Fuente: El Mundo Today
Pocos arquitectos actuales levantan
tantas pasiones encontradas como Santiago Calatrava. Odiado hasta la
saciedad por unos y encumbrado hasta la embriaguez por otros, el
señor Calatrava no deja indiferente a nadie. Probablemente quienes
le admiran y encargan sus obras lo hagan pensando en las hipotéticas
virtudes de una arquitectura que ha sido símbolo de una época de
excesos y con la que muchas ciudades han buscado generar un icono
impactante obviando sus verdaderas virtudes y esencias.
Quienes le detestan suelen argumentar
que no es propiamente arquitecto, sino ingeniero, como si todos los
alardes de la arquitectura del siglo XX
no hubieran tenido, directa o indirectamente, un ingeniero detrás
con cuyos cálculos se optimizara y estilizara el diseño. Nadie
critica al ingeniero Eduardo Torroja y tanto el Mercado de Abastos de
Algeciras como las tribunas del Hipódromo de la Zarzuela se
consideran obras maestras de la arquitectura del siglo XX. Continúan
quienes critican las obras de Calatrava que su utilidad es dudosa y
sus costes, difusos. Pero éste es un problema extensible a toda la
arquitectura de formas grandilocuentes propia de los últimos años.
Todo el mundo conoce los sobrecostes de la Ciudad de la Cultura de
Santiago de Compostela, las “Setas” de la Plaza de la Encarnación
en Sevilla, y no por ello se oye al pueblo clamar por esa ley efesia
que enunciara Vitruvio según la cual el arquitecto cuya obra
superara el presupuesto no sólo debía sufragar esos gastos, sino
que además quedaba sumido en la más despreciable ignominia.
Sin embargo, a
juzgar por las opiniones que se vierten sobre el señor Calatrava,
pareciera que es el único arquitecto merecedor de condena, y que los
errores de base de otros arquitectos estrella se deben a la
ignorancia, o a la codicia, de políticos y banqueros, quienes
pretendían cubrirse de gloria a expensas del erario público. Este
discurso, tan en boga últimamente, era desoído en los años de
bonanza, cuando aquellos barros pretendían colocar cualquier pueblo
en el punto de mira arquitectónico, sin tener en cuenta que han
acabado degenerando en un ponzoñoso lodazal que al final ha
destruido más que creado, pues difícilmente podrá Sevilla
recuperar su perfil urbano presidido por la Giralda o podrá Santiago
de Compostela resarcirse de esa inmensa colina artificial proyectada
por Peter Eisenmann.
Quizá habría
que pensar que Calatrava se ha convertido en un chivo expiatorio que
la modernidad utiliza para redimirse de sí misma. Poco sentido tiene
despreciar a Calatrava y admirar a quienes obran igual, pues los
famosos edificios-puente de Zaha Hadid o los “hortus conclusus”de Alberto Campo Baeza también tienen usos dudosos y costes difusos.
Y sin embargo se hace con toda la tranquilidad del doblepensar
orwelliano, pues la modernidad trastocada en intransigente
academicismo no es capaz ni de admitir la posibilidad de una
alternativa digna a sus propios vicios, ni de admitir que la
penitencia que reclaman para Calatrava también es penitencia que
debieran aplicarse a sus propios pecados.
Qué razón tienes... Pero ¿crees justo comparar a Calatrava con Campo Baeza? No creo que el andaluz (de adopción) tenga el mismo historial de edificios disfuncionales y/o pasados de presupuesto que el valenciano.
ResponderEliminarEstimado Samuel Gómez Borobia:
EliminarAunque estéticamente ambas arquitecturas son manifiestamente diferentes, y la arquitectura de Campo Baeza se reviste de un falso pudor en forma de volúmenes sencillos, lo cierto es que ambos beben de una fuente común. Y esa fuente común es la que iguala a ambos a ojos de quien esto escribe.
Gracias por su comentario.
En lo que a utilidad se refiere, muchas obras de Campo Baeza son tan poco funcionales como las de Calatrava. Ambos anteponen la estética. La Arquitectura no es solo para contemplar.
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