Volumen I. Introducción.
La obra está divida en dos volúmenes; el primero consta de una introducción y dos partes en las que trata los elementos de los edificios y la composición en general. En el segundo volumen, tras un discurso preliminar pasa a hacer un examen de las principales partes de la arquitectura y concluye con unas lecciones gráficas de los cursos de arquitectura.
En la introducción a la primera parte se plantean cuáles son los objetivos de la arquitectura, a saber, la utilidad pública y privada, la conservación de la misma y la dicha de los individuos, las familias y la sociedad. Junto a estos objetivos se plantean los medios que la arquitectura emplea, que no son otros que la conveniencia y la economía; la conveniencia aporta comodidad, solidez y salubridad a los edificios, mientras que la economía da simetría regularidad y simpleza.
Tras definir estos objetivos esenciales de la arquitectura, el autor comenta la acepción general de arquitectura, que identifica ésta con decoración. Acto seguido, indaga en los orígenes de este repertorio formal, aludiendo a autores de renombre de su generación anterior, el abad Laugier, y a otros clásicos, como Vitrubio. Explica cómo, según el primero, todas las magnificencias de la arquitectura toman como modelo la “cabaña primigenia” que hizo el hombre prehistórico, de lo que deriva el concepto de orden de arquitectura (columna, entablamento y frontón, que evocan las piezas verticales y horizontales de madera y la inclinadas de hojas de esta primitiva cabaña). La conclusión a la que llega el abad Laugier, según Durand, es que los muros, puertas, ventanas, bóvedas y arcadas no son más que licencias que se deben como mucho tolerar, pues no sólo el orden constituye la componente esencial del arte y su belleza. Visto el peculiar origen del concepto de orden, pasa a exponer cómo surgieron los diferentes órdenes: el dórico de la imitación del cuerpo masculino, el jónico del femenino, y el corintio a partir de unas hoja de acanto que crecían sobre un cesto colocado encima de una tumba y protegido en su parte superior por una losa, y que el escultor Calímaco imitó para unos capiteles que talló en Corinto. También explica la aparición de los órdenes toscano y compuesto como variación del orden dórico el primero y como mezcla de los órdenes jónico y corintio el segundo.
Durand pasa ahora a justificar de un modo sencillo y práctico por qué ni las formas de los órdenes ni los órdenes en sí ni las proporciones de los mismos derivan de la imitación de la cabaña primigenia u el cuerpo humano, ya que en el primer caso los órdenes tienen más componentes que la cabaña primigenia y el cuerpo humano, ya que en el primer caso los órdenes tienen más componentes que la cabaña y en el segundo las proporciones del ser humano varían infinitamente y los órdenes antiguos no suelen hacer caso a estas reglas compositivas. Concluye, por tanto, que las formas sólo dependen de razones constructivas, que el agradar la vista no es el objetivo de la arquitectura, como tampoco la decoración es su finalidad.
La arquitectura es, pues, la solución a dos problemas, en primer lugar, con una suma dada, hacer el edificio lo más conveniente posible en el caso de los edificios privados; en segundo lugar, dado el cometido de un edificio, hacer éste con el menor gasto posible, como en el caso de los edificios públicos.
Concluye la introducción explicando cómo se va a dividir su método y mostrando las ventajas de éste frente a los métodos tradicionales que dividen la arquitectura en tres partes: decoración, distribución y construcción, pues éstos últimos suelen dar ideas fragmentadas de la arquitectura que nos llevan a un conocimiento incompleto de la misma. Por último, dedica unas líneas sobre la forma de dibujar la arquitectura, pues sólo mediante esta técnica podemos fijar, corregir y transmitir nuestras ideas de un modo sencillo y libre de pretensiones. Mediante la planta, alzado y sección conseguiremos dar una idea completa del edificio; estas representaciones deben mostrar los cuerpos geométricos sin “lavar”, esto es, sin añadirles más efecto que el de la clara distinción de sus partes.
La obra está divida en dos volúmenes; el primero consta de una introducción y dos partes en las que trata los elementos de los edificios y la composición en general. En el segundo volumen, tras un discurso preliminar pasa a hacer un examen de las principales partes de la arquitectura y concluye con unas lecciones gráficas de los cursos de arquitectura.
En la introducción a la primera parte se plantean cuáles son los objetivos de la arquitectura, a saber, la utilidad pública y privada, la conservación de la misma y la dicha de los individuos, las familias y la sociedad. Junto a estos objetivos se plantean los medios que la arquitectura emplea, que no son otros que la conveniencia y la economía; la conveniencia aporta comodidad, solidez y salubridad a los edificios, mientras que la economía da simetría regularidad y simpleza.
Tras definir estos objetivos esenciales de la arquitectura, el autor comenta la acepción general de arquitectura, que identifica ésta con decoración. Acto seguido, indaga en los orígenes de este repertorio formal, aludiendo a autores de renombre de su generación anterior, el abad Laugier, y a otros clásicos, como Vitrubio. Explica cómo, según el primero, todas las magnificencias de la arquitectura toman como modelo la “cabaña primigenia” que hizo el hombre prehistórico, de lo que deriva el concepto de orden de arquitectura (columna, entablamento y frontón, que evocan las piezas verticales y horizontales de madera y la inclinadas de hojas de esta primitiva cabaña). La conclusión a la que llega el abad Laugier, según Durand, es que los muros, puertas, ventanas, bóvedas y arcadas no son más que licencias que se deben como mucho tolerar, pues no sólo el orden constituye la componente esencial del arte y su belleza. Visto el peculiar origen del concepto de orden, pasa a exponer cómo surgieron los diferentes órdenes: el dórico de la imitación del cuerpo masculino, el jónico del femenino, y el corintio a partir de unas hoja de acanto que crecían sobre un cesto colocado encima de una tumba y protegido en su parte superior por una losa, y que el escultor Calímaco imitó para unos capiteles que talló en Corinto. También explica la aparición de los órdenes toscano y compuesto como variación del orden dórico el primero y como mezcla de los órdenes jónico y corintio el segundo.
Durand pasa ahora a justificar de un modo sencillo y práctico por qué ni las formas de los órdenes ni los órdenes en sí ni las proporciones de los mismos derivan de la imitación de la cabaña primigenia u el cuerpo humano, ya que en el primer caso los órdenes tienen más componentes que la cabaña primigenia y el cuerpo humano, ya que en el primer caso los órdenes tienen más componentes que la cabaña y en el segundo las proporciones del ser humano varían infinitamente y los órdenes antiguos no suelen hacer caso a estas reglas compositivas. Concluye, por tanto, que las formas sólo dependen de razones constructivas, que el agradar la vista no es el objetivo de la arquitectura, como tampoco la decoración es su finalidad.
La arquitectura es, pues, la solución a dos problemas, en primer lugar, con una suma dada, hacer el edificio lo más conveniente posible en el caso de los edificios privados; en segundo lugar, dado el cometido de un edificio, hacer éste con el menor gasto posible, como en el caso de los edificios públicos.
Concluye la introducción explicando cómo se va a dividir su método y mostrando las ventajas de éste frente a los métodos tradicionales que dividen la arquitectura en tres partes: decoración, distribución y construcción, pues éstos últimos suelen dar ideas fragmentadas de la arquitectura que nos llevan a un conocimiento incompleto de la misma. Por último, dedica unas líneas sobre la forma de dibujar la arquitectura, pues sólo mediante esta técnica podemos fijar, corregir y transmitir nuestras ideas de un modo sencillo y libre de pretensiones. Mediante la planta, alzado y sección conseguiremos dar una idea completa del edificio; estas representaciones deben mostrar los cuerpos geométricos sin “lavar”, esto es, sin añadirles más efecto que el de la clara distinción de sus partes.
Pfunes Durand 02 Introduccion
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