miércoles, 17 de marzo de 2010

El País almuerza con Rafael Manzano Martos

Rafael Manzano durmió los tres primeros años de escuela con un Moneo. Compartían el mismo nombre. Los dos estudiaban para ser arquitectos. Vivían en una habitación de una pensión de la calle de Zorrilla de Madrid, donde ahora está el Instituto de Crédito Oficial (ICO). Uno hablaba de transgredir las normas. El otro, de asentar los principios de volumen, espacio y superficie. "Él prefería lo moderno, y yo lo clásico".

Una amistad forjada a golpe de diferencias. Después de 50 años, Rafael Moneo tiene un Pritzker, el conocido galardón de arquitectura contemporánea. Y su antiguo compañero de cuarto está a punto de recibir el Richard H. Driehaus, el más prestigioso premio al clasicismo, que concede la Universidad de Notre Dame (Indiana, EE UU). "Soy un arquitecto menor para un premio mayor", dice sonrojado este gaditano de 74 años, catedrático de la Universidad de Sevilla.

Manzano camina lento y su voz es temblorosa. Pero su memoria se mantiene fresca y su cabeza exigente. Elige el restaurante Sabina, en el centro de la capital hispalense. Le resulta acogedor. Techos altos, finas vigas de madera, paredes repletas de fotos de famosos. "Es el único que está bien diseñado", sentencia. Erudito y parlanchín, decide el menú sin dudar. Platos que ya ha probado: setas a la plancha y lubina a la espalda. Como en su profesión, recela de la intuición. "Muchas obras contemporáneas son inexpresivas, muy agresivas con el entorno, pero la arquitectura clásica es universal".

Su fijación como restaurador es el arte de la conquista musulmana. "Me gusta la perfección, mejorar lo que ya estaba bien hecho". Durante una década reconstruyó la antigua ciudad califal de Medina Azahara (Córdoba). La considera su gran obra. Pero en su memoria quedan sobre todo los 20 años que pasó como director de los Reales Alcázares de Sevilla. Vivió allí, como conservador del conjunto monumental, uno de los más visitados de Sevilla. Mordisqueando picos de pan, se confiesa. "Era el guardián. Conviví con el monumento, descubrí sus secretos".

Cree que los 250.000 dólares (178.900 euros) del Driehaus son un dineral por consagrar su vida al arte islámico. Pero le da que pensar: "El estilo mudéjar sigue vivo". Vivo en los muchos estudios que se realizan sobre el arte hispano musulmán. En la calle es otra cosa. La tradición arquitectónica se ha perdido. Sin embargo, se muestra determinante: "La sociedad demanda clasicismo".

Por coincidencia, en la mesa contigua comen cuatro ex alumnos. Le saludan. Le felicitan. No han seguido su corriente. Encarnan los nuevos tiempos del arte. "Los arquitectos están obsesionados con la modernidad, se guían por la imaginación, pero siempre se puede volver al código clásico", reclama ante un plato en el que 10 minutos antes había una lubina. Le importan los principios. "El ego me da miedo, es el gran drama de nuestro tiempo". Ya tiene decidido el discurso que dará cuando a finales de marzo le den el premio: "Un periodista le dijo al gran Juan Belmonte: 'Maestro, se comenta que su toreo es demasiado clásico', a lo que él respondió: '¿Eso dicen de mí? Pues me alegro, porque lo clásico siempre está de moda".

1 comentario:

  1. Con 74 años y aún con esa mente tan brillante y lúcida. Qué suerte!
    Saludos

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