El concepto de piel o de envolvente
aplicada a la arquitectura se ha convertido en uno de los pilares
básicos del proyectos moderno. Con la proclamación de los cinco
puntos de la nueva arquitectura, Le Corbusier sanciona la separación
compositiva entre planta y alzado, que se verá reforzada con el
desarrollo tecnológico de los muros cortina. De esta forma la
fachada pierde su función portante y se subordina a una
superestructura mayor a la que se ancla o de la que cuelga.
Los cinco principios de Le Corbusier, enunciados en "Hacia una Arquitectura" en 1923, se complementan con los cuatro métodos de composición y suponen el origen de la fachada libre y los muros-cortina.
Además de la libertad compositiva, el
muro cortina también permitió un abaratamiento de costes, al
recurrir a elementos prefabricados que se ensamblan en obra. El muro
cortina permite el paso de una construcción cuasi artesanal (el
ladrillo se coloca uno a uno) a un montaje mecanizado que regulariza
la composición. Aunque el vidrio es el material que se asocia
inmediatamente a este tipo constructivo, también hay muros cortina
de otros materiales, como piedra o acero, si bien estos últimos
suelen usarse más como última capa del cerramiento que como muro
propiamente dicho.
En “¿Quién teme al Bauhaus feroz?
El arquitecto como mandarín” (Anagrama, 1982. Original inglés: From Bauhaus to our house) Tom Wolfe se mofaba de esos
grandes muros de vidrio de los rascacielos de Nueva York que
prácticamente impedían cualquier distribución mobiliaria y
acababan revestidos interiormente de cortinas y composiciones
clásicas. Para Wolfe esto supone un irónico contraste entre la alta
tecnología requerida para la construcción del edificio y la
atemporalidad que el decorador le concedía al dotarlo de un entorno
clásico. De hecho, parece como si Wofe sintiera añoranza por las
artesanías y la construcción artesanal (y que no pueden competir
con la tremenda rebaja de costes que supone la arquitectura moderna),
cuando en realidad es posible encontrar ejemplos históricos
tecnológicamente similares al muro cortina y que aportan una
respuesta compositivamente clásica al problema de una fachada
independiente de la estructura. Estos ejemplos son anteriores a las
soluciones planteadas por los arquitectos de la Escuela de Chicago
(antecedente directo de esta tipología constructiva) y se vinculan
con las construcciones de entramado de madera del norte de Europa. La
fachada de la casa de Paul Pindar, conservada en el Mmuseo Victoria y
Alberto de Londres, es un ejemplo magnífico de cómo desde la
tradición se puede conseguir dar respuesta a un requisito
aparentemente capitalizado por la Modernidad.
La vivienda fue construida a finales
del siglo XVI para Paul Pindar (1656-1650), un próspero comerciante
de la época que llegó a ser embajador en el Imperio Otomano. Pindar
adquirió varias viviendas en Bishopgate extramuros, un sector al
este de la ciudad amurallada, y las adaptó para crear un gran
complejo residencial de tres plantas en cuyo centro se levantaba una
imponente estructura de madera a modo de mirador de planta
mixtilínea, de dos niveles superpuestos que sobresalen de la
fachada. El cuerpo curvo central del mirador entronca con la
tradición de residencia aristocrática inglesa y confiere
majestuosidad al conjunto.
Tras la muerte de Paul Pindar, su
vivienda fue subdivida y arrendada a terceros durante casi tres
siglos, hasta que en 1890 la propiedad fue demolida para dejar
espacio a la nueva estación de la Calle Liverpool. La singularidad
de la fachada, considerada una rareza arquitectónica, motivó su
conservación y traslado al Museo Victoria y Alberto, donde permanece
desde entonces.
La fachada en su emplazamiento original, h. 1880. Fuente: Wikimedia Commons.
Uno de los propósitos fundacionales
del Museo Victoria y Alberto era el de recopilar y exponer ejemplos
de las mejores manufacturas y tecnologías con el fin de formar el
gusto del público y los futuros profesionales. Las secciones de
arquitectura fueron muy populares en sus primeros años, pero su
importancia fue decayendo a medida que el museo mutaba su interés
didáctico al meramente expositivo de artes decorativas. Si
observamos la fachada de la casa de Paul Pindar desde esta doble
óptica, no sólo nos encontramos ante un objeto maravilloso que
satisface nuestra curiosidad, sino ante una lección práctica de
arquitectura de la cual los arquitectos podemos sacar provecho como
proyectistas, pues España cuenta con una amplia tradición de
construcciones con entramado de madera que ha demostrado gran
eficiencia y adaptabilidad a los condicionantes materiales del
entorno. Estas construcciones son muy similares en cuanto a tectónica
a las estructuras británicas tradicionales con dicho material.
Levantamiento de la fachada. Fuente: Museo Victoria y Alberto.
En un momento en que las estructuras de
madera vuelven a tener interés bajo la luz de la sostenibilidad, el
procedimiento empleado en la construcción de esta fachada cobra
nueva actualidad: las piezas que la componen fueron realizadas en un
taller de carpintería para ser ensambladas in situ, siguiendo un
proceso muy similar al que siguen hoy las compañías especializadas.
La única diferencia es la progresiva mecanización que reduce el
esfuerzo necesario, pero los parámetros de diseño podrían seguir
perfectamente vigentes toda vez que las formas resultantes provienen
de las necesidades constructivas del proceso de ensamblaje así como
la propia naturaleza del material. A diferencia del orden dórico,
que surge de las primitivas construcciones en madera, la composición
de esta fachada hace el camino inverso y supone una vuelta del
clasicismo a su material primigenio.
La casa de Paul Pindar nos demuestra
que es posible llegar a resultados exactamente iguales a los
obtenidos por la modernidad con los muros cortina, empleando un
material y un diseño proyectual basado en uno de los conceptos más
sostenibles: la tradición y su adaptabilidad al medio.
La fachada antes y después de la restauración. Aunque ahora es posible apreciar mejor las uniones de las diferentes piezas que la componen, el estado anterior permitía una mejor comprensión volumétrica del elemento. Fuente: Museo Victoria y Alberto.
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