la Escuela de Arquitectura de Yale. Previamente fue profesor de Arquitectura y director del Programa de Preservación Histórica en la Escuela de Arquitectura, Planeamiento y Preservación de la Universidad de Columbia. Entre 1984 y 1988 fue el primer director del Centro Temple Hoyne Buell de Columbia para el Estudio de la Arquitectura Americana. Ha dado multitud de conferencias en Estados Unidos y en el extranjero tanto en temas de arquitectura histórica como contemporánea. Es el autor de varios libros, y se han publicado quince libros sobre su obra. 

La obra del Sr. Stern se ha expuesto en numerosas galerías y universidades y forma parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Museo Metropolitano de Bellas Artes de Nueva York, el Museo Alemán de Arquitectura de Frankfurt, el Centro Pompidou de París, el Museo de Bellas Artes de Denver y el Instituto de Bellas Artes de Chicago. Fue seleccionado para representar la arquitectura de Estados Unidos en la Bienal de Venecia de 1976, 1980 y 1996. 

Los ganadores de las dos últimas ediciones, Rafael Manzano Martos en 2010 y Abdel-Wahed el-Wakil en 2009, pertenecían a ámbitos profesionales no anglosajones, por lo que esta entrega vuelve a premiar al “núcleo duro” del nuevo clasicismo, al ser Reino Unido y Estados Unidos las dos naciones donde este movimiento que busca recuperar el clasicismo para la arquitectura contemporánea. No obstante, es significativo que, al igual que el año anterior con Rafael Manzano, algunas revistas de arquitectura moderna y el propio Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España se hayan hecho eco de la noticia, demostrando cierto interés por la trayectoria profesional de estos “nuevos palladianos” a la vez que por el premio, asentado ya como equivalente al Pritzker de la arquitectura clásica. 

Para saber más sobre Robert A. M. Stern:







(1) Stern, Robert A. M. El clasicismo moderno. Ed. Nerea. Madrid, 1988. p. 187

sábado, 19 de febrero de 2011

Discurso de D. Rafael Manzano. Premio Richard H. Driehaus 2010

Mi admirado Richard Driehaus, fundador de este premio, honorable Dr. Michael Lykoudis, decano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Notre Dame, querido Leon Krier y jurado del premio Driehaus, queridos arquitectos que me precedisteis en tan honroso premio, cónsul de España en Chicago, profesores y alumnos de esta Universidad, queridos amigos todos, tanto los de aquí como los del grupo de españoles que con tanto cariño me acompañan.

Nunca como hoy he lamentado carecer de dotes oratorias y más aún en la bella lengua de Shakespeare para poder expresar mi más íntimo agradecimiento y la profunda emoción que hoy me embarga por la concesión de este premio que lleva el nombre de tan grande mecenas de la arquitectura y que otorga la prestigiosa Escuela de Arquitectura de esta vieja Universidad que ostenta el nombre Sagrado de Nuestra Celestial Señora Madre del Cielo. Gracias conmovidas a todos. Este premio honra a la arquitectura que no ha perdido su eterna fidelidad al clasicismo, que ha sido un lenguaje universal y válido durante los últimos veinticinco siglos y ha legado su colosal herencia arquitectónica y urbanística al mundo occidental.

Y ahora, tras pedir una vez más perdón por no expresarme en inglés, permítanme que continúe este discurso hablando mi lengua, también universal y también honrada por la pluma de Cervantes.

A un gran torero sevillano que alcancé a tratar y conocer, Juan Belmonte, ya anciano, le criticaba un periodista: "Maestro dicen que hace usted un toreo demasiado clásico"; a lo que contestó Belmonte: "Pues si dicen eso de mí, será verdad. Y me alegra saberlo, porque como usted sabe lo clásico es lo que nunca pasa de moda". 

Me siento profundamente identificado con aquel gran torero pues a mí también se me ha criticado mucho por mi clasicismo, sobre todo entre mis compañeros más importantes en la profesión. Sólo oí elogios y hace ya mucho tiempo de un gran arquitecto que aquí nos honra con su presencia, Leon Krier, el primero que recibió este premio, que es hoy el más grande que se puede conceder a un arquitecto en el mundo. También he tenido el afecto de muchos clientes, que me han honrado con su confianza, y el de un gran Director General de Bellas Artes del Estado Español, Florentino Pérez Amid, y por supuesto de mi maestro, Fernando Chueca, que siempre me respaldó en mis obras arquitectónicas, y que también fue cliente mío en cierta medida. Y ahora ustedes me sorprenden a tan avanzada edad de mi vida, y en los días más tristes de ella tras la pérdida de mi esposa, elogiando mi obra y sus raíces clásicas y premiándola tan generosamente. Me emociona también profundamente ser el primer español que recibe este premio. España, madre de tantos pueblos, ha sido fecunda cuan ninguna en su colosal legado a la arquitectura a lo largo de todos los tiempos. 

Yo tenía muy asumidas las críticas a mi obra, que había intentado llevar a la perfección dentro del lenguaje arquitectónico heredado de mis maestros y que mejor conocía, en un mundo que de forma bárbara y suicida destruye cada día la herencia irrenunciable e irrepetible de sus ciudades, su arquitectura y sus paisajes, que he amado tanto. He dedicado mi vida desde casi su niñez a una vocación por la restauración de los monumentos del pasado y por una arquitectura basada en el sólido entramado de su eterno lenguaje universal nacido en el templo griego, codificado en las escuelas alejandrinas por Vitruvio y otros arquitectos helenísticos en los años de la Roma Republicana. Este lenguaje llegó a su esplendor máximo bajo dos césares hispanos, los más grandes que gobernaron el orbe romano, Trajano y Adriano, formados del gran Apolodoro de Damasco; y el propio Elio Adriano, el César Arquitecto, que abrió en su Villa Adrianea nuevos caminos para la arquitectura que se prolongaron en la Roma tardía y Paleocristiana y en el oriente bizantino, sirio e incluso islámico. Tras la caída del Imperio Romano, este Occidente roto que aún intentamos en vano reconstruir al menos en una unidad de mercado, interpretó los propios recuerdos arquitectónicos de su glorioso pasado y los reflejos llegados de oriente, recreándolos en una arquitectura vieja y nueva a la vez, que tuvo en el Románico y el Gótico, con su diversidad de escuelas, un paralelo al fenómeno de la supervivencia de la lengua latina en los diversos romances europeos, el castellano, el catalán, el galaico-portugués, el francés o el italiano; y el surgimiento, sin pérdidas en sus vocablos, de viejas raíces clásicas griegas y romanas, en los nuevos lenguajes anglosajones.

Todo este pasado medieval iba a olvidarse tras la profunda renovación filológica del lenguaje antiguo de la Arquitectura impuesto por el Humanismo Renacentista, que surgido en las repúblicas italianas, mínimas pero ricas y cultas, iba a invadir Europa, inciándose por España y Francia. La vuelta al lenguaje antiguo no significó una copia servil de la Arquitectura del pasado clásico, sino la creación de una arquitectura novísima que recuperó la perfección lingüística romana y le dio nuevo impulso y capacidad evolutiva hacia el Manierismo y hacia una nueva convicción Barroca. Sin renuncia a su rigidez aparente, el Neoclasicismo fue capaz no obstante de generar un Romaniticismo Clasicista prolongado en el siglo XIX en evocación Historicista de los lenguajes medievales y fundido todo en un Eclecticismo que iba a dar forma al más copioso volumen de edificios y ciudades jamás construidos por el hombre. Y el Clasicismo todavía dio vida al Modernismo y al Art Decó, que acabarían dando paso a un esperanzador Movimiento Moderno sentado sobre las bases de una arquitectura nueva que había nacido con la espontaneidad de una nueva especie arbórea, el rascacielos, medio siglo antes aquí en Chicago, y que iba a dar abundantes frutos en manos de una generación genial que desgraciadamente no llegó a generar en plenitud un lenguaje arquitectónico nuevo y universal y que hoy vemos sumido en profunda crisis. 

Como en el momento final de la Edad Media, el clasicismo se nos vuelve a presentar hoy como una posible opción salvadora en la búsqueda de una nueva geometría para la arquitectura y de una construcción basada en las raíces formales y en los materiales constructivos de cada región, de cada ciudad y de cada cultura.

Termino manifestando de nuevo mi agradecimiento a todos. Mis padres realizaron grandes sacrificios para que yo pudiera realizar mi vocación arquitectónica. Mi madre me inició en los principios del dibujo. Mis hermanos primero, y Concha, mi esposa, y mis hijos en mi casa, me han acompañado en los días felices y dolorosos de mi aventura vital, supliendo mis flaquezas y dándome el marco de serenidad que ha hecho posible mi obra. Tuve grandes maestros en la universidad española: Torres Balbás, López Moreno y sobre todo Fernando Chueca, arquitecto y máximo historiador de la arquitectura española. He tenido la colaboración de grandes artesanos: carpinteros, canteros, escayolistas; y he tenido grandes discípulos y compañeros, y grandes amigos, algunos comitantes también de mi obra; también grandes compañeros de Universidad y de Academias, sabios en sus respectivas materias y plenamente representados entre los que habéis querido acompañarme en este acto tan importante en mi vida. La generosidad de los presentes supera con grandeza la modestia de mis méritos. Muchas gracias a todos. 

Video del evento:




Intervención de D. Rafael Manzano Martos a partir del minuto 61.

martes, 28 de septiembre de 2010

Rafael Manzano. Sobre mi arquitectura


La arquitectura que he venido realizando a lo largo de mi vida, y en la cual hoy me reafirmo, la he desarrollado en dos líneas fundamentales de actuación: la restauración de monumentos, y la arquitectura de nueva creación.

Dentro de la rehabilitación, para mí es tan trascendental salvar la integridad y veracidad del monumento como documento de sí mismo y de la Historia, como salvar su belleza heredada, y en esto, como arquitecto, siempre me ha planteado la plenitud de belleza del resultado de la intervención.

El arquitecto que se dedica a este oficio delicadísimo debe especializarse tanto en el uso y conocimiento de los oficios tradicionales, como en el estudio en profundidad de la época y la arquitectura en la que se integra el monumento que restaura. No es válido, aunque resulta frecuente, encomendar los trabajos a arquitectos famosos por sus obras actuales. Se dice que con él colaboran documentalistas e historiadores que suplen su desconocimiento. Pero hay un documento de la historia que solo puede leer el arquitecto, y que es el monumentos mismo.

Respecto a las obras de nueva planta siempre he actuado en función del paisaje, urbano o rural en que se ha de integrar, hasta el punto de que en conjuntos modernos de calidad, ya consolidados, creo que hay que realizar obra nueva, no disonante, sino que se integre o complemente con el conjunto ya realizado.

En definitiva, cuando la arquitectura pierde su norte en la vulgaridad repetitiva de formas cansadas, y que no aportan nada nuevo ni de interés a las ciudades, siempre tuvo en el clasicismo el golpe de péndulo capaz de reencontrarse consigo misma y con las eternas leyes de belleza heredadas de la antigüedad. Este lenguaje, en cada siglo, supo hablarse con un nuevo acento, con una nueva prosodia. También en nuestro siglo ha de aplicarse sin renuncia a la modernidad, a la funcionalidad del objeto arquitectónico, a las nuevas inflexiones lingüísticas impuestas por nuestro tiempo.

Rafael Manzano Martos

lunes, 27 de septiembre de 2010

Rafael Manzano habla sobre la intervención Patrimonial.

En la restauración de monumentos hay que inventar lo mínimo, pero ese mínimo no se debe dejar de inventar (Rafael Manzano Martos).

In the restoration of a monument, invention should be kept to a minimum, but that minimum should never cease to be invented (Rafael Manzano Martos).

miércoles, 14 de abril de 2010

Elogio a D. Rafael Manzano Martos

El arquitecto Francisco Javier García de Jaime dedicó en los comentarios a la entrevista a D. Rafael Manzano Martos realizada por ABC el 21 de Marzo de 2010, el siguiente elogio a la figura del señor Manzano, que por su elocuencia reproducimos en una entrada aparte:

Todo arquitecto con vocación de tal, quiere materializar sus conocimientos y dominar con la materia el espacio, darle forma. Pero existen otras formas de realizarse como arquitecto y es conociendo el pasado de este antiguo oficio, y dominar ese conocimiento no es un hecho baladí como algunos torpemente se imaginan, aprender esos lenguajes y sus códigos requiere mucha formación cultural, mucho tiempo de aprendizaje, mucho bagaje, esa densidad lleva aparejada una sensibilidad, si alguien puede emocionarse escuchando una sonata de Mozart interpretada al piano por Maria Joao Pires, porque el publico no puede emocionarse con Rafael Manzano Martos reinterpretando a los arquitectos del Califato en Medina Azahara. Necios hay, han habido y existirán siempre, para discernir entre la excelencia y lo vulgar, es necesaria una exquisita formación, para entender a Otto Dix, hay que conocer el renacimiento y curiosamente al pintor, el nacionalsocialismo lo considero un creador de arte degenerado, de las elites nazis sabemos que tenían una formación refinada, pero su intolerancia, aventajó con creces a su nivel de formación, esto ocurre con demasiada frecuencia y en todas partes, y siempre que se antepone la intolerancia a la comprensión. Rublev pintor de iconos, en la esplendida película de A. Tarkosky pierde la fe y deja de pintar, hasta que por medio del niño constructor de campanas la recobra y comprende que debe seguir ofreciendo su trabajo para el bien de la gente. Rafael Manzano no ha perdido nunca la fe en su trabajo y siempre ha trabajado con rigor para ofrecer la esencia del arte islámico referido fundamentalmente a Al-Andalus, a sus contemporáneos y a las generaciones venideras.

miércoles, 7 de abril de 2010

Ceremonia de entrega del Premio Driehaus 2010


El premio Driehaus 2010 y el Galardón Henry Hope Reed fueron entregados al arquitecto español Rafael Manzano Martos y al profesor de Yale y preservacionista Vicent Scully, respectivamente, en una ceremonia el Sábado 27 de Marzo en el histórico Auditorio John B. Murphy de Chicago.

Entre los participantes figuraron Richard Driehaus, fundador y presidente de Driehaus capital Management; Michael Lykoudis, Francis y Kathleen Rooney, Decano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Notre Dame; Edward Bass, ambientalista, filántropo y Presidente de Fine Line, Inc.; Paul Goldberer, crítico de arquitectura de The New Yorker; y Leon Krier, primer galardonado con el premio Driehaus en 2003.

Al aceptar el premio, Rafael Manzano Martos dijo a través de un intérprete: “Este premio honra a una arquitectura eternamente fiel al Clasicismo, un lenguaje universal vigente durante los últimos 25 siglos que ha transmitido su colosal arquitectura y patrimonio urbanístico al mundo occidental… Me sorprenden en esta etapa avanzada de mi vida profesional alabando mi trabajo y sus raices clásicas con un premio tan generoso”.

Robert A. M. Stern, decano de la Escuela de Arquitectura de Yale, aceptó el Galardón Henry Hope Reed en nombre de Vicent Scully, quien no pudo asistir por motivos de salud. Stern leyó unas palabras de Scully: “Estoy profundamente agradecido por este premio, y lamento sinceramente no poder estar ahí para recibirlo en persona. Me conmueve especialmente el hecho de que se otorgue en nombre de Henry Hope Reed, con quien, como un insoportable joven moderno, solía estar en desacuerdo en todo hace cincuenta años. Pero soy quien ha cambiado más que él… los horrores de la renovación urbana de la década de 1960 me hicieron darme cuenta de lo destructiva que era la planificación moderna de la ciudad y su puesta en práctica y ello me posicionó en una línea al menos análoga a la suya.

Richard Driehaus hizo un anuncio sorpresa, ofreciendo 100000 $ más a Rafael Manzano Martos en reconocimiento a su defensa del Patrimonio Histórico en España.

Rafael Manzano Martos, receptor de los 200.000 $ del Premio Driehaus, y Vicent Scully, ganador de los 50.000 $ del premio Henry Hope Reed fueron seleccionados por un jurado formado por Richard H. Driehaus (Fundador y Presidente de Driehaus Capital Management), Michael Lykoudis (Decano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Notre Dame), Adele Chatfield-Taylor (presidente de la Academia Americana en Roma) y Robert Davis (Fundador de Seaside, Florida), Paul Goldberger (crítico de arquitectura de The New Yorker), Léon Krier (Arquitecto y Académico), David M. Schwarz (Director de David M. Schwarz Arquitectos).

domingo, 21 de marzo de 2010

ABC entrevista a Rafael Manzano Martos (II)


Un clásico contumaz
El catedrático Rafael Manzano, maestro moderno de la arquitectura clásica, vive en una preciosa casa del siglo XVI de Sevilla, rodeado de capiteles, sillerías, piezas de artesonados, portalones... arrumbados aquí y allá, dando un aspecto decadente, pero delicioso a un vivienda amenizada por los gorjeos de gorriones, como si se tratara de una isla en medio de una ciudad. A sus 73 años, este gaditano, conservador del Real Alcázar de Sevilla durante 21 años, confiesa que recibirá el premio Richard H. Driehaus con la satisfacción de estar en el camino correcto después de andar durante años en un desierto en el que la arquitectura moderna parecía ser el único referente mundial.

—Recibe el premio Richard H. Driehaus en un momento muy especial de su vida, cuando su mujer acaba de fallecer.
—Mi mujer conoció la nominación, pero no la concesión del premio porque falleció el 10 de octubre y me comunicaron el premio el 10 de noviembre de 2009. En este momento se mezclan sentimientos muy contradictorios. He llorado la muerte de mi mujer y he llorado también el premio. Ahora lloro más porque el hombre, cuando envejece, se hace más niño y más sensible.

—Imagino que a estas alturas de su vida ya aparcó la vanidad, pero supongo que este premio le reconforta después de tantas críticas por su clasicismo.
—Este premio me ha dejado asombrado y enormemente agradecido porque me ha producido una íntima satisfacción. Hasta ahora, lo que yo he hecho como arquitecto en España no sólo no ha sido estimado, sino que ha sido reprobado. Algunas construcciones que he intentando hacer las rechazó la Comisión de Patrimonio de la Junta porque decía que tenía que cambiar de lenguaje, que no era admisible un lenguaje clásico porque es mimético, porque podía falsificar la ciudad... Eso me hizo sentir «pecador» (sonrisa) y para mí ha sido una gran satisfacción enorme que en un sitio como Chicago, tan lejano, me «absuelvan» porque veo que hay una parte de la sociedad que le interesa lo que hago. Este premio me ha alegrado el ego porque creía que estaba haciendo algo reprobable, que era el único creyente de una religión que practicaba yo solo y ahora veo que hay un cristianismo que aplaude lo que yo hago, lo cual me ha reconfortado. Al final, no estaba tan lejos de la verdad como creía.

—Parece que este premio le ha situado entre los grandes de la arquitectura mundial.
—Bueno, yo soy un arquitecto muy modesto, no soy un arquitecto importantísimo.Soy un arquitecto que tiene una educación clásica. He sido un estudioso de la arquitectura, a la que he dedicado toda mi vida. Tengo un acervo de formas arquitectónicas que me afloran y que las amo profundamente. La intuición del arquitecto es saber elegir las formas más idóneas para cada caso y para mí están dentro del contexto cultural, de su ambiente y también de las constantes de la arquitectura vernácula.

—En definitiva, es un clásico.
—Bueno, yo diría que todos somos modernos a nuestra manera, incluso yo, que soy el menos moderno de los modernos. La sociedad actual nos impone unas exigencias debidas, unas distribuciones, unos materiales... Lo normal es que seamos modernos, en mayor o menor grado. Podemos interpretar el clasicismo desde la modernidad.

—¿Que ventajas tiene la arquitectura clásica frente a la arquitectura moderna?
—El clasicismo tenía unas reglas, pero la arquitectura moderna no. La colección de grabados de los órdenes arquitectónicos de Vignola era el compendio de todas las reglas del saber clásico y para el profesor era muy fácil corregir al incipiente estudiante de arquitectura. En cambio, hoy nos tenemos que dejar llevar por nuestra “genialidad” e intuición pero las intuiciones no son transmisibles por el profesor. El otro problema de la arquitectura moderna es que no tiene un lenguaje universal y cada casa tiene un lenguaje diferente, por lo que estamos en una torre de Babel de la arquitectura. Cada arquitecto habla su propia lengua y eso es malísimo porque la ciudad es un bodrio, un caos.

—Usted es un erudito, un arabista, especializado en arquitectura hispanomusulmana. ¿Se ve más como un hombre del siglo XIX que como uno del siglo XXI?
—No, yo soy un hombre del siglo XXI, pero que ha heredado del XIX muchas cosas a través de mis grandes maestros. El primero fue Manuel Estévez Guerrero, un arqueólogo, un historiador del arte jerezano. Cuando llegué a Madrid, mi maestro fue Leopoldo Torres Balbás, a quien admiraba y leía antes de conocerle. Este me presentó a Fernando Chueca, que ha sido el maestro que más me ha durado por ser el más joven, lo que nos permitió hacer muchas cosas juntos. Mi último maestro fue el más viejo de todos, Manuel Gómez Moreno, que sí era un hombre del siglo pasado.

—¿Ha creado usted escuela?
—No, simplemente creo que he conseguido crear intereses coincidentes con los míos en muchas personas, a los que considero discípulos, pero cada uno ha tirado para su barrio, como Alfonso Jiménez, Ramón Queiro, Pedro Rodríguez... He sido su impulsor, pero ellos han buscado sus caminos independientes, no se han dedicado a hacer lo mismo que yo.

—Usted no usa reloj, parece despistado, los libros y objetos antiguos se amontonan en su estudio... parece un poco caótico.
—Es verdad que soy un poco bohemio. El artista debe serlo. El arquitecto debe ser un poeta de la arquitectura y nunca he visto a un poeta que haga poesía de 10 a 12. La poesía sale cuando uno está inspirado y relajado. A mí se me ocurren cosas cuando estoy bañándome plácidamente o cuando estoy en el sofá y saco una servilletita y dibujo lo que sea, algo que a lo mejor no me sale cuando estaba frente a un tablero.

—Presumo que le gustó más la arquitectura de la Expo del 29 que la del 92.
—La arquitectura de la Expo del 29 no fue buena, pero aunque con errores y mucha ingenuidad arquitectónica, tenía coherencia lingüística y armonía por la correlación. La Expo del 92 fue un caos, el horror, una sima muy profunda. Menos mal que los edificios no estaban bien construidos y están siendo sustituidos.

—¿Cree usted que la sociedad demanda arquitectura clásica?
—Hay demanda de clasicismo por gente que no está muy bien educada en el clasicismo, lo que da lugar a chapuzas lamentables. Hasta el arquitecto más moderno, si le encargan un palacete clásico, lo hace, aunque con cierta repugnancia. Lo hace mal, por supuesto, porque de ésto también hay que saber. Todos estos arquitectos muy modernos que llegan a triunfar en el mundo y a tener una fama tremenda, siempre terminan comprándose un viejo convento y yéndose a vivir a él. A lo mejor, en el fondo el arquitecto es el primero que demanda clasicismo pero se avergüenza de hacerlo.

—¿Reniega usted de la arquitectura moderna?
—Yo creo y gozo con la arquitectura contemporánea cuando es de buena calidad. El Seminario es uno de los edificios modernos de Sevilla que me gustan. En cambio, la nueva Comisaría de Policía de la Alameda me hace daño a la vista.

—¿Qué obra le gustaría hacer en Sevilla?
—Sigo con la obsesión de hacer una plaza frente a San Luis, apoyándome en la calle Duque Cornejo. Esa plaza nos permitiría gozar de la iglesia de San Luis. Es una obra que podría ser tan lucida y de tan poco costo... Sería una plaza con un discretísimo clasicismo porque para hacer algo moderno, mejor quedarnos como estamos. En la medianera opuesta a San Luis siempre había previsto un fontanone.

—Usted es un virtuoso del perfeccionismo ¿se arrepiente de alguna obra suya?
—Como Curro Romero, todo el mundo tiene tardes buenas y tardes malas. Yo he cometido algún error arquitectónico evidente, pero en conjunto he logrado perfeccionar fragmentos de cosas, como el propio Alcázar de Sevilla.

—En varias ocasiones le he escuchado quejarse de no haber sido bien recibido en Sevilla. ¿No cree que su ironía y mordacidad le han pasado factura?
—Don Santiago Montoto decía que en Sevilla hay que tener paciencia y prudencia, verbal continencia, no exhibir excesiva ciencia, que puede haber sido otro error mío. Yo tenía un amigo, Sebastián García Díaz, que me decía: ¡Cuantas veces te tengo que recordar que Dios ha puesto frenillo sólo a dos órganos de la naturaleza humana!. Pues el frenillo de la lengua hubiera sido mejor tenerlo mejor atado, pero bueno... Se puede pecar y pedir perdón. Hay gente que me dice que yo tenía un inmenso poder y me hace gracia que me lo diga quien lleva instalado en la Junta de Andalucía desde que ésta se constituyó. Yo he podido tener una cierta autoridad moral en algunos temas de arquitectura clásica y restauración, pero no poder.

—¿Siente usted que despertó antipatías en la ciudad?
—En parte sí, pero no lo sé. Es muy difícil venir a Sevilla, establecerse en ella y ser de fuera. Al sevillano que es hipersensible le puede saber mal que venga alguien de fuera. Posiblemente yo no era un buen psicólogo para entender la ciudad. Yo creía que trabajando y haciendo las cosas lo mejor posible era suficiente.

—Por un asunto de peritaciones de cuadros estuvo en la cárcel, aunque después fue absuelto. ¿Está olvidado aquello?
—Fueron sólo dos o tres peritaciones que hice para una amiga mía y no me arrepiento de haberlas hecho porque las hice correctísimamente. No me siento culpable porque además salí absuelto, aunque me tuvieron siete años sub judice. Fue una situación incómoda y dolorosa para mí. Estuve dos o tres días en prisión y después tenía que ir al juzgado a firmar cada día, domingos inclusive, lo cual es bastante pintoresco porque hasta los más criminales lo tienen que hacer una o dos veces al mes. No se me aplicaron los más elementos derechos y me tuve que aguantar. Se me impidió salir de España durante siete años, con los consiguientes daños profesionales y personales

jueves, 18 de marzo de 2010

El Mundo entrevista a Rafael Manzano

Fuente: El Mundo 21 de Febrero de 2010.

Es uno de esos días en los que un maravilloso patio del centro de Se­villa, lleno de plantas, algo decaden­te, bien regado por una lluvia muy sonora, podría parecer Macondo o cualquier paraje tropical de monzón y arquitectura colonial. Arriba, Ra­fael Manzano, pie en alto por un ac­cidente en Madrid, intenta guardar reposo para estar en forma cuando tenga que ir a Chicago a recoger el premio más importante del mundo a la arquitectura clásica.

Pregunta.- Siempre se acuerda de sus maestros...

Respuesta.- Es que yo he tenido mucha suerte, más que nadie en el mundo, en cuanto a mis maestros. He sido alumno de los grandes de una época, la del regeneracionismo histórico, aquella gente entre la ge­neración del 98 y la del 27, cuando España fue más grande que nunca.

P.- Todo muy efímero y triste, co­mo lo cuenta Muñoz Molina en su última novela, con un arquitecto que sabe de arquitectura popular de protagonista...

R.- No crea, todavía vivimos de aquello. Aquella fue una generación fantástica, de pintores, de escritores, arquitectos, médicos y los discípulos nos hemos beneficiado de ellos. Yo, en Madrid, tuve la suerte de apren­der de tres generaciones sucesivas de grandes maestros, de aquel en­torno de la escuela de Arquitectura o de la Institución Libre de Ense­ñanza. El primero fue Leopoldo To­rres Balbás, el gran restaurador de la Alhambra, de la imagen que hoy tenemos, porque cuando él se hizo cargo estaba bastante destruida, ha­bitada incluso. Hizo una síntesis ge­nial, recogiendo alguna de tas res­tauraciones no científicas. Fue un maestro cercano a la Institución. Es­tudió muy bien la arquitectura po­pular española, gran investigador de la hispanomusulmana, del arte cisterciense y del gótico. Era un perso­naje extraordinario. Recuerdo hacer excursiones con él solo a Alcalá la Vieja, llevaba sus cartillas de la so­ciedad española de excursiones, e Íbamos levantando un plano de la ciudad musulmana. Nos recibía en el Instituto Valencia de Don Juan, de cuya fundación ahora soy patrono, y para mi aquello es un santuario. Un día entró un anciano venerable que resultó ser don Manuel Gómez Moreno, que fue el que inventó la historia de la arquitectura española. Él fue todo, hay un antes y un des­pués de él en el estudio del arte mo­zárabe. A Fernando Chueca Goitia lo conocí porque era lector suyo. Había asistido a alguna clase, era adjunto de Torres Balbás y recuerdo un día que dio él la clase porque, di­jo, don Leopoldo le estaba pagando su anual tributo a la gripe. Coincidí con él en el examen, porque Torres Balbás dejaba preguntar a sus ayu­dantes. Un día, además, buscando las piezas de una portada gótico-mudéjar, desmontada por los alma­cenes municipales, di con ella y es­taba debajo de unas ruedas neumá­ticas. Torres Balbás me dijo que contactara con Chueca. Desde entonces, fuimos maestro y discípulo. Maestro en la vida cotidiana, porque convivíamos diariamente. Continuábamos la lección peripatética por Recoletos, Cibeles, hasta Alfonso XII, donde vivía; a veces parábamos en alguna librería. Era nuestra vida. Trabajé en La Almudena con él.

P.- ¿Llegó a ver las pinturas de Kiko Arguello?

R.- No le gustaron, pero eso fue una decisión de Rouco. Del que tengo que decir, por otra parte, que tiene el mérito de haberle dado vi­da catedralicia a la Almudena. Allí celebra sus misas, está abierta y muy vivida.

P.- ¿De qué le vino a usted su afi­ción por la arquitectura? De familiares...

R.- Mi vocación se la debo a Cádiz, donde nací, y a Jerez, donde me crié. Son ciudades complementa­rias, Cádiz es barroca, clasicista y Jerez es renacentista. Mi padre era muy piadoso. Entonces se hacía el Santo Jubileo circular, cada día el Santísimo estaba expuesto en una iglesia, y así es como yo conocí to­das las iglesias de Jerez. Mi padre rezaba y yo miraba las bóvedas. Mi padre me regaló la guía histórico-artística de Jerez de don Manuel Esteve y me lo presentó. También iba a Jerez Francisco Alonso Martes, pri­mo de mi madre, un arquitecto que sabía mucho de cálculo de estructu­ras. Las intuiciones estructurales que tengo se las debo a él, con el que trabajé luego en Madrid. Fui buen dibujante porque mi madre, que era pintora aficionada, copista, me enseñó.

P.- Pues le enseñó muy bien, por­que dicen que había profesores que no se atrevían a borrar los dibujos a tiza que dejaba usted en la pizarra de la Escuela de Arquitectura...

R.- Es que yo entiendo la pedago­gía dibujada, destinada al arquitec­to, ya que su forma de expresión es el dibujo. Ser buen dibujante es una condición necesaria, no creo en un gran arquitecto que no sepa expresar su proyecto en un dibujo.

P.- ¿No se está perdiendo eso con el ordenador?

R.- No, porque el ordenador no di­buja solo. El buen dibujo de ordena­dor es tan bueno como el hecho con tiralíneas: Se está perdiendo desde que se le dio un nombre tan rim­bombante como “análisis de formas arquitectónicas”. Con el dibujo se aprehenden las formas, se fijan en la retina y eso es el material que lue­go se utiliza en la arquitectura.

P.- Decía lo del ordenador porque por Andalucía es fácil ver casi el mismo bloque de casas de algunas promotoras repetido y repetido...

R.- El arquitecto quiere una vida fácil. En la época en la que ha habido tanto trabajo es que no tenían tiem­po ni de pensar. Los más premiados, los que pasan por ser los máximos exponentes de la profesión tienen tal acumulación de encargos que di­fícilmente pueden hacer obras maestras. No me explico cómo pue­den con ese volumen de trabajo. Al final, la obra es de los ayudantes. Se ha perdido el sentido artesanal de la arquitectura. Antes se mimaban las obras y ahora es distinto, pero yo voy a morir con el plan antiguo.

P.- Lo malo es que ahora el título se ha devaluado un poco, desde que usted se licenció, ¿no?

R.- Es que cada día se da con me­nos conocimiento y, además, el ar­quitecto se hace haciendo arquitec­tura, más que en la escuela y, ahora, a lo mejor se mueren sin aprender mucho más que en la carrera. La primera premisa debiera ser que la escuela estuviera en un edificio dig­no para ser de Arquitectura. Eso pa­sa con el de Madrid, pero no con el de Sevilla.

P.- Usted se pudo volver a la Es­cuela de Madrid y no quiso...

R.-He podido volver a Madrid en varias ocasiones pero es verdad que los alumnos me empujaban a que­darme. Al final, me arreglé esta ca­sa y ya no me moví. No sé si estoy arrepentido, creo que en Madrid hu­biera tenido más clientes pero estoy contento en Sevilla, tengo amigos por toda Andalucía. Mi familia es de la Axarquia, para mí Alhama de Granada es un sitio mágico porque allí conocí a .mi mujer, que era prima segunda mía, y fue mi primera no­via. El premio me lo han dado en unos momentos dramáticos para mí porque se acababa de morir. Creo que es un acto de amistad de León Krier, al que admiraba yo desde ha­ce tiempo. Y él a mi por lo visto tam­bién. Vino en septiembre a visitar­me. Había fotografiado obras mías porque él va por el mundo buscan­do obras clasicistas. Lo que se hace siguiendo el orden clásico. En Chi­cago, la familia Pritzkter decidió dar un premio a lo mejor que se hace en arquitectura moderna y los Dreihaus lo hacen con lo mejor de la arquitectura que sigue los cáno­nes clásicos. En España, el Pritzkter es conocido desde que se lo dieron a Moneo, pero éste que me han da­do a mí no lo es.

P.- Es un premio que sólo pueden dar los americanos, porque aquí esa arquitectura no gusta, según dice usted mismo...

R.- Sí, es curioso que ambos se den en Chicago y que sean dos familias. Una que ama la modernidad por en­cima de todo y otra que aprecia la que tiene un fondo de pasado, que sea capaz de evocar la arquitectura eterna, donde tengan peso los eter­nos cánones de la proporción. Eso es el clasicismo. Y cada familia ha creado su premio y no los hay mejo­res en la arquitectura. En América cabe todo y es la grandeza que tie­ne. Una amiga mía americana dice que ellos hacen de sus hobbies una dedicación de toda la vida, casi una obligación. Los Driehaus le dedican su propia fortuna a la arquitectura clásica, que es su pasión. León Krier fue el primer premiado.

P.- Que asesoró al Príncipe de Ga­les en sus asuntos arquitectónicos...

R.-El Príncipe Carlos ha sido muy valiente denunciando los destrozos que ha hecho la arquitectura con­temporánea en los cascos históricos. Quiere salvar la ciudad histórica. Como León Krier o como yo; Tiene una sensibilidad especial, es acuare­lista, conservacionista...

P.- Muy británico en eso. Pero aquí no surge una figura como él que de­nuncie esos destrozos que también se han hecho también, ¿no?

R.- Claro. Verdaderos desaguisa­dos. Pero el arquitecto actual tiene una seguridad de lo que hace por encima de la herencia, que no le im­porta. Hay un cierto orgullo de casta, piensa que lo que dibuja está lle­no de creatividad.

P.- Le Corbusier era partidario de ti­rar parte de Estocolmo...

R.- Pero es que tampoco estamos llevando a cabo sus ideas, porque él creía en la arquitectura como pro­ducto industrial y ahora no estamos haciendo unas viviendas prefabrica­das de precios fantásticos, asequi­bles y cómodas. Al final, estamos construyendo de manera tradicio­nal, bastante mal hecho casi todo, sin aportar valores arquitectónicos nuevos. Se puede copiar bien, por­que copiando también puedes reinventar, pero es que el arquitecto ahora está copiando lo peor del mo­vimiento moderno. O del clasicismo, con la balaustrada de escayola y los frontispicios. Arquitectura hay bue­na o mala. Sólo de vez en cuando se hace alguna genialidad y, entonces, los políticos empiezan a encargarle todo y es cuando le hunden, porque no se pueden hacer genialidades to­do el rato. Porque Dios nos ha dado a todos limitaciones, hasta a los ar­quitectos más creadores. Pasa lo mismo con los urbanistas: conocer una ciudad puede llevarte toda una vida, así que no entiendo cómo los hay que pueden planificar 90 ciuda­des a la vez.

P.- Dicen que no hay mala arquitec­tura que no pueda arreglar unas plantas trepadoras y unos árboles...

R.-Hemos perdido el orden bioló­gico de la arquitectura clásica, que tiene la naturalidad de lo espontá­neo. Antes, un edificio crecía como una planta, de manera distinta de­pendiendo del clima. Crecía con una especie de orden natural interno. Las plantas siguen manteniendo ese ritmo biológico y por eso creo que pueden salvar a las ciudades. Con ellas, con los árboles, la arquitectu­ra queda camuflada por un ambiente. Por las sombras y las luces de la naturaleza. Ahora observo con ho­rror que no sabemos cómo plantar árboles en las ciudades. Nos ten­dríamos que dedicar más a la jardi­nería... La sostenibilidad de la arqui­tectura clásica es evidente, el arte mudéjar es el más sostenible, está hecho con materiales humildes, el mortero de cal no transmite calor, incluso cuando se destruye vuelve a la tierra, como el ser humano. El cristal es el material más inadecua­do en España.

P.- No sé si quiere hablar de la ex­periencia que supuso pasar cuatro días por la cárcel y luego salir absuelto de aquel caso de falsificacio­nes de cuadros...

R.- La vida no es lineal, tiene sus al­tibajos. Aquello fue una desgracia que no he querido atribuir a nadie. En aquel momento caía mal, hubo como una conjura contra mi, falseda­des y una situación muy triste, pero finalmente fui absuelto. Pero desde la detención a la absolución fueron ocho anos muy duros. No podía ha­cer previsiones y resulta que aquello se solucionó en media hora. La fiscal me exoneró de todo. Sufrí mucho, pero bueno está. Ahora estoy conten­to con el premio. En realidad, en Es­paña yo me he quedado como el últi­mo de Filipinas- Tengo discípulos, historiadores, arqueólogos queme tienen cariño porque decían que mis clases eran muy amenas pero en rea­lidad siempre han tenido distancia respecto a mi obra arquitectónica.

P.- Pero usted sigue disfrutando...

R.-Estoy haciendo una residencia en el Golfo, simplificando el lengua­je hispano-árabe. Y estoy muy con­tento de cómo ha quedado una casa en Tarancón, dórica, neogriega. Sus propietarios están encantados y yo también porque la arquitectura no es para atormentar a quien la vive.