Clement Greenberg (1909-1994). Fuente: Wikipedia.
En 1939 Clement Greenberg publica un
artículo que le catapulta a la fama y acabaría siendo considerado
como uno de los textos clave del arte u ña crítica artística del
siglo XX. Vanguardia y Kitsch es un texto fundamental para entender
cómo se desarrolló el arte con posterioridad a las Vanguardias y
cómo Greenberg actuó en clave de árbitro del gusto en los
ambientes norteamericanos de mediados de siglo, controlando el
panorama de la crítica y pretendiendo “domesticar” la bestia
desbocada que él mismo había contribuido a crear. La incisiva pluma
de Tom Wolfe retrata con comicidad y elocuencia las vicisitudes de
artistas y críticos durante aquellos años y cómo la generación de
críticos de Greenberg, que había encumbrado al expresionismo
abstracto, sucumbió ante sus propios principios cuando fue
desplazado por el arte pop y la posmodernidad. Sin embargo, la huella
de Greenberg sigue siendo patente en nuestra consideración de lo que
es Arte Contemporáneo, de lo que es el kitsch o pastiche, e incluso
de nuestra apreciación de lo antiguo para justificar lo moderno.
Pues Greenberg es un escritor sutil y
astuto, que define los términos en su justa medida para que éstos
puedan considerarse tanto de forma genérica como concreta. Cuando
Greenberg habla de Vanguardia no habla de una vanguardia concreta,
sino de cómo debe desarrollarse un movimiento artístico para ser
considerado como tal, y qué criterios debe cumplir un objeto para
ser considerado Kitsch. Greenberg rara vez hablará de aspectos
concretos del arte, sino que diluirá sus definiciones de forma que
éstas parezcan principios lógicos a aplicar por cualquiera que
pretenda considerarse artista.
Estas consideraciones, que parecen
lógicas y objetivas, esconden tas de sí una consecuencia nefasta.
Para definir lo que es vanguardia Greenberg necesita destruir todo
atisbo de dignidad en el Arte Occidental, y prácticamente reducirlo
en su totalidad a un kitsch figurativo del que únicamente se libran
las obras cuyo reconocimiento es tan universal que resultaría
ridículo considerarla como tal pastiche. A ese respecto, la
reflexión que hace este autor sobre el campesino ruso que debiera
sentir más atracción hacia Picasso que hacia Repin, pues la obra
del primero guarda más analogía con el lenguaje pictórico de los
iconos, es muy significativo de su concepción del arte. A lo largo
de sus escritos, Greenberg considerará el arte anterior a las
vanguardias como una superposición de planos y formas de color que
accidentalmente tienen un resultado figurativo. No importan las cuestiones
iconográficas o representativas, y su análisis crítico valora por
igual una obra de Velázquez y una de Pollock, no en términos de
calidad artística, sino de aplicación de los mismos principios a
ambas obras. Este igualitarismo tiene por doble objetivo elevar la
categoría artística del moderno y por otro familiarizar al ojo no
iniciado con la obra moderna a partir de su comprensión igualitaria
con el antiguo, de forma que la diferencia sea más difusa. Este
propósito, que podría ser loable si estuviéramos hablando de la
vinculación con la Antigüedad pagana que consigue el Arte del
Renacimiento, cobra aquí un precio muy alto que implica la
destrucción del Arte y la imposibilidad de recuperar su legado. Esta
imposibilidad viene determinada por la acelerada potencia que
Greenberg imprime al concepto de Vanguardia, siempre combatiente,
siempre cambiante, y cuestionando todo lo anterior como un amplio
kitsch. De esta forma, durante más de veinte años se pudo dinamitar
con total tranquilidad los principios que regían el Arte, reducir lo
que no convenía a la categoría de kitsch, y alterar el resto para
definir y justificar el expresionismo abstracto y su licitud, no ya
como continuador, sino como sustituto permanente de lo antiguo.
Pero la teoría de Greenberg implicaba
que toda vanguardia tenía una fecha de caducidad, y él mismo
calificó en varias ocasiones de kitsch la producción artística que
se salía de esa ortodoxia no enunciada que había contribuido a
crear. Cuando el Arte Pop entra en escena Greenberg no duda en
calificarlo de kitsch, sin embargo obvió que era un kitsch contra
una vanguardia transmutada en academicismo que no toleraba cambios. Y
puesto que con ello no era en la forma donde se hallaba la esencia de
la vanguardia, ésta debería mudarse del contenido al concepto.
Pero el arte conceptual escapa del
propósito de este escrito, que no es otro que mostrar los peligros
de un texto tan importante para entender el arte del siglo XX, pero a
la vez tan peligroso. Casi setenta y cinco años después de la
publicación de “Vanguardia y Kitsch” ya no es necesario señalar
con inquisidora moralidad los defectos de un kitsch que sigue
teniendo una labor redentora frente al esnobismo académico de la
vanguardia. Y es hora de valorar el arte en su justa medida y en
función de los valores que genera por sí mismos. Sólo así la
modernidad podrá liberarse de la tiranía de la dudosa huida hacia
delante en la que la sumió la vanguardia, y la tradición continua
la senda que nunca debió abandonar sin que el dedo acusador la
califique como kitsch.
Estimado Pfunes, me alegra que se haya decidido a publicar ese análisis sobre el indeseable de Greenberg (menudo rostro más artero tiene, como de serpiente, no sería raro que tuviera sangre cainita), especialmente interesante su impotencia para domesticar la bestia de su propia creación, es el eterno arquetipo del brujo incapaz de controlar a su propio golem. Como bien comentamos por correo, al menos en América el clasicismo no está mal visto ni absurdamente asociado al totalitarismo como en Europa.
ResponderEliminarSaludos cordiales,
EN CRISTO