Autor: Quinlan Terry.
Fuente: Quinlan Terry. Selected works. Architectural Monographs nº 27. Academy Editions. Singapur 1993.
Traducción: Pablo Álvarez Funes
El tema de este ensayo es el origen de los Órdenes Clásicos. Se trata de un asunto muy subjetivo y especulativo, y no pretendo que el lector acepte todo lo que tengo que decir – mi propósito no es tanto convencer como llamar la atención de la impresión que tienen los edificios clásicos sobre las personas.
Las proporciones del pórtico y la cúpula del Panteón hacen algo en mí. Pienso en las aspiraciones de quienes lo construyeron y admiro sus prioridades. Pienso en el entusiasmo y las capacidades de los arquitectos y la organización de los constructores para levantar esas columnas que pesan sobre una tonelada cada una. Pienso en el placer que sintieron los trabajadores, canteros, escultores, carpinteros que trabajaron juntos para crear tan fino detalle. También pienso que durante los últimos dos mil años ese pórtico ha sido testimonio silencioso de una gran época para generaciones sucesivas. Ha tenido un efecto en cualquier ser pensante que lo haya visto. Les ha recordado lo que el hombre civilizado puede producir. Es significativo que las aspiraciones del hombre civilizado se han expresado a través de las formas geométricas y naturales de los Órdenes Clásicos. Hacen eco de algo en lo más profundo de nuestra alma y nos preguntamos de dónde vienen y quién era el genio que inventó unas formas arquitectónicas atemporales y universales.
De hecho, los Órdenes tienen unas características inexplicablemente humanas que es difícil imaginar que hayan sido resultado de la ingenuidad humana o de casualidades en el tiempo. Todo en ellos indica el trabajo de la misma Mente “que creó los Cielos y la Tierra y lo que está sobre ella…” Junto con la Naturaleza, los Órdenes llenan al hombre de gozo y admiración. Como la Naturaleza, han sobrevivido inalterables desde sus tempranos comienzos y su origen es todavía un misterio.
Pueden, de forma extraordinaria, expresar periodos históricos, características nacionales, sistemas políticos e incluso la personalidad del arquitecto, a la vez que se preservan sus principios y permanecen neutrales. Una vez más, inexplicablemente, los edificios Clásicos otorgan a quien los usa un sentido de privilegio y disciplina que da una existencia satisfecha y organizada, tan diferente a la desestructurada actitud libertina del mundo actual.
Privilegio y disciplina son anatema en nuestros tiempos, como también lo son la Fe y el culto. Pero sólo puedo explicar el fenómeno de los Órdenes Clásicos como consecuencia directa de haber sido diseñados para contener una manifestación visible del culto humano al único Dios verdadero. No hace falta ser un fanático para entenderlo; cualquier hombre inteligente que haya trabajado y entendido los principios Clásicos de la arquitectura admitirá tarde o temprano la maravilla y el misterio que los rodea. Mi mentor y finalmente socio Raymond Erith no era un hombre de creencias ortodoxas, pero comprendía que la esencia de la arquitectura Clásica, y de los Órdenes en particular, fueron “otorgadas” en algún momento de la historia:
Órdenes Clásicos arquitectónicos: con ello entiendo que los Órdenes Dórico, el Jónico y el Corintio (y podemos añadir el Toscano y el Compuesto si queremos versiones elaboradas del Dórico y el Corintio) son tan perfectos en sus proporciones, detalles y aplicación del arte de construir, que no podrían haber sido creados por el hombre. Para mí, sólo hay una explicación satisfactoria para su origen, y es que tienen inspiración divina.
Erith solía decir esto y yo no encontré extraño que la descripción más temprana conocida de los Órdenes viene en el segundo libro de la Biblia, escrito hace tres mil quinientos años por la mano divinamente inspirada de Moisés. Es en el libro del Éxodo donde describe en detalle el encargo de Dios para construir el Tabernáculo en el Desierto para Su culto y honor.
Para mí, la primera vez que los tres Órdenes aparecieron en forma reconocible fue en este Tabernáculo.
Construcción del Tabernáculo según una ilustración de Gerarg Hoet publicada en Figuras de la Biblia en 1728
Moisés pasó cuarenta días en el Monte Sinaí recibiendo las Tablas de la Ley y los patrones de todos los detalles del Tabernáculo directamente de Dios. La ley moral contenida en los Diez Manzamientos distinguía al Pueblo de Dios del resto del mundo y han permanecido inalteradas a través del Cristianismo hasta nuestros días. La ley ceremonial, con instrucciones detalladas sobre el culto y sacrificios, era la guía más clara para los hijos de Israel hasta que fue completada por el Hijo de Dios y continúa hasta hoy como demostración de Su ministerio y Su sacrificio. Más aún, la forma visual del edificio en la que se iba a rendir culto al Dios verdadero no podía dejarse a la vana imaginación del hombre; así que se dio una descripción detallada a Moisés. Parece que el patrón distintivo de estos Órdenes ha continuado de alguna forma en todos los edificios públicos civilizados hasta inicios del siglo XX.
Moisés, un genio natural, estaba excepcionalmente cualificado para recibir estas instrucciones y su aprendizaje en la corte egipcia le permitió entender y describir la construcción y detalles del edificio. No bastó con los detalles arquitectónicos descritos por Moisés a través de los patrones que le fueron mostrados en el Monte Sinaí; fueron necesarios un artesano y un artista para ornamentar y enriquecer el edificio. Conocemos sus nombres, Besabel y Oholiab: Entonces Moisés dijo a los israelitas:
"El Señor ha designado especialmente a Besabel –hijo de Urí, hijo de Jur, de la tribu de Judá– y lo ha llenado del espíritu de Dios, a fin de conferirle habilidad, talento y experiencia en la ejecución de toda clase de trabajos, tanto para idear proyectos, como para trabajar el oro, la plata y el bronce, labrar piedras de engaste, tallar la madera o ejecutar cualquier otra labor de artesanía. Además le ha concedido –lo mismo que a Oholiab, hijo de Ajisamac, de la tribu de Dan– el arte de comunicar sus conocimientos. El Señor los llenó de habilidad para realizar labores de orfebrería, de tejido, de bordado y recamado de telas de púrpura violeta y escarlata, de carmesí y de lino fino. Y no sólo son capaces de ejecutar todas estas tareas, sino que también tienen espíritu de inventiva".
Éxodo Capítulo 35 versículos 30-35
Estos dos hombres deben estar entre los más destacados artistas de todos los tiempos, y podría decirse que fueron inspirados por el Espíritu Santo para formaliza y santificar las formas naturales de la creación para que pudieran ser copiadas por generaciones futuras. De esta forma, una rama verde de una palma, cortada y colocada en el suelo a modo de poste, podría aún tener todavía hojas, éstas habrían quedado formalizadas como el capitel de una columna. O una cuerda colocada de un extremo a otro de ese poste para enderezar parapetos y tiendas podría convertirse en una basa con molduras.
El plano del Tabernáculo indica la división entre el Patio, el Lugar Sagrado, y el Sancta Sanctorum, de acuerdo con las medidas dadas en el Éxodo, Capítulos 36 y 37.
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