Autor: Colin Rowe
Traducción: Alfonso Raposo, Universidad Central de Chile.
Podemos atribuir la muerte de ella (la Arquitectura Moderna fue seguramente una ella) a la ingenuidad de su temperamento. Exhibía, cuando joven, una extraordinaria adicción a las torres y los espacios completamente desarmados y poseía una alta y románticamente honorable idea de la vida. Su exceso de sensibilidad pudo únicamente conducirla a una ulterior desazón.
Como una de las heroínas más extremosas de Jane Austen – pensó que ella era simultáneamente reservada moralmente, apasionada y sencilla - fue su juvenil aspiración, que, una ves que estuviese perfectamente desposada con el mundo social (Occidente), su muy esperado esposo podría, mediante la influencia de su ejemplo, llegar a ser redimido de sus errores, llegar a ser tratable, flexible, y dispuesto a actuar con ella en cualquier filantropía que pudiese tener en mente.
Pero el matrimonio no probó ser un éxito. La arquitectura moderna fue admirada por la sociedad pero no por lo que ella concebía eran sus inherentes virtudes. Su esposo fue atraído por muchos de sus encantos externos, pero estuvo completamente reticente a conceder reconocimiento de lo que ella concebía como los principios éticos de su ser. Y, a pesar del elevado modelo que ella ofrecía, él continuó arraigado inquebrantablemente a su antiguas formas.
No buscó una regeneración moral. Para él la postura ética de la arquitectura moderna era demasiado apegada al de una heroína victoriana y en consecuencia buscó, para sus delincuentes placeres, otro lugar. Él, el mundo social, de ninguna manera estaba listo para comprometerse con las diáfanas posibilidades de la Nueva Jerusalén que ella tan entusiastamente publicitaba y, como continuó persistiendo en sus ideales, él llegó a sentirse crecientemente fatigado.
En verdad, él (el mundo social) llegó a descubrir que, aunque era admirado, era también no aceptado. Así, gradualmente, la desavenencia llegó a ser irrecuperable. No es sorprendente entonces la agitada y larga declinación de la arquitectura moderna, pero, aunque esta muerte era de esperarse, es tremendamente lamentable y la extinción de ésta, una vez prístina criatura (con sus elaborados estándares victorianos), ha sido desesperadamente triste de presenciar. Pero, un tardío decimonónico carácter nunca conocido completamente, dirigido hacia una condición moral de permanente arrobamiento y una condición de éxtasis que sólo pudo dañar su frágil psiquis y, repetimos, excesiva sensibilidad, abusada por experiencias inadecuadas, motivada por sentimientos cuasi religiosos no bien entendidos y complicados por la presencia de envidia física, fijación objetual y agorafobia, pueden ser considerados los grandes factores que contribuyeron a su fallecimiento.
Podemos atribuir la muerte de ella (la Arquitectura Moderna fue seguramente una ella) a la ingenuidad de su temperamento. Exhibía, cuando joven, una extraordinaria adicción a las torres y los espacios completamente desarmados y poseía una alta y románticamente honorable idea de la vida. Su exceso de sensibilidad pudo únicamente conducirla a una ulterior desazón.
Como una de las heroínas más extremosas de Jane Austen – pensó que ella era simultáneamente reservada moralmente, apasionada y sencilla - fue su juvenil aspiración, que, una ves que estuviese perfectamente desposada con el mundo social (Occidente), su muy esperado esposo podría, mediante la influencia de su ejemplo, llegar a ser redimido de sus errores, llegar a ser tratable, flexible, y dispuesto a actuar con ella en cualquier filantropía que pudiese tener en mente.
Pero el matrimonio no probó ser un éxito. La arquitectura moderna fue admirada por la sociedad pero no por lo que ella concebía eran sus inherentes virtudes. Su esposo fue atraído por muchos de sus encantos externos, pero estuvo completamente reticente a conceder reconocimiento de lo que ella concebía como los principios éticos de su ser. Y, a pesar del elevado modelo que ella ofrecía, él continuó arraigado inquebrantablemente a su antiguas formas.
No buscó una regeneración moral. Para él la postura ética de la arquitectura moderna era demasiado apegada al de una heroína victoriana y en consecuencia buscó, para sus delincuentes placeres, otro lugar. Él, el mundo social, de ninguna manera estaba listo para comprometerse con las diáfanas posibilidades de la Nueva Jerusalén que ella tan entusiastamente publicitaba y, como continuó persistiendo en sus ideales, él llegó a sentirse crecientemente fatigado.
En verdad, él (el mundo social) llegó a descubrir que, aunque era admirado, era también no aceptado. Así, gradualmente, la desavenencia llegó a ser irrecuperable. No es sorprendente entonces la agitada y larga declinación de la arquitectura moderna, pero, aunque esta muerte era de esperarse, es tremendamente lamentable y la extinción de ésta, una vez prístina criatura (con sus elaborados estándares victorianos), ha sido desesperadamente triste de presenciar. Pero, un tardío decimonónico carácter nunca conocido completamente, dirigido hacia una condición moral de permanente arrobamiento y una condición de éxtasis que sólo pudo dañar su frágil psiquis y, repetimos, excesiva sensibilidad, abusada por experiencias inadecuadas, motivada por sentimientos cuasi religiosos no bien entendidos y complicados por la presencia de envidia física, fijación objetual y agorafobia, pueden ser considerados los grandes factores que contribuyeron a su fallecimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si desea hacer un comentario que no tenga que ver estrictamente con la entrada en la que comenta, le ruego me escriba a pfunes1981@gmail.com o use el minichat.
Muchas gracias por su aportación.
No se publicarán comentarios solicitando intercambio de enlaces o sugiriendo visitas a otros blogs de temática no relacionada con este.