Desde finales del siglo XV la política exterior de los Reyes Católicos había extendido la influencia de España por toda Italia, llegando a controlar desde principios del siglo XVI el Reino de Nápoles y el Milanesado. Por tanto el flujo de ideas renacentistas a nuestro país se hace más obvio e intenso desde esa época. Las primeras influencias llegaron a nuestro país de mano de italianos como Domenico Fancelli, autor del sepulcro de D. Diego Hurtado de Mendoza. Durante la primera mitad del siglo XVI el Renacimiento español vive su etapa plateresca, con una fuerte influencia de la arquitectura lombarda. El manierismo llega tarde a España, y se suele identificar con la etapa purista; Palacio de Carlos V en Granada, de Pedro Machuca, construido en 1527, es una excepción en el panorama renacentista español, donde como ya hemos dicho, las formas del renacimiento lombardo conviven con las últimas fases del gótico y el mudéjar.
Ciudades como Sevilla, Granada, Toledo, Valladolid o Salamanca viven una gran fiebre constructiva que permite la finalización de obras medievales, su sustitución, o la construcción de obras de nueva planta acorde con los principios del clasicismo arquitectónico renacentista. Particularmente fructíferas son las tierras andaluzas, que viven un momento de prosperidad y riqueza, pues con la finalización de la reconquista en 1492 esas tierras se han vuelto seguras y con el descubrimiento de América serán las primeras en recibir las riquezas del nuevo mundo a través del emporio comercial en que se convirtió Sevilla. Una parte muy importante de la arquitectura clásica española durante la Edad Moderna la constituyen las fachadas, campanarios, retablos y remates de diversas iglesias, catedrales y monasterios. Y dentro de la arquitectura civil podemos citar multitud de palacios urbanos o diseminados por la geografía española, donde la nobleza muestra también su poder.
En 1526 se publica en Toledo el primer tratado de Arquitectura genuinamente español, las Medidas del Romano del bachiller Diego de Sagredo. Estructurado en forma de diálogo imaginario entre pintor Picardo y él mismo disfrazado de Campeso, muestra una amplia erudición y conocimiento de lo que se estaba haciendo en la Italia del momento, a la vez que lo adapta a la realidad española. El libro tuvo mucho éxito en España y Europa, como atestiguan sus numerosas ediciones hasta bien entrado el siglo XVII e incluso durante el siglo XVIII se planteó su reimpresión actualizando las toscas ilustraciones del original por nuevos grabados.
A partir de la segunda mitad de la centuria empiezan a entrar en España las formas manieristas y con ellas las etapas Purista y Herreriana. El reinado de Felipe II supone un cambio formal que se aproxima mucho más a Italia y abandona definitivamente las formas góticas y lombardas que habían caracterizado al Plateresco. El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial se yergue en el exponente de la arquitectura de la época, imponente imagen del manierismo de la Contrarreforma. Los tratados que se publican en esta época siguen el esquema de los libros italianos de arquitectura, con una extensa parte de geometría y otra de trazas donde se exponen todos los pormenores de la nueva arquitectura; además, empieza a ser cada vez más frecuente, por la difusión y aceptación del clasicismo, la sustitución de los levantamientos de edificios romanos por otros construidos recientemente para mostrar las posibilidades reales del nuevo lenguaje. Destaca la traducción de Francisco de Villalpando del tercer y cuarto libro de arquitectura de Sebastián Serlio en 1552, así como su propio tratado sobre el templo de Salomón, en el que se inspiran las formas de El Escorial. Igualmente interesante son las traducciones del tratado de Leon Bautista Alberti por Francisco Lozano en 1582 y también del mismo año el tratado de Juan de Arphe De varia conmesuración de escultura y arquitectura. A través de ellos se observa cómo las formas italianas se han asentado plenamente en España y en las que los arquitectos a partir de ahora se basarán para sus obras.
La contrarreforma supuso un cambio en la concepción de la Arquitectura. Como ya hemos mencionado, el clasicismo deja de lado los debates teóricos especulativos del Renacimiento y sigue la senda marcada por el manierismo de distorsión del lenguaje vitruviano para expresar la angustia de la época. El Barroco es un periodo especialmente fructífero en España, donde la decadencia política no impidió un desarrollo sin par en las artes. Se construyeron nuevas iglesias y palacios y se modificaron o completaron tantos otros. Nuevamente fachadas, retablos y demás elementos arquitectónicos serán parte importante de las obras barrocas en España. Durante esta época se gesta en España una arquitectura que basándose en la italiana importada durante la centuria anterior, genera formas propias adaptadas a las características propias de nuestro país. Los tratados de arquitectura de esta época siguen indagando en el repertorio formal del renacimiento llevando más allá las meras trazas de los órdenes e incluyendo ejemplos de arquitectura civil, militar y religiosa, como los tratados de Fray Lorenzo de San Nicolás de 1639 y 1663. Asimismo se profundiza en las técnicas constructivas, con tratados como el la carpintería de lo blanco de Diego López de arenas de 1633, o el de Bóvedas de Juan de Torija en 1661.
Con la llegada de los Borbones a España en el siglo XVIII se importa la teoría del clasicismo francés, predecesor del neoclasicismo, aunque convivirá durante la primera mitad del siglo con las últimas fases del Barroco, con José de Churriguera como principal exponente. Los cambios borbónicos también afectan a la arquitectura y práctica arquitectónicas. Progresivamente se va eliminando el monopolio de los gremios y corporaciones y se institucionaliza una enseñanza reglada bajo el espíritu de la Ilustración. Para ello fue necesario la formación a partir de la publicación de nuevos tratados de arquitectura dentro del espíritu general de revisión filológica y arqueológica del texto vitruviano. Se publicaron nuevas traducciones de Vitruvio, siguiendo el modelo francés de Perrault, a la vez que se crean monografías especializadas sobre construcción también buscando la analogía con la poderosa Francia del siglo XVIII. Estos esfuerzos culminan a finales del siglo XVIII con las traducciones de José de Ortiz y Sanz del tratado de Vitruvio (1787) y Palladio (1797). Durante esta época continuaron las obras de reforma, mejora y ampliación de edificios civiles y religiosos, aunque el número de éstos últimos como obra de nueva planta disminuye, no así el caso de los civiles. La figura de Juan de Villanueva, Ventura Rodríguez son las más representativas de este periodo en que la arquitectura española abraza el depurado neoclasicismo europeo, convirtiéndose en la corriente dominante hasta mediados del siglo XIX, cuando con la irrupción de los diferentes estilos eclécticos, éste se disuelva mezclándose con las diferentes estéticas.
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