Al igual que cuando hablamos del mal llamado clasicismo moderno ofrecimos la alternativa lógica y de buen gusto a estos excesos, tras haber expuesto los horrores de un medievalismo mal entendido debemos hacer unos incisos en el buen uso de las formas medievales hoy día.
El medivalismo ha sido, desde el siglo XVIII, un tema recurrente en el arte, y que entronca con la tradición gótica ininterrumpida (gothic survival) de Reino Unido durante la Edad Moderna. En el siglo XVIII nace el gothic revival como complemento caprichoso a la rigidez del palladianismo británico. Este revivir del gótico tiene un marcado carácter pintoresco, como todo el prerromanticismo inglés, y está muy influenciado por las novelas góticas de la época, el equivalente georgiano de nuestras novelas de caballerías.
Strawberry Hill, proyectada en 1745 por el arquitecto John Cute para Sir Horace Walpole, es el primer ejemplo de esta nueva forma de aproximarse a la arquitectura, donde los pináculos, torrecillas y arcos ojivales sustituyen a los balaustres, cornisas y vanos adintelados del neoclasicismo. Pero este edificio carece del rigor que luego caracterizó al neogótico historicista. Es más un capricho estético, muy en la línea de las estancias al gusto oriental del rococó, que sólo pretendía recrear el efecto de las novelas góticas, sin mayor intención historicista.
Strawberry Hill. Vista general e interior de uno de los salones
Fonthill Abbey (1795-1813, demolida a partir de 1825), proyectada por James Wyatt para William Thomas Beckford, es el culmen de esta primera etapa “pintoresquista” de los historicismos. Una reconstrucción ideal de una abadía gótica rematada por una gigantesca torre y adaptada a las comodidades de la vida de principios del siglo XIX. (Enlace a una guía de arquitectura e la época donde se describe el edificio)
Su diseño nos lleva a otro capricho arquitectónico, esta vez de estética hindú: el Pabellón Real de Brighton (1815-1822), proyectado por John Nash para el rey Jorge IV.
Fonthill Abbey. Vista general y del vestíbulo.
Pabellón Real de Brighton. Fachada principal
Durante la primera mitad del siglo XIX el neogótico se asienta como movimiento y alternativa al neoclasicismo y a partir de la segunda mitad del siglo convive y se disuelve con los eclecticismos. Karl Friedrich Schinkel tiene una interesante producción neogótica que, a pesar de ser formalmente medieval, está influenciada por el neoclasicismo por su atención a la simetría y las proporciones. Además de construir monumentos (Cruz de Kreuzberg, 1818-1821) e Iglesias (Friedrich-Werdersche Kirche, 1824-1830), Schinkel se atreve con la arquitectura privada en el Castillo de Babelsberg (1833-1835, ampliado en 1849).
Monumento Nacional de la Cruz de Kreuzberg
Friedrich-Werche Kirche. Vista general e interior.
Castillo de Babelsberg según el proyecto de Schinkel
El Castillo de Babelsberg en la actualidad.
Luis II de Baviera ha pasado a la historia por las extravagantes construcciones que ordenó levantar por sus dominios bávaros. Destaca entre todas ellas el Castillo de Neuchwanstein, que ha servido de inspiración para recrear los cuentos de hadas y princesas encantadas. Poco le diferencia de humilde homólogo de Villaferga a no ser por las desmesuradas proporciones del primero: ambos son ejemplos de ostentación y mal gusto materializado en una serie de elementos decorativos de dudosa calidad.Castillo de Neuchwanstein. Vista general e interior del dormitorio del rey
Capítulo aparte merecen la cantidad de Iglesias neogóticas construidas durante el siglo XIX y principios del XX en todo el mundo, ya que el objeto de este artículo es el medivalismo aplicado a la arquitectura doméstica.
Con la Primera Guerra Mundial y las vanguardias las experiencias medievalistas desaparecen para renacer a finales de siglo. Quinlan Terry se atrevió con ellas en su Villa Gótica (1989-1991) de Londres y en el Castillo Brecqhou (1993). La primera es un caprichoso homenaje al neogótico incipiente de John Nash cargado de referencias históricas al gótico italiano. El segundo es una gran residencia, la mayor construida en Europa en los últimos doscientos años, que se basa en la anterior villa, amplificándola a una enorme planta cuadrangular situada en un desnivel, con salas a diferentes alturas y un gran patio central con arcadas ojivales.
Villa Gótica. Fachada principal y detalle de un capitel del vestíbulo
Castillo Brecqhou. Vista desde el mar y vista aérea.
Basta hacer una comparación entre ambos modelos medievalizantes y el despropósito de Villaferga para darse cuenta de que el problema no está en el empleo de formas antiguas en nuestra tecnificada sociedad postindustrial, sino en el gusto del cliente y la formación del arquitecto. Un arquitecto correctamente formado en la historia de su disciplina, que haya aprendido a apreciarla como algo más que un conjunto de imágenes inconexas donde prima la acumulación de datos frente a la generación de conocimiento, será capaz de orientar los deseos del cliente hacia un modelo acorde con sus deseos y que sea capaz de comulgar con el lugar, su historia y sus invariantes vernáculos.
A la vista de algunas de estas desmesuradas y extravagantes construcciones uno se da cuenta que no solo en la actualidad el feismo urbanístico se debe a una defectuosa o malograda proyección de un determinado edificio, sino a esa singular manera que han tenido y tienen algunos acaudalados clientes de querer dejar su paso por este mundo a través de la ostentación y el, digamos, mal gusto.
ResponderEliminarTiene que haber de todo. Lo hubo y lo habrá.
Tu texto, siempre es una lección que tenemos el placer de llevarnos.
Un abrazo.
Logan y Lory, el problema es que a día de hoy en la mayoría de los cass cliente y arquitecto comparten el mismo mal gusto por desconocimiento de la historia.
ResponderEliminarUn saludo