La entrada del pasado 9 de octubre quedaría incompleta si no hiciésemos también referencia a los buenos usos que se hacen del clasicismo dentro de los tejidos urbanos destinados a uso residencial. La vivienda es quizá el tipo edificatorio que más fricciones ha provocado con el texto vitruviano desde el Renacimiento. Como ya hemos comentado anteriormente, desde el redescubrimiento de la obra de Vitruvio hubo muchos arquitectos y humanistas que se lanzaron a interpretarlo a la luz de las ruinas de la Antigüedad y las nuevas necesidades sociales. En el primer caso, los esfuerzos iban encaminados a tipificar y definir el lenguaje clásico arquitectónico, y en el segundo, su aplicación.
Los Diez Libros de Arquitectura de Vitruvio contienen una información muy detallada acerca de los edificios tipo de la Antigüedad: la basílica (donde describe su única obra documentada: la Basílica de Fanum), los diferentes tipos de templos, los teatros griego y romano, y las viviendas griega y romana, además de describir los distintos tipos de atrios y salas. A excepción del teatro, que evolucionó directamente a partir de los ejemplos vitruvianos, las demás tipologías habían quedado obsoletas como tales en el Renacimiento y se usarán por analogía en las nuevas obras.
Es cierto que hubo intentos de retomar la idea de la vivienda antigua para la nueva sociedad del renacimiento, como el caso de la Villa Madama de Rafael, que organizaba todas las actividades en torno a un atrio circular, o la villa Giulia de Roma, que a pesar de ser plenamente manierista estructura sus patios de acuerdo a los dictados vitruvianos. Pero no se fue más allá, las viviendas romana y griega se volcaban hacia dentro buscando la intimidad y huyendo del bullicio de las calles, estableciendo una dualidad entre vida social, desde el atrio hacia fuera, y vida familiar, del atrio hacia dentro. La villa renacentista (ya sea urbana, suburbana o rústica), es heredera de las viviendas fortificadas medievales, y será por tanto a partir de la reforma de éstas de dónde surjan los nuevos tipos de vivienda clásica. Y la manera que tendrán los arquitectos desde el Renacimiento de afrontar los nuevos programas de vivienda parten de la concepción de los mismos que aplican en Florencia Filipo Brunelleschi en el Palacio Pitti, y Leon Battista Alberti en el Palacio Rucellai. Ambos emplean el método de trasponer tipologías antiguas a los nuevos usos, pero el resultado es diferente: en el Palacio Pitti se emplea la superposición de niveles a partir de arcadas en aparejo rústico (como en los acueductos), mientras que Alberti usa la superposición de órdenes para indicar cada planta principal del edificio. De la evolución de éstos dos tipos de palacio nace el Palacio Romano, con su planta baja en almohadillado rústico y las superiores con órdenes superpuestos, un orden gigante, o fachada lisa, rematada siempre por un entablamento completo que variará en función del orden empleado o de las características del edificio. Será Andrea Palladio, con sus Cuatro Libros de Arquitectura, quien tipifique a partir de sus propias obras este tipo de residencia urbana. Palladio además fue el primero en emplear el frente de templo clásico como forma de “divinizar” el edificio.
La extraordinaria divulgación de la obra de Palladio durante los siglos XVII y XVIII hace que sea éste quien se convierta en el referente práctico para las viviendas urbanas, quedando el tratado de Vitruvio para los debates teóricos sobre la Arquitectura. De esta forma la vivienda urbana neoclásica se estructura fundamentalmente a través de los principios palladianos y neopalladianos definidos por los ingleses durante la época de difusión del tratado, y que acabarán siendo conocidos desde el siglo XIX como “estilo georgiano” (por la sucesión de reyes llamados Jorge que reinaron durante ese periodo, equiparable en el resto de Europa al ocaso del Barroco, Rococó y Neoclasicismo).
El neopalladianismo extendió por Europa y sentó las bases del edificio de viviendas decimonónico. Será la arquitectura doméstica urbana de John Nash la que se erija en referente: Cumberland Terraces (1), Carlton House Terrace (2) y muestran una arquitectura sencilla, con huecos regulares y énfasis en la horizontalidad con el empleo de arquitrabes para separar las plantas, y donde la presencia de los órdenes indica sólo los accesos principales o las partes más nobles del edificio.
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Este modelo permanecerá invariable en su composición general e irá incluyendo los avances tecnológicos e higiénicos que se dan durante el siglo XIX, como los ascensores, agua corriente, calefacción centralizada o cuartos de baño. El sistema inicial de dos o tres crujías y patio trasero se adaptará a las diferentes necesidades locales (estratificación vertical en parís, horizontal en Berlín) y gracias a las nuevas estructuras de acero u hormigón armado, aumentaron en altura y permitieron una mejor ocupación de los solares.
Sin embargo, la modernidad rechazará categóricamente este modo de hacer ciudad, sustituyéndolo por los cándidos rascacielos cartesianos de Le Corbusier, o por las eficientes pastillas-colmena de la Colonia Weissenhof; con el tiempo ambas posibilidades acabaron degenerando en los bloques impersonales que pueblan nuestras periferias y albergan una sociedad alienada, monstruoso sueño de la modernidad. Y la posmodernidad, como ya comentamos en el artículo anterior, tampoco fue capaz de enmendar la situación con su lenguaje a base de clichés comercializados. Con esto no queremos decir que la modernidad no fuera capaz de dar respuesta a las necesidades planteadas tras las dos guerras mundiales, sino indicar que sus inocentes ideales fueron desvirtuados y puestos al servicio de la especulación con los resultados que todos conocemos.
Uno de los logros de la posmodernidad fue precisamente colocar al clasicismo contemporáneo en igualdad de condiciones frente a otras opciones arquitectónicas, mostrando que sus formas son perfectamente válidas para dar respuesta a las necesidades arquitectónicas de hoy día. Y como muestra de ello traemos en esta ocasión un proyecto del estudio Robert Adam Architects, los números 51 y 53 de Malborough Place en Londres, un edificio de cuatro viviendas de lujo en uno de los barrios más deseables de la capital británica. Este barrio se estructura a partir de viviendas aisladas y adosadas, con jardines traseros y entradas porticadas. El solar de los números 51 y 53 estaba ocupado por un conglomerado de edificios de la primera mitad del siglo XX subdivididos en 16 apartamentos con un patio trasero destinado a garaje.
Sin embargo, la modernidad rechazará categóricamente este modo de hacer ciudad, sustituyéndolo por los cándidos rascacielos cartesianos de Le Corbusier, o por las eficientes pastillas-colmena de la Colonia Weissenhof; con el tiempo ambas posibilidades acabaron degenerando en los bloques impersonales que pueblan nuestras periferias y albergan una sociedad alienada, monstruoso sueño de la modernidad. Y la posmodernidad, como ya comentamos en el artículo anterior, tampoco fue capaz de enmendar la situación con su lenguaje a base de clichés comercializados. Con esto no queremos decir que la modernidad no fuera capaz de dar respuesta a las necesidades planteadas tras las dos guerras mundiales, sino indicar que sus inocentes ideales fueron desvirtuados y puestos al servicio de la especulación con los resultados que todos conocemos.
Uno de los logros de la posmodernidad fue precisamente colocar al clasicismo contemporáneo en igualdad de condiciones frente a otras opciones arquitectónicas, mostrando que sus formas son perfectamente válidas para dar respuesta a las necesidades arquitectónicas de hoy día. Y como muestra de ello traemos en esta ocasión un proyecto del estudio Robert Adam Architects, los números 51 y 53 de Malborough Place en Londres, un edificio de cuatro viviendas de lujo en uno de los barrios más deseables de la capital británica. Este barrio se estructura a partir de viviendas aisladas y adosadas, con jardines traseros y entradas porticadas. El solar de los números 51 y 53 estaba ocupado por un conglomerado de edificios de la primera mitad del siglo XX subdivididos en 16 apartamentos con un patio trasero destinado a garaje.
Por el contrario el nuevo edificio se diseña como una continuidad de la trama histórica. Las viviendas se agrupan en un bloque unificado hacia la calle, que restaura el volumen, escala y detalle de los edificios circundantes, a la vez que emplea los mismos materiales y composición. El cuerpo central está formado por un volumen blanco de estuco que contiene dos viviendas, cada una de ellas con acceso porticado; esta composición se enfatiza con un basamento y eje central en rústico. La disposición de los elementos arquitectónicos refleja la distribución interior. Por último, se le añaden dos volúmenes de ladrillo a cada lado del cuerpo central para completar las cuatro viviendas.
La planta baja de cada una de las viviendas contiene un garaje hacia la calle y un invernadero hacia el jardín trasero, con el que se espera restaurar el paisaje urbano. El proyecto resultó ganador en el concurso planteado por las autoridades, quienes describieron la propuesta como “un edificio de calidad excepcional, que debería tener el mismo grado de catalogación que sus vecinos”.
Contrariamente a lo que ocurre con el mal llamado clasicismo moderno, este tipo de propuestas contribuyen a afianzar entre el público las ventajas del clasicismo, y al compararla tanto con su “análogo moderno”, como con las propuestas minimalistas o deconstructivistas, tenemos la sincera impresión de que es el clasicismo contemporáneo quien sale ganando por resolver, además de las necesidades funcionales e higiénicas, las relaciones sociales al configurar un entorno agradable para el desarrollo de las mismas.
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