Traducción: Pablo Álvarez Funes
Altura de los edificios.
Las ciudades más hermosas y agradables que existen en el mundo fueron concebidas con edificios de entre dos y cinco alturas. No hay justificación ecológicamente defendible para la construcción de rascacielos utilitarios; se construyen para la especulación, la ganancia a corto plazo o la pretensión.
Paradójicamente, la imposición de una altura universal para los edificios de entre dos y cinco plantas no excluye ni a los edificios en altura ni a los monumentales. La Catedral de San Pablo de Londres es un rascacielos de un sólo nivel. La Torre Eiffel sólo tiene tres plantas. El Capitolio de Washington, Notre-Dame de París, la Ciudad Prohibida de Beijing e incluso las Siete Maravillas del Mundo respetaban estos límites. La limitación universal de alturas entre dos y cinco plantas podría tanto proteger los centros históricos amenazador por la especulación, y a la vez animar a reurbanizar los suburbios. En lugar de inflar el coste de los edificios en el centro, esta limitación contribuiría a incrementar los valores de la propiedad en aquellas áreas que permanecen arbitrariamente infravaloradas.
Así, la altura de los edificios no debería limitarse métricamente (tales regulaciones son siempre arbitrarias y conducen a una uniformidad asfixiante) sino por el número de plantas – entre dos y cinco, dependiendo del carácter del núcleo urbano, naturaleza, estatus y uso del edificio, ancho de las calles y plazas y el prestigio del lugar. Es más, debería observarse que la concepción del edificio y la relación construcción-tecnología cambian radicalmente (separación entre estructura y cerramiento, ascensores, encarecimiento de servicios, protección contra incendios, etc.) para edificios de más de cinco alturas. Además, un límite en el número de plantas permite una diferenciación natural y evidente entre usos públicos y privados, entre carácter simbólico y utilitario y entre arquitectura doméstica y monumental.
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