miércoles, 23 de julio de 2008

Una película sobre un arquitecto: El manantial



Este es el título de una película de 1949, con King Vidar como director y Gary Cooper Patricia Neal como protagonistas principales. Narra la vida Howard Roak, de un joven y brillante arquitecto que empieza su carrera en Nueva York; firmemente convencido en los principios de la modernidad (modernidad reducida, como no podría ser de otro modo en Estados Unidos, al Estilo Internacional) se encuentra con el rechazo de una sociedad que sigue mirando hacia el pasado y pretende revestir la modernidad de clichés antiguos. El arquitecto, indignado ante lo que considera un ataque a su creatividad, prefiere marcharse de la ciudad y emplearse como cantero. Allí inicia una historia de amor con una rica hacendada tan rebelde como él, aunque ella desconoce su pasado como brillante arquitecto y lo considera un simple obrero.

Con el tiempo llega nuevamente la oportunidad al arquitecto y puede construir un atrevido edificio que pronto será objeto de la ira de una revista amarilla, “The Banner”. Varios son los intereses que se unen para lograr su caída: sectores tradicionalistas contrarios a la estética del estilo internacional, periodistas de “The Banner” que emplean la demagogia para hundir al arquitecto y finalmente otros arquitectos que firman en masa un alegato contra él, movidos por el recelo que la brillantez provoca sobre la mediocridad. El arquitecto ve hundirse nuevamente su carrera y debe recurrir a encargos pequeños para resurgir, cosa que no le importa, pues, en sus propias palabras: “no me importa que proyecto hacer siempre y cuando sea mi arquitectura la que se haga”. En su tercer triunfo se reencuentra con la chica altiva que conoció en las canteras, pero la historia ha cambiado y ella está casada con el director de “The Banner”, quien ha acabado por admirar al arquitecto e incluso le ha encargado su casa de campo. El arquitecto es ahora admirado por todos, aunque sigue encontrándose con clientes reacios a su estética, que él defiende por encima de todo.

En un determinado momento, pensando que tal vez lo que rechazan es su nombre más que su estilo, ofrece a un amigo el proyectarle un gran complejo residencial sin cobrar nada, con la única condición de que el proyecto se ejecute tal cual el lo diseñó. Sin embargo, la magnitud del proyecto y la malicia de ciertos sectores que saben que el proyecto es cosa del arquitecto obligan a su amigo a contratar otros que quieren aportar su propio sello además de las exigencias de los promotores de darle al proyecto un aspecto más “comercial”, sustituyendo los limpios muros cortina de vidrio por una amalgama de huecos individuales, balcones y ornamentación clásica sacada de contexto. El arquitecto, enojado ante lo que considera un ataque a su creación, decide dinamitar las obras. Ante su inminente juicio y condena, la prensa amarilla nuevamente arremete contra él, considerando que los genios creativos son dañinos para la sociedad debido a su indomabilidad y a la sensación de mediocridad que dejan en el cuerpo profesional. Durante el juicio, el arquitecto hace un brillante alegato en defensa de su creatividad y genio individual, que acaba cautivando a juez y jurado. Declarado inocente, el director de “The Banner” le encarga su última obra, el rascacielos más alto de la ciudad, con la condición de no volverle a ver, ya que ha descubierto toda la historia de amor entre el arquitecto y su esposa. Acto seguido se suicida, los amantes pueden casarse y el arquitecto disfruta de los honores de ver su gran obra construida y admirada.

Generalmente la profesión del arquitecto se trata muy de pasada en el cine (caso distinto son los documentales sobre arquitectos mediáticos, muchas veces promocionados por ellos mismos). Los arquitectos, o son personajes secundarios, o su profesión queda relegada a un segundo plano para enfatizar otros aspectos de la trama argumental. Sin embargo aquí la trama gira en torno a la profesión, la teoría arquitectónica moderna, su conflicto con la tradición americana, la búsqueda del poder, la libertad del acto creativo o el conflicto del genio con la mediocridad. Podríamos afirmar que es el drama sobre el arquitecto moderno; el arquitecto que, desligado de la tradición, intenta adoctrinar a la sociedad sobre las virtudes de la modernidad, transformadas aquí ya en ímpetu y genio creativo. Ya no estamos en la Europa de entreguerras que experimentaba con las vanguardias en busca de un mundo mejor; estamos en los Estados Unidos triunfantes de después de la Segunda Guerra Mundial, una nación que ha logrado salir de la Gran Depresión y empieza a convertirse en una potencia mundial que necesita expresarse también arquitectónicamente. Y la expresión arquitectónica americana desde la Gran Depresión es el Estilo Internacional, convertido ya en opción preferente frente a un “clasicismo americano” en decadencia.

Pero el clasicismo americano, a diferencia del caso europeo donde fue aplastado por una modernidad triunfante, plantó cara a la modernidad. Como ya hemos dicho en otras ocasiones, el clasicismo en el continente americano se considera símbolo y garantía de las democracias emancipadas de las potencias europeas, lo que le exime de todas las connotaciones negativas asociadas al Antiguo Régimen o los totalitarismos. Este conflicto entre modernidad y tradición se refleja de forma permanente si bien no directa, oculto tras la polémica sobre la autonomía del genio creativo frente a los clientes y la sociedad. Temas como la falta de vivienda, la seguridad estructural, la desconfianza ante los nuevos sistemas constructivos (hormigón y vidrio) frente a soluciones más convencionales (estructura de acero y cerramientos de fábrica), también tienen su sitio en la trama argumental.

Con un fin claramente propagandístico de la modernidad del nuevo modo de vida americano, renovado por los artistas y genios europeos emigrados durante y tras la guerra, esta película nos ofrece un panorama de las expectativas e ilusiones del arquitecto moderno de segunda generación, que encontró el camino de la modernidad allanado para llevarla a sus más altas cotas. Sin rivales destacables por desbancados y prácticamente desprovisto de los compromisos sociales y políticos de la primera modernidad, ésta convertida en “Estilo Internacional” triunfará por el mundo durante otros veinte años, dando a luz a arquitectos como el personificado por Gary Cooper.

5 comentarios:

  1. En algo para recordar pasaba lo mismo que por cierto es una versión de tu y yo en la que sale el mismo actor. El arquitecto por lo visto era una persona preocupadisima por cambiar unos armarios Queda bien en las pelis y en los anuncios decir que eres arquitecto Muy guay todo

    Yo ya es que paso Como diría mi abuela "a tomar viento"

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  2. yo no creo que el redactor se suicide porque ha descubierto la historia de amor, creo que lo hace tras comprobar como el arquitecto ha sido capaz de conseguir lo que el no pudo, luchar contra la sociedad. Al ver la figura del arquitecto, armado por todos sus principios y convicciones, se ve reflejada su figura y queda en evidencia aquello que anhela ser y no ha sido capaz de conseguir, por ello acaba con su vida. Por contraste la grandeza del arquitecto lo degrada aun mas como persona que no ha sido fiel a si misma

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  3. Gracias por su interesante aporte estimado Anónimo.

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  4. Creo que es una crítica feroz a la sociedad americana de aquel momento (algo que en mi opinión todavía impera).
    Sin saber apenas nada de arquitectura me aventuro a decir que es un retrato clarísimo de la frustración del artista que prefiere dedicarse a otra cosa que ser incomprendido o rechazado por lo que ello acarrea. Decirle a Irene que eso no solamente pasa en las películas con los arquitectos, hay determinado tipo de profesiones que para determinado cine queda bien, porque son profesiones socialmente aceptadas como símbolo de triunfo o de cultura o reflejo de clase social progresista, culta y burguesa pero abordadas de manera banal. Por cierto creo que Tú y yo la protaniza Cary Grant auqnue no me hagas mucho caso.

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  5. Lucía, la película critica más bien a la vieja escuela americana todavía apegada al clasicismo de la escuela de Chicago que definió toda una forma de entender la arquitectura de Estados Unidos.

    Efectivamente el artista se siente frustrado y prefiere dedicarse a otra cosa antes que "malgastar" su ingenio con clientes clásicos, lo que tiene que interpretarse como una feroz defensa al unipersonalismo creativo y al propio concepto de emprendedor americano (el arquitecto pasa de ser cantero a recuperar una brillante carrera).

    Tiene toda la razón al incluir a los arquitectos dentro de esa clase social progresista, culta y burguesa que forma parte del imaginario colectivo de la sociedad en general (y del mundillo arquitectónico en particular).

    Un cordial saludo.

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