Zaha Hadid proyectó en 1999 el Landscape Formation 1, una exitosa “presentación en sociedad”, hasta el punto de haber pasado en menos de diez años de simple profesora y arquitecta teórica a convertirse en un icono de la Arquitectura Contemporánea. Diez años después, el aspecto deteriorado de este edificio debería hacernos reflexionar acerca de la utilidad y fines de la arquitectura, así como la idoneidad, en determinados contextos, de las alocadas formas que el deconstructivismo ha acabado por hacer habituales en escuelas, publicaciones, sueños y pesadillas de muchos arquitectos y estudiantes.
Zaha Hadid nació en Bagdad en 1950, aunque ha pasado la mayor parte de su vida en Londres, donde se ubica su estudio. Tras graduarse en la Architectural Association School of Architecture de Londres trabajó para Rem Koolhaas, su antiguo professor en el estudio OMA, y en 1979 abre su propio estudio en Londres, que cierra en 1987 para dedicarse a la docencia. Compaginó la docencia con proyectos de concursos, aunque el marcado carácter teórico de los mismos impidieron su ejecución material. Durante esos años ganó cierto prestigio como artista plástica, pero no fue hasta finales de la década de 1990, con el avance de las nuevas tecnologías y el diseño asistido por ordenador, cuando pudieron materializarse sus proyectos, convirtiéndose desde entonces en un referente para el Deconstructivismo y recibiendo numerosos premios.
El Landscape Formation 1 fue construido para la exposición de Horticultura de 1999 en Weil am Rhein (Alemania) y albergaba un restaurante, una sala de exposición y un área administrativa. Dividido en tres cuerpos de hormigón diferenciados, este pabellón se concibió como una serie de senderos a varios niveles que se deberían integrar en los jardines circundantes.
Diez años después, un reportaje fotográfico en flickr y un video en youtube han devuelto a esta olvidada “presentación en sociedad” al debate arquitectónico actual. El pabellón, sobre el que incluso se escribió un libro, presenta hoy día manchas de humedad producto del chorreo del agua de lluvia sobre las paredes de hormigón (que carecen de goterones que, de haberse colocado, habrían evitado la patología), vegetación empezando a campar por los suelos de grava, y cierto grado de vandalismo.
En 1934, Albert Speer, como parte de los bocetos preparatorios para el Zeppelinfeld de Nuremberg, formuló la teoría del valor de las ruinas. En sus Memorias (1969), lo explica así:
“Las obras del Zeppelinfeld comenzaron inmediatamente (…) El hangar de los tranvías de Nuremberg tuvo que dar paso a la nueva tribuna. Pasé ante el amasijo que formaban los restos de hormigón armado del hangar tras su voladura; las barras de hierro asomaban por doquier y habían empezado a oxidarse. Era fácil imaginar su ulterior descomposición. Aquella desoladora imagen me llevó a una reflexión que expuse a Hitler bajo el título algo pretencioso de “teoría del valor como ruina” de una construcción. Su punto de partida era que las construcciones modernas no eran muy apropiadas para constituir el “puente de tradición” hacia futuras generaciones: resultaba inimaginable que unos escombros oxidados transmitieran el espíritu heroico de los monumentos del pasado. Mi “teoría” tenía por objeto resolver este dilema: el empleo de materiales especiales, así como la consideración de ciertas leyes estructurales específicas, debía permitir la construcción de edificios que, cuando llegaran a la decadencia, al cabo de cientos o miles de años (así calculábamos nosotros), pudieran asemejarse un poco a sus modelos romanos.
Para lograr este fin, pretendíamos renunciar en la medida de lo posible al hormigón armado y a la estructura de acero en todos los elementos constructivos que estuvieran expuestos a la acción de los agentes atmosféricos; los muros, incluso los de gran altura, debían seguir resistiendo la presión del viendo cuando ya no tuvieran tejados o techos que los apuntalaran. Su estructura se calculaba en función de ello.
Para ilustrar mis ideas, hice dibujar una imagen romántica del aspecto que tendría la tribuna del Zeppelinfeld después de varias generaciones de descuido: cubierta de hiedra, con los pilares derruidos y los muros rotos por aquí y allá, pero todavía claramente reconocible (…). A Hitler aquella reflexión le pareció evidente y lógica. Ordenó que, en lo sucesivo, las principales edificaciones de su Reich se construyeran de acuerdo con la “ley de las ruinas””.
La ruina como valor estético no es una aportación original de Speer y ya puede rastrearse en Ruskin, quien era partidario de no intervenir en los edificios y que éstos sucumbieran tranquilamente al paso del tiempo como testimonio de la futilidad de las cosas materiales. La mayoría de los grandilocuentes edificios proyectados por Speer y otros arquitectos alemanes, bien nunca llegaron a construirse, bien apenas sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, siendo demolidos por los Aliados.
Sin embargo, frente a esa visión romántica que pone en valor el deterioro del edificio como algo bello, en el desolado aspecto que ofrece el LF1 no podemos encontrar nada que invite a la contemplación y admiración por los constructores, en cualquier caso un amargo sin trancsit gloria mundi que no puede justificarse como error de juventud (esta señora llevaba más de veinte años titulada), ni por mala calidad de los materiales (algo achacable tal vez a Le Corbusier o a Auguste Perret, cuyas obras siguen perfectamente en pie después de más de ochenta años), ni siquiera a un desfase entre el proyecto como obra teórica que invita a la reflexión diferenciada del proyecto construido (aspecto que por otro lado ha contribuido y mucho a menoscabar la figura del arquitecto).
Podemos también hacer analogía con las críticas de Durand (1760-1834) a la Basílica de San Pedro en Roma y la Iglesia de St Geneveive de París, ambos edificios muy caros y con graves problemas estructurales derivados de una solución proyectual (en ambos casos enormes bóbedas sobre soportes débiles: pilares de poca sección en San Pedro de Roma y columnas esbeltas y muros poco gruesos y demasiado horadados en el segundo) que no tenía en cuenta las complejidades constructivas. Los problemas son similares; Durand apuesta en ambos casos por soluciones espacialmente más "conservadoras" (la vuelta a la basílica constantiniana para san Pedro y una revisión del Panteón Romano para St. Geneveive) donde los problemas constructivos y funcionales puedan resolverse mejor.
El envejecimiento acelerado de este edificio debería hacernos reflexionar sobre el tipo de arquitectura que estamos legando a la posteridad, y sobre el papel del arquitecto en la sociedad. La crisis derivada de la burbuja inmobiliaria, el exacerbado divismo por parte de cierta elite deconstructivista, la ambición de muchos municipios por “coleccionar arquitecturas mediáticas” que no responden del todo a las necesidades sociales, ha contribuido a caricaturizar aún más la imagen del arquitecto “deux ex machina” que baja de cuando en cuando de las alturas de sus infografías para solucionar los molestos problemas de la ejecución.
Al igual que en la crisis de la Modernidad los arquitectos se plantearon si la funcional y maquinista arquitectura moderna respondía realmente a las necesidades sociales, los arquitectos de hoy día deberíamos reflexionar acerca de qué arquitectura necesita nuestra sociedad globalizada, si una serie de gestos brillantes, enormemente caros y para diversión sólo de una elite esnobista, o una planificación racional, que sepa valorar la tradición arquitectónica y fomente de verdad las relaciones sociales.
El LF1 puede ser el nuevo Pruitt-Iggoe del Deconstructivismo, el símbolo de que la Arquitectura surgida tras la “muerte de la modernidad” es un sueño que también crea monstruosas sociedades anómicas.
me parece curioso cómo se puede analizar el envejecimiento de un edificio y que cree teorías como la que expones...
ResponderEliminarEl análisis del envejecimiento del edificio es una parte más de la formación del arquitecto (hay asignaturas específicas para analizar las patologías en obras y proyectos). Los problemas que tiene este al cabo de tan poco tiempo son de libro.
ResponderEliminarZaha Hadid y en general la arquitectura mediática de los últimos años parecía haber quedado "inmune" a estos problemas, habituales si el diseño constructivo es inadecuado. Me pareció curioso ver cómo ni los "dioses de la arquitectura contemporánea" escapaban a esos defectos, así como señalar este edificio como un símbolo de la decadencia de esta arquitectura.
Holas, da que pensar la "idea de ruina a futuro".
ResponderEliminarBueno imagino que uno no solo proyecta con eso en mente, hay muchas variables mas. El caso de Zaha Hadid es debatible mas que todo porque da la sensación de que nadie contempla (ni ella misma) como construirla eficientemente.
Saludos.
Ahí reside el problema Fernando, en otros blogs se comenta el desfase que existe entre la tremenda carga plástica y teórica de las imágenes de sus proyectos, y los defectos inherentes a una ejecución planteada con desidia.
ResponderEliminarLo importante de un proyecto no son unas infografías bonitas, es su correcta materialización; y por encima de todo está el cumplimiento de los objetivos sociales para los que fue creado. Como decía Jean Nicole Louis Durand, el fin de la arquitectura no es el agrado estético sino la utilidad y dicha para la sociedad.
Me ha encantado la entrada!!
ResponderEliminarLas patologías que apuntas en el complejo de Hadid son muy parecidas a las que, desde hace ya años y de manera persistente, presenta el edificio del CGAC (Centro Galego de Arte Contemporáneo) de Santiago, obra de Álvaro Siza.
Sin meternos a valorar el diseño interior ("maldito" para la exposición de obras de arte contemporáneo)su visión exterior es, sobre todo en invierno, desoladora. Chorretones de agua, manchas de humedad y una capa de moho verde cubriendo la fachada norte. Se encuentra junto al convento de Bonaval (segunda mitad del s. XVII), que lo pone en evidencia: la lozanía del primero se realza ante al aspecto sucio del edificio de Siza (un tunante). El tiempo pondrá a estos arquitectos estrella(dos) en su sitio!
Saludos desde el Noroeste!
¡Qué interesante!!.
ResponderEliminarNo tenía ni dea del proceso a seguir para determinar el envejecimiento de un edificio.
Saludos.
el tema expuesto me sono familiar, ya que aca en chile en la segunda region especificamente se esta generando un proyecto de revitalizacion a un monumento casi abandonado, denominado las ruinas de huanchaca....
ResponderEliminarun abrazo
pd: fue como el "dato curioso"... ja¡¡¡¡
Paula, hay que tener en cuenta las condiciones climáticas a la hora de proyectar, no se puede decir eso de "no mandé a mi edificio a luchar contra los elementos". Si se pueden producir manchas por la lluvia, se diseñan elementos que las impidan y se los integra dentro del diseño general aun a costa de la "idea feliz" del proyecto.
ResponderEliminarNatalia, los edificios, al igual que las personas envejecen unos bien y otros muy mal. Como ya dije antes, hay una rama de la profesión de arquitecto dedicada exclusivamente al estudio de las patologías en obra, el arquitecto forense.
Felipe, impresionantes las fotos de las ruinas que mencionas. A pesar de tener poco más de cien años parecen hechas por los Incas. Un curioso ejemplo de la teoría del valor de las ruinas... anterior incluso a Albert Speer.
Manchas de humedad?? Nunca viste la coloración que toma el hormigón luego de un tiempo??? Es distinto, es un envejecimiento natural, es …no lo entenderías.
ResponderEliminarVegetación en los suelos de grava?? Es suelo, tierra, es normal que salga algún tipo de vegetación.
Miran cosas superfluas, hacen hincapié en estupideces porque vos, y los que están en línea con tu pensamiento, nunca hicieron nada, nunca construyeron nada y si lo hacen o lo van a hacer jamás le va a llegar ni a los talones a los edificios de Zaha Hadid.
Son re-sen-ti-dos, fin.
Anónimo, se que efectivamente no ha sido capaz de captar el significado de la entrada que no viene a decir sino que las patologías derivadas del envejecimiento de la construcción pasan factura a grandes y pequeños. Supongo que, como buen fan del deconstructivismo, le basta una imagen impactante y cuatro palabras sueltas para emitir un juicio de valor tan carente de contenido como la arquitectura que defiende.
ResponderEliminarTengo más entendimiento del que supone y me parece una falta de respeto hacia mí y hacia quienes piensan como yo ya que todos somos buenos profesionales, algunos con una trayectoria muy dilatada con obras de reconocido prestigio, como John Simpson o Quinlan Terry.
Es muy cómodo insultar desde el anonimato de un fanático de esta gran arquitecta. Agradecería que en próximos comentarios diera la cara (sólo basta con que deje un enlace a su página web o email) y no hiciera más trolling.
Yo no necesito alcanzar a Zaha; su arquitectura sólo me sirve para reafirmar mis argumentos y no me aporta nada. Probablemente el resentido sea usted que no es capaz de llegar siquiera a la suela de los zapatos de los clasicistas.
Un saludo.
PD: si persiste su actitud trolera me veré obligado a eliminar sus comentarios.
Es complejo.
ResponderEliminarZaha Hadid es un arquitecto de la AA, donde no se destaca por su formacion constructiva. Solo se vende aire, forma, ruido. La idea es vender, y por tanto cuestiones como durabilidad, o habitabilidad son cuestiones secundarias.
El couche lo aguanta todo.
Estimado anónimo, a pesar de la complejidad formal de las propuestas de la Sra. Hadid usted ha sabido resumir en su escueto comentario toda la filosofía de su arquitectura.
ResponderEliminarUn saludo.
No vivimos en la epoca de los romanos, las cosas cambiaron, la arquitectura de hoy es como un microprocesador, hoy sirve, mañana no. Esto esta fuertemente vinculado al marketing global. Yo creo que hay que empezar a plantarse las obras como inventos fugaces que cumplen una mision temporal. Despues a dejarle el lugar a otro...es solo una reflexion rapida, no digo tener razon, muy buen post
ResponderEliminarEstimado Anónimo:
ResponderEliminarMuchas gracias por su comentario.
Desde este blog nunca se ha tratado la época romana como una nostalgia histórica a la que hay que volver sino como punto de partida de una tradición arquitectónica que continúa hasta nuestros días.
La arquitectura ha tenido vocación de permanencia desde sus orígenes mismos, pues el hombre necesita protegerse de los elementos mediante estructuras resistentes que le den confort. Con el tiempo este utilitarismo devino en unas necesidades de representación, de crear obras duraderas para sus ceremonias religiosas, el recuerdo de sus muertos, o la estancia de los poderosos.
Resulta muy desalentador comparar la arquitectura con esos elementos electrónicos que se quedan rápidamente obsoletos. No todo puede ser mutable y cambiar según los designios de la moda o los avances tecnológicos, de ahí la necesidad de que las cosas que vayan a permanecer más tiempo necesiten dotarse de una atemporalidad que hasta ahora sólo ha sabido dar el clasicismo y la arquitectura tradicional.
Un saludo.
Muy buen artículo y comentarios igualmente interesantes. Me permito retomar el hilo.
ResponderEliminarEn relación a la durabilidad de las obras, previa a la ruina: parece que cuando se les deja solos a los ingenieros, ésto lo entienden mucho mejor; la función crea el objeto. Si el objeto debe durar (al servicio de la función), para crearlo se utiliza el material que mejor admita lo que la función le pide (solicitación). Por eso a ellos no se les ocurre hacer los aviones en hormigón, ni las pistas de los aeropuertos en asfalto, ni las presas de los pantanos en estructura metálica, recubierta de pladur, por ejemplo.
Precisamente en relación a las presas españolas (ya no tan nuestras por desgracia), yo siempre que estoy cerca de una me llego a verla: muros ciclópeos repletos de líquenes y algas, ¿pero merma eso el servicio de la función?, yo diría que no, toda el agua de un lado sigue contenida a voluntad, [hay una cierta belleza en todo el asunto, en mi opinión].
El problema es cuando la función principal que debe satifacer el proyecto es vácua, porque cuando el sentido común no está en la génesis dificilmente aparece después. Ahí es cuando la Naturaleza "le dá dos tazas" a las obras de la Sra. Zahid y parecidos.
Muy interesante esta idea de Ruskin y Speer sobre el valor de la ruina como puente inter-temporal desde el presente, y que originalmente pueda proyectarse una obra para que en el muy largo plazo pueda quedar un "piedra sobre piedra".
En este sentido el hormigón sin armar es muy tozudo y todo lo que no demuela el hombre (pagando) puede quedar por siglos.
Sic transit... efectivamente en todo caso, pero si la generaciones futuras experimentan admiración, indiferencia o vergüenza viendo las ruinas de nuestro hoy, será en relación a su tiempo.
P.D. es interesante tambien verlo a la inversa: cuando Salvador Dalí fue a Tarragona en 1.972 proclamó; "...si los romanos de Tarraco pudieran ver la ciudad de hoy, lo que más les gustaría son las cabinas de teléfono y el plástico". Bien pensado, no es necesariamente una boutade.
Saludos a todos.
Gracias por su comentario.
EliminarLa teoría del valor de las ruinas no deja de ser una revisión pintoresca de las ya de por sí pintorescas teorías de Ruskin que buscaban el romanticismo y la melancolía de las ruinas. Pero viene a reconocer el valor de la arquitectura tradicional como construcción que perdura a lo largo del tiempo y que como tal es capaz de transmitirnos unos valores más allá de su belleza estética y de las consideraciones temporales.
Un saludo.