lunes, 12 de abril de 2010

Juliano el Apóstata y la Arquitectura Moderna

Flavio Claudio Juliano fue emperador romano entre el año 361 y 363 d. C. Último representante de la casa de Constantino, también lo fue del Paganismo frente a un imperio plenamente cristiano. Juliano destacó antes en la filosofía que en las dotes que gobierno, que le vinieron accidentalmente tras la ejecución de su hermano Galo en 355, cuando fue nombrado César de la pars occidentales del Imperio; y tras la fortuita muerte de su tío Constancio en 361 asumió como Augusto el mando de todo el Imperio.

Los logros militares de Juliano acabaron en una desastrosa campaña contra Persia que le costó la vida. A pesar de los éxitos iniciales, el emperador, azuzado por magos y adivinos, emprendió una marcha por el desierto con el objetivo de emular a Alejandro Magno, de quien se creía reencarnación. Pues a pesar de ser un gran filósofo heredero de la edad de dorada del pensamiento ateniense, Juliano también fue un crédulo supersticioso cuya ferviente defensa del paganismo ensombrece su gloria. Sin embargo, en el paganismo de Juliano hay más resentimiento hacia el naciente cristianismo que verdadera devoción por los dioses del Olimpo. Edward Gibbon, en su monumental “Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano”, dedica un elocuente panegírico a la figura del último emperador pagano:

(…) Al estudiar detenidamente, y quizás con malicia, el retrato de Juliano, echamos de menos algún requisito, algún realce para la cabal perfección de su estampa. Su genio era menos poderoso y esclarecido que el de César y no poseía tampoco la prudencia consumada de Augusto. Las virtudes de Trajano aparecen más sólidas y naturales, y la filosofía de Marco Aurelio resulta más sencilla y consistente. Sin embargo, Juliano enfrentó la adversidad con entereza y la prosperidad con moderación. (…)
Gibbon, Edward. Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. Ed. Turner. Madrid, 2006; p. 78.

La relación de Juliano con la arquitectura puede ir más allá de las restauraciones de templos paganos o de la desastrosa reconstrucción del Templo de Jerusalén. El arquitecto como hombre virtuoso puede ver reflejada su actitud hacia el proyecto de la misma forma que el emperador pagano se aproximaba a la religión. Podemos incluso encontrar analogías entre la situación general de la arquitectura actual y la de las religiones del Imperio Romano en aquella época.

Gibbon nos presenta un Juliano virtuoso, pero su virtud, a diferencia de la de sus predecesores, es artificial, frívola hasta cierto punto y contaminada por las supersticiones surgidas al calor del paganismo agónico. El arquitecto actual muchas veces pretende seguir el camino de los "virtuosos" maestros del movimiento moderno, pero, consciente de que el progreso tecnológico ha invalidado sus principios y que estos mismos han sucumbido ante el fracaso social, incurre continuamente en los peores vicios previstos por unos arquitectos que difieren poco de la corte de magos y adivinos de la que se rodeó este emperador romano.

Hoy día la arquitectura se encuentra en un momento de incertidumbre. Las verdades absolutas del Movimiento Moderno, surgidas sincréticamente de las vanguardias, demostraron ser incapaces de responder a las necesidades de una sociedad envuelta en la anomia.

Ante ese fracaso han surgido nuevas corrientes, muchas de ellas como herederas directas de la modernidad, y otras que son herederas de una tradición mucho más antigua, el clasicismo, que a pesar de las persecuciones ofrece un rayo de luz en nuestro grisáceo mundo postindustrial.

Sin embargo, el arquitecto, como Juliano con el cristianismo, se niega a admitir las virtudes de la arquitectura clásica y se aferra a los valores caducos de la modernidad con el pesar y la indignación del pueblo. Incluso cuando restaura actúa con el mismo desprecio que hacía gala el último emperador pagano al desdeñar las Iglesias de Antioquia y dirigirse con veneración al Templo de Apolo a restaurar su culto pagano, en una perezosa ceremonia hasta donde los propios sacerdotes del dios actuaron con desidia. En definitiva, Juliano vivió en un mundo agónico que era plenamente consciente de que una Verdad y una Fe nuevas habían iluminado al mundo.

Y el arquitecto contemporáneo, hastiado de los vicios del experimento moderno, debería mirar hacia el clasicismo como una verdad nueva y antigua a la vez, y olvidar de una vez por todas las supersticiones surgidas tras la debacle de la modernidad, que no sólo sucumbió en Pruitt Iggoe en 1972 sino también en Almazán en 2010.

5 comentarios:

  1. hace años leí Juliano el Apóstata, el libro de ¿Gore Vidal? no recuerdo ahora el autor. Sé que me encantó en cuanto que el emperador era un hombre culto e inteligente, pero que sus creencias en la adivinación me defraudaron.
    Desconocía esa relación con la arquitectura, gracias por traerla. Muy interesante. ¿QUé tenía el templo de Jerusalén que tanta atracción tenía?

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  2. Didac, fue precisamente la lectura de esa novela (sí, es de Gore Vidal) la que me movió a escribir esta entrada. Más que una relación directa a mí me pareció que el carácter general de Juliano coincide con el de muchos arquitectos modernos, hombres cultos e inteligentes pero sumidos en la superstición de los principios caducos del Movimiento Moderno o en los cultos a una Posmodernidad caprichosa y mistérica.

    Juliano no pretendía tanto devolver a los judíos su Templo como fastidiar a los cristianos con ello. Los éxitos militares y las virtudes de su gobierno quedan muy ensombrecidas por la intolerancia que demostró hacia los cristianos y por su propia superchería sincrética que al final le costó la vida en las tórridas tierras de Persia.

    Un saludo

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  3. Alejandro García Hermida6 de mayo de 2010, 10:01

    Muy interesante este tema del Templo de Jerusalén Pablo. ¿Conoces el libro de Juan Caramuel al respecto? Yo no lo he leido aún, pero tiene buena pinta...
    Buen descubrimiento tu blog, no creo que haya mucha gente en internet preocupada por temas semejantes...

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  4. Alejandro, el Templo de Jerusalén causó fascinación desde los primeros tiempos del cristianismo y entre los arquitectos medievales por ser un edificio cuyas proporciones venían directamente de Dios. De ahí que tras las disquisiciones teológicas medievales sobre el mismo, desde el Renacimiento se intentara buscar una reconstrucción fidedigna basada en las Sagradas Escrituras.

    En España tiene especial importancia Francisco de Villalpando, quien escribió un extenso comentario sobre la visión de Ezequiel en el que se basa con posterioridad Juan Caramuel para la comparación del Templo de Jerusalén con el Escorial. El Tratado de Villalpando se ha reeditado hace poco, con todas sus ilustraciones e interesantísimos comentarios.

    Un saludo.

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  5. Alejandro García Hermida6 de mayo de 2010, 23:20

    No lo conocía, tomo nota, muchas gracias y un saludo

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